San Miguel de Allende: fiesta, arte y un fin de semana inolvidable
Las calles que llevan las tres “e”: empedradas empinadas y estrechas, las casas pintadas con colores cálidos y los hoteles boutique, en cada esquina, son un referente para saber que llegaste a tu destino. Tras 5 horas de viaje, arribamos a San Miguel de Allende.
Todos los días pueden ser fiesta. Tres figuras de cartón, que sobrepasan los 3 metros, se contonean al ritmo de “El Pávido Navido” interpretado por una banda típica de pueblo, esta tradición tiene alrededor de 150 años, son las famosas mojigangas.
Rumbo a la calle de “Recreo” nos encontramos con una de las 600 bodas, que se celebran al año en San Miguel. La escena es surrealista: dos de las mojigangas representan a los novios, la otra a una catrina que parece que los va persiguiendo, la novia no puede seguir caminando con zapatillas, por la dificultad que representa guardar la compostura entre el huateque y el desnivel del piso, y por otro lado, está el novio ayudándola a sostenerse para que se ponga los tenis.
EL GIFF
Cultura para todos. El 19 de julio, frente al quiosco se apreciaron dos panoramas: la congregación de los amantes del cine, que celebraron la inauguración del 22 aniversario del Festival Internacional de Cine Guanajuato (GIFF), y los que preferían comer esquites escuchando a los mariachis. La Parroquia estaba alumbrada, las sillas ocupadas con personas que estaban atentas a las palabras de Sarah Hoch, directora del GIFF.
Las campanas de la iglesia sonaron cuando Hugo Villa, director de la Filmoteca de la UNAM, le entregó una medalla de plata, hecha con cachitos de cintas filmográficas, al actor José Carlos Ruiz por sus 60 años de trayectoria.
“Todo esto sucede porque yo no fui a la escuela, fui al cine.”, en su discurso, el histrión transmitió el agradecimiento que tiene hacia el público y su pasión por seguir actuando. Además de la medalla, el actor fue homenajeado con la Cruz de Plata, de mano Sarah Hoch. La ceremonia concluyó con fuegos artificiales, que dieron luz al rostro de asombro de José Carlos Ruiz.
Vida nocturna
Si después del cine te quedas con ganas de más, la vida nocturna de San Miguel te ofrecerá los lugares adecuados. Imagínate: una cenita con vino tinto de las reservas de Baja California, pasta de camarones con chile de árbol y música en vivo, que te traslada al pop de los 90’. En la calle Mesones 58, Col. Centro, encuentras todo esto, Bruno Cucina San Miguel de Allende.
El lujo es parte de la esencia que conforman a San Miguel, Belmond Sierra Nevada, hotel que es propiedad de LVMH Moët Hennessy Louis Vuitton, es un claro ejemplo. Estar cenando en su restaurante Andanza te traslada al siglo XVII, al clásico estilo colonial. Puedes probar sus alimentos frescos de 7 de la mañana a 11 de la noche, en Hospicio 35, Zona Centro.
San Miguel con M de Mikaella
Una de la razones por la cuales es tan apreciado San Miguel es por la cantidad de arte que te puedes encontrar. Levantas una piedra y encuentras óleos originales, prendas y accesorios únicos. El Festival Mikaella 2019 conjuntó la música electrónica y el indie, el arte y la gastronomía en un solo lugar: el oasis de los hípsters.
A 15 minutos del Centro de San Miguel estuvo Mikaella, en la Hacienda de los Arcángeles. La fortaleza de piedra impacta a primera vista, un corazón con luces neón, al estilo What Is Love de Haddaway, nos invita a pasar a un recinto que parece sacado de Alicia in the Wonderland; hogos gigantes con colores alucinantes, alas de mariposas de 5 metros de altura, chicas con siluetas de sirenas y vestimentas que se asemejan a las escamas de los peces, lienzos en blancos para ser parte de la intervención creativa de los asistentes.
Fue un espectáculo para disfrutarse con todas las comodidades, más que un festival masivo tenía un ambiente exclusivo; había asientos y mesas para que colocaras tus cocteles hechos al instante, sin la necesidad de estar engentado.
Mikaella es un festival para conocer. ¿Alguna vez has pensando cómo se escucharía Pxndx y Jumbo en una canción?, el 20 de julio lo pude escuchar. El country, el folk y rock sesentero se hicieron presentes de la mano de Búffalo Blanco. Su música se sentía como un viaje en carretera. Al mismo tiempo que ellos estaban en el escenario, el área de artesanías mostraba la labor de las mentes creativas de San Miguel: chamarras de mezclilla con La noche triste pintada en la espalda, huipiles con lana sustentable.
Los que prendieron el ambiente y nos hicieron recordar que “el fuego corre por nuestras venas” fueron Los Rumberos. “La negra Tomasa”, en versión de los Caifanes, se fusionó con el ritmo tropical de Lito De la Isla y Paul Sefchovich. Algunos aprovecharon para lucir sus mejores pasos.
El final de una jornada exquisita.
