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Mineral del Chico: una aventura entre montañas

Escrito por:Jafet Gallardo

El camino hacia Mineral del Chico comienza con una promesa: la de dejar atrás el ruido, el concreto y la prisa. Salí de la Ciudad de México con la intención de perderme entre montañas y pinos por un par de días. La ruta es sencilla, dos horas y media de camino rumbo a Pachuca y, de ahí, hacia Real del Monte, pero conforme avanzas, el paisaje cambia: el aire se vuelve más frío, los cerros más altos y el olor a tierra húmeda empieza a colarse por la ventana.

Al llegar al pueblo, el tiempo parece moverse distinto. Las calles empedradas, las fachadas coloradas y la bruma que baja del bosque te obligan a bajar el ritmo. Aquí, las Wander Cabins se esconden entre los árboles, esperando a quienes buscan silencio, comodidad y esa sensación de estar lejos sin realmente estarlo. Cada cabaña parece salida de una postal: ventanales que enmarcan la montaña y terrazas con vistas infinitas. No hay televisiones ni distracciones; el lujo está en escuchar el crujido de la madera y el murmullo del bosque.

Llegar no tiene complicación, pero sí conviene hacerlo con calma y con un coche que aguante las subidas del bosque. La señal de celular se pierde en algunos tramos, así que lo ideal es llevar los mapas descargados y provisiones básicas: café, pan, algo para cocinar o calentar mientras cae la tarde. El frío llega pronto, y con él las ganas de una fogata o un vino tinto.

El pueblo, aunque pequeño, tiene mucho sabor. En el centro se encuentran fondas y restaurantes donde la barbacoa se sirve con la calma que merece el fin de semana. No hay que perderse los pastes, el café de olla, las gorditas de flor de calabaza o los dulces artesanales de leche quemada. Comer aquí es parte de la experiencia.

Durante el día, Mineral del Chico invita a caminar. Los senderos del bosque se abren entre helechos y troncos cubiertos de musgo, y a veces el silencio es tan profundo que solo se escucha el crujir de las hojas bajo los pies. Si uno se anima, puede visitar el Parque Nacional, escalar, hacer ciclismo o simplemente perderse en la neblina.

Por la noche, el cielo se llena de estrellas. No hay contaminación lumínica, así que basta con apagar las luces para descubrir que el bosque brilla por sí solo. En ese momento, uno entiende por qué venir hasta acá vale la pena: no hay notificaciones, no hay ruido, solo el sonido del viento y el fuego.

Visitar los puentes colgantes iluminados es una experiencia que enriquece el alma, te conecta con la naturaleza y despierta una sensación de asombro. El recorrido, de aproximadamente dos kilómetros, se extiende a través de un circuito de senderos bien señalizados que serpentean entre árboles centenarios, riachuelos y pequeñas cascadas. A lo largo del trayecto, varios puentes colgantes, algunos de más de 30 metros de largo, se suspenden entre las copas de los árboles, ofreciendo vistas espectaculares del bosque desde las alturas. La iluminación cálida que acompaña el camino transforma el entorno en un escenario mágico: las luces parecen flotar entre la neblina, y cada paso se convierte en una postal viviente. Es una caminata accesible para la mayoría de las personas, ideal para hacer en pareja, en familia o incluso en solitario, con el único requisito de dejarse sorprender.

El presupuesto de un fin de semana no es exagerado. Entre gasolina, casetas, comidas y alojamiento, el viaje puede costar entre cuatro mil y seis mil pesos para dos personas, dependiendo de los antojos y el tipo de cabaña que se elija. Pero más allá del dinero, lo que uno se lleva es algo difícil de medir: el descanso mental, la sensación de haber desconectado sin culpa, y el recuerdo de un amanecer que huele a pino y café recién hecho.

Mineral del Chico es de esos lugares que parecen guardar secretos entre los árboles. Cada visita deja la impresión de haber descubierto algo nuevo, un camino, una vista, una sensación. Volver no es repetir, es profundizar. Quizá por eso, cuando uno se va, el bosque sigue ahí, como esperando a que regreses para contarte lo que te perdiste.

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