La tradición culinaria francesa se manifiesta en un nuevo santuario
Numerosos factores nos hacen seres humanos y la gastronomía es uno de ellos. Desde los primeros tiempos la necesidad de comer no fue el único recurso, el sabor se volvió fundamental y creamos un arte a su alrededor.
Las antiguas noblezas francesas fueron el motor de este arte, deseaban experimentar sabores nunca antes conocidos y hombres se especializaron en crear obras culinarias, creando referentes como Guillaume Tirel, que en su texto Viandier nos dejó uno de los recetarios más antiguos de la Edad Media.
Tirel buscó asombrar a la realeza francesa y creó un estilo propio, la cocina europea había bebido del pasado romano y tenía una base que la unía. Sin embargo, con las nuevas recetas se abrió un mundo culinario que cambió a la gastronomía para siempre al introducirse nuevos sabores: porros, col, habas, ternera, cordero, res, faisanes y liebres.
Estos primeros recetarios fueron contemporáneos de la Gran Tenochtitlan; en esta ocasión todos aquellos sabores están tomando una nueva vida en un rincón del centro del antiguo Lago de Texcoco.
Se trata de Tartare, la nueva embajada culinaria de Francia en Polanco. A los pocos días de su apertura no se trata de un restaurante galo más, es una experiencia que transporta a sus comensales a una alta cocina de l’Hexagone.
El restaurante hace honor a su nombre y ofrece diversas variantes de la herencia culinaria de los tártaros; desde callo garra de león hasta res y hamachi, las opciones son múltiples, pero el imperdible es el tartare de salmón acitronado con limón y un toque de aceite extra virgen.
No podía faltar la carne francesa por excelencia, el confit de pato con ratatouille y salsa de jitomate provenzal es la mezcla perfecta de sabores franceses. El proceso para preparar la pierna es perfecto y se puede observar en la textura y suavidad del pato.
Los platillos no sólo se limitan a los sabores galos, prueba de ello son sus excelentes risottos, a los cuales les han dado un giro. Entre ellos destaca el risotto de escargots, con mantequilla de perejil y acompañado del tesoro de Périgord, o trufas negras, con hongo seta y cremini.
Una cena francesa no puede terminar sin el tradicional crème brûlée, una especialidad de la casa; aunque también es imperdible el pastel de chocolate.
Cada uno de los platillos puede ser acompañado de un buen vino tinto como el Pruno de Villacreces. Además, siempre contarás con la ayuda del mixólogo de la casa, en caso de que no estés seguro sobre el maridaje.
