Ximena Romo es la protagonista de “¡Qué desastre de función!”, una obra de teatro que trata sobre lo que pasa detrás de una obra de teatro.
Pero además, interpreta a una asistente de dirección, una figura con la que ha estado familiarizada a lo largo de su carrera, pero desde el otro lado. También está a punto de estrenar una película hecha en Hollywood junto a Michael Douglas. Por eso, platicamos de “Noises off”, de Michael Frayn, esta divertidísima comedia de la que existe también una película protagonizada por Michael Caine y estrenada en 1992.
En el caso de“¡Qué desastre de función!”, podrá verse a partir del 7 de noviembre en el Teatro Jorge Negrete.
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Me gustaría saber cómo llegó a ti este proyecto.
Yo no conocía la obra; al parecer es muy famosa y desde hace mucho tiempo. Cuando me dijeron que Christian Maglioni sería el director y me platicó del cast que había, me interesó mucho. Leí la obra y me pareció algo que yo nunca había hecho: nunca había hecho comedia, y menos en teatro. Eso me atraía mucho. La obra me pareció muy fresca, muy buena, y después de algunas lecturas decidimos que sí, que era la opción hacerla.
Los ensayos deben requerir mucha energía.
Sí, la verdad es que sí. Son muchas cosas pasando al mismo tiempo. Somos muchos personajes, hay muchas acciones, tenemos que llevar un ritmo. Apenas llevamos cuatro semanas de ensayo. Esta obra tiene su complejidad, pero nos estamos divirtiendo muchísimo, aunque requiere mucha precisión, mucho timing. Tenemos un elenco muy talentoso. Ha sido una locura: mucha energía, pero también mucha diversión, sin duda.
Bueno, al final es toda una ironía, pero si algo sale mal en esta obra, podría ser catastrófico… aunque la obra trate precisamente de eso: de cuando las cosas salen mal.
(Ríe) Sí, es una obra que requiere de mucha precisión. Todo depende de que entremos a tiempo, de que estemos todos los actores sincronizados. Hay una referencia de otra obra que podría irse por otro lado, pero no estamos haciendo esa. Esta es completamente diferente.
Yo creo que esta se enfoca mucho más en las relaciones entre los personajes: todos son muy arquetípicos y verlos en estas dinámicas —tratando de montar una obra inglesa en un México de los 80, con menos de una semana para estrenarla— es parte de su encanto. Cada personaje tiene sus propias problemáticas, sus relaciones, y eso le da vida. Es una obra que se recarga mucho en las actuaciones y en el ritmo.
En tiempos donde parece que la inteligencia artificial nos está rebasando, y que en el cine ya todo es green screen… ¿Algo tan orgánico como esta obra te regresa al trabajo primigenio de la actuación?
Totalmente. El teatro siempre te lleva a eso: es la casa del actor. Es donde llevas todo el peso de la trama y donde la conexión con el público es directa, de tú a tú. Por eso no ha muerto. Los actores seguimos teniendo ganas de hacerlo, y el público sigue yendo porque esa experiencia no puede ser reemplazada ni por el cine ni por la televisión.
Ahora, con lo de la inteligencia artificial cambiando todo, regresar al teatro es regresar al nido, a lo íntimo, a lo simple, a lo primario. Como actriz, siempre quiero recuperar eso: el presente, el aquí y ahora, la relación con el público. Quiero sentirlo y que me sientan.
Tengo entendido que haces el papel de una asistente de dirección.
Sí.
Evidentemente has trabajado con muchos. Pero tú, como actriz, interpretar a alguien con quien has tenido contacto directo, ¿te sensibilizó de alguna manera?
Sí, totalmente. He visto de cerca cómo trabajan los asistentes de dirección: son quienes cargan con la producción, las horas, la organización, pero también la sensibilidad con los actores. Ahora veo ese paralelismo y me da mucho campo para jugar.
Mi personaje es una chica que está en todo, quiere hacerlo bien, tiene que tener rapidez y capacidad intelectual para estar al tiro todo el tiempo. Me da mucha empatía con esas personas que cargan con cosas que ni sabemos, pero sin ellas una producción no avanzaría.
Hay un actor italiano, Giovanni Munno, que una vez tuvo que dar su monólogo ante un teatro vacío porque no se vendió un solo boleto. Aun así, dio la función. ¿Tú también crees que el show siempre debe continuar?
Sí, aunque claro que hay producciones que deben detenerse por fuerza mayor. Pero desde la escuela te enseñan que la función siempre debe suceder. Hay un compromiso, no solo con el público, sino con toda la estructura y la producción.
Para mí, ese compromiso refleja el amor que le tenemos a lo que hacemos. Es un privilegio poder pararte en un escenario. Honrarlo es una forma de respeto a tu vocación.
La versión cinematográfica de “¡Qué desastre de función!” con Michael Caine mostraba los enredos detrás del escenario. Y eso me lleva a preguntarte: antes los actores podían ser reservados con su vida personal. Hoy parece que hay que ventilarla para seguir vigentes. ¿Cómo lidias con eso?
(Ríe) Sí, es complicado. Yo he encontrado que son dos juegos distintos. Puedes jugar cualquiera, cada uno con sus pros y contras. Si ventilar tu vida te hace más atractivo para ciertos espacios, adelante, pero también puede jugarte en contra.
Yo he preferido mantener mi vida privada realmente privada. Tal vez eso me ha restado visibilidad mediática, pero apuesto a que mi trabajo hable por mí. Eso me ha mantenido en un camino más fiel a quien soy. Acepto que no tendré “la otra parte”, pero estoy bien con eso.
A los actores de doblaje les ha pasado que pierden trabajo frente a influencers. ¿Tienes algún conflicto con que esos papeles se les den a personas sin formación actoral?
Uf, ese tema da para mucho. No estoy en contra de dónde venga el talento, siempre que haya talento. Si la actuación mantiene su valor, si la conexión con el público y el corazón de la historia se cuidan, no importa de dónde venga el actor.
Pero si empezamos a restarle valor al trabajo actoral y pensamos que lo importante es otra cosa, el resultado se resiente. Y eso es justo lo que no queremos: queremos historias entrañables y personajes que conecten. Si perdemos eso, lo perdemos todo.
Una obra como ésta dura más de dos horas. ¿Crees que el teatro enfrenta un reto al intentar atrapar a las generaciones jóvenes, que tienen periodos de atención más cortos?
Fíjate que pienso al revés. Creo que a quien más afecta eso es a la televisión. En la tele o en el streaming puedes poner pausa, ver el celular… En cambio, el teatro o el cine te obligan a quedarte ahí. No puedes distraerte.
Eso ayuda a recuperar la atención, siempre que la historia sea buena y mantenga viva la ficción. Hay mucho contenido visual ahora, pero el teatro sigue siendo una experiencia viva. Quiero pensar que eso lo mantendrá a salvo.
Ya para cerrar, ¿qué otros proyectos tienes en puerta?
Ahorita se acaba de estrenar Las muertas en Netflix, una serie de Luis Estrada donde tengo una participación. Trabajar con él fue un honor. También acabo de estrenar mi primera película americana, “Looking Through Water”, donde comparto créditos con Michael Douglas, David Moras y Tamara Tunie.
Por ahora se exhibe solo en Estados Unidos, pero espero que pronto llegue a México o a alguna plataforma. He estado un tiempo alejada, pero estoy regresando poco a poco, haciendo más cine independiente. Apenas estoy volviendo al ojo.