Xavier Velasco cumple 48 años

El autor de Diablo Guardián, Luna llena en las rocas y La edad de la punzada, entre otros libros, platica con Playboy acerca del paso del tiempo y de su pasión por nuestra revista, la cual se robaba de las peluquerías cuando era niño y que equiparaba, por su valor, con El Quijote.

Por Arturo J. Flores

Fotografías de Miguel Ángel Manrique

Hoy (7 de noviembre) que es tu cumpleaños, ¿qué se fue con la edad de la punzada?

Es difícil de decir, lo principal que uno pierde es el candor. Me gustaría volver a enamorarme de la primera persona que pase delante de mí y olvidar los peores agravios en cinco minutos. La edad de la punzada es un tiempo en el que se sobrevive a la vida y tu prioridad es no seguir en esa maldita escuela y obtener lo que más te regatean, que es libertad.

Sheila, esa niña de la que hablas en La edad de la punzada, ¿se habrá dado de topes por haber rechazado al escritor Xavier Velasco?

¡No, no me hubiera aguantado! (risas), pero sí es un acto de justicia poética el que acabe entrevistado en la misma revista que devoraba a escondidas.

Esa vez que, igualmente cuentas en el libro, te compraste una Playboy en San Francisco, ¿fue la única?

No fue la única, aunque comprar sí fue la única vez, pero robármela del peluquero muchas veces. Hubo peluquerías a las que llegué a sentarme y una vez que la tenía en mi poder, ¡huía! Era un tesoro. Cuando yo era un niño, mi papá me dijo que las Playboy que tenía en un librero valían mucho dinero y por eso no me los llevaba a la escuela. Pensaba que si lo hacía nos iríamos a la ruina. ¡Pensaba que eran como el Quijote! Lo único que hice fue quedarme en la baba dormido en la pierna de una chica.

Con el odio que expresas a las peluquerías en tu libro, representaba todo un sacrificio que te la robaras.

A ver, entendamos, no teníamos internet. Decíamos de un amigo, “es tan morboso que hasta lee los artículos de Playboy” (risas), porque a veces leías acerca de un jazzista o leías una entrevista con cineastas gracias a Playboy. Era un conocimiento de primera mano.  Si venían un par de chistes ¡los devorabas!

¿El encarcelamiento de tu padre te hizo entender que los ricos también lloran?

La cárcel me hizo entender que lloran y se quedan en la calle. La cárcel me ensenó que esa edad se termina cuando metes los pies en los zapatos de un adulto, cuando te vuelves padre de tu padre, de tu madre. Una vez que llegas a ese lugar entiendes que no son monstruos, que las razones que los llevaron a estar ahí tienen más que ver con la desgracia que con la justicia. En nuestro mundo de clase media matar es una cuestión fuera de lo común, pero ¿qué pasa cuando llegas a una colonia donde la seguridad la ejercen los malandros? ¿qué pasa cuando tienes que defender la integridad de tu hermana o tu madre con tus propias manos? Fue una gran lección, sobre todo de literatura, porque aprendí el verdadero significado del dolor, el dolor de que mataran a mi padre cualquier noche.

Pareciera que ya se te acabó el material del pasado para escribir.

¡Ya se me acabó! Pero soy una persona con un olfato especial para meterme en problemas. El pasado me tiene sin cuidado ahora que ya lo conté. Ahora estoy armando una novela que no tiene nada qué ver con lo que he hecho antes.  Como escritor uno colecciona imágenes e historias, pero las dos que tenía qué contar con el pasado, ¡ya las conté!

¿Te curaste incluso de la muerte de tu mamá?

¡De eso no te curas! Es algo con lo que vives. Uno aprende a vivir con su madre en el mundo y después, con ella en distintos mundos. Ni siquiera quiero curarme si eso significa no importarme que ella no esté. Es un dolor bienvenido, no tengo problema con sentir añoranza o que se me quiebre la voz cuando hablo de ella porque es su manera de estar conmigo, una manera más emocional. (Se le quiebra la voz) Es mi manera de seguirla procurando.

Aunque fuiste precursor de escribir en blogs, ¿te gustó vivir una adolescencia sin Internet?

Sí, porque la primera vez que en 1997 codifiqué un html, lo disfruté como un adolescente, pero si eso me hubiera tocado en la juventud, seguro me hubiera vuelto hacker y hubiera acabado en la cárcel. Esa es la razón por la que Dios no le da alas a los alacranes.

Aún así, acabaste en el tutelar de menores.

Sí, pero por una pendejada, por chocar el carro. Tuve la suerte de que en las grandes que hice nadie me agarró, sólo me agarraron las chiquitas.

Hubieras sido un stalker del Facebook de Sheila.

Sí, ¡hubiera sido una esclavitud terrible!, pero por eso no me arrepiento de haber estado toreando coches en vez de estar en la computadora. Tuve una vida extramuros. Como siempre me tuvieron encerrado por ser hijo único, consentido, en la calle podía ser rufián, era un territorio mágico. No existía una obsesión con la seguridad y nadie conocía lo que era un alcoholímetro. Yo aventaba huevazos con mis amigos en el auto y un día, ya de adulto, me tocó a mí. ¡Es un karma!, ¿con qué cara me enojo? El primero que me tocó, no podía parar de reírme.

Cuando dije que vendría a platicar contigo, muchas amigas me hicieron peticiones dignas de una estrella de rock y no de un escritor. ¿Ya resolviste tu problema con las mujeres? ¿Ya puedes hablar con ellas? Porque ellas sí quieren hablar contigo.

Sí, desde los 22 años. Me dediqué a beber como maniático todos los días. Durante 4 meses me emborraché diario, en la escuela, para hablar con ellas. Pero cuando me di cuenta que podía hablar con ellas, dejé de emborracharme.  El punto fue meterme en el pozo sin fondo del alma femenina y decir: me encanta, pero no entiendo nada. El día que las entienda, qué flojera, ¡me declaro asexuado!