“Seguro algunos ya vienen con bastón y en silla de ruedas”, bromeó el Chipotle a propósito de los asistentes, la noche de Halloween, al concierto de Víctimas del Doctor Cerebro en la Sala Puebla.
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Tal vez no.
Pero muchos ya vinimos sin cabello. Otros lo hicieron con algunos kilos de más. Y varios asistieron acompañados de sus hijos.
Porque en 1994, cuando el disco homónimo del grupo de Ciudad Neza apareció en los anaqueles de las tiendas, todos éramos jóvenes. Nos pasábamos la música de mano en mano en casetes a los que les decíamos “vírgenes” y que perdían su inocencia con cada canción que se adhería a su cinta magnética.
Las Víctimas del Doctor Cerebro (Show) nos obsequiaron una noche emotiva, interpretando por primera vez el álbum casi completo y en orden. La familia Flores —liderada por el Chipotle e integrada por los hermanos Abulón, Ranas y Tuco— prefirió dejar el track número tres, “Esqueleto”, para el final. Porque hay tradiciones que no se traicionan.
De ahí en fuera, pudimos escuchar otra vez canciones que hacía tiempo no sonaban, como “Psicópata psicótico”, una a la que, por fortuna, le tocó nacer antes de la cultura de la cancelación y la desquiciante corrección política (“este cuchillo que he guardado toda una vida / se enterrará en tu dulce piel”); “Sara”, o la escatológica —pero ideal para revivir el antiquísimo ritual del slam— “Quiero ir al baño”.
“Es mi primer slam en vivo”, escuché decir a una fotógrafa apenas instalada en sus veintes.
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“Vamos a acordarnos de los 90, cuando no existían los celulares”, dijo al micrófono el Abulón, que dejó en claro que, de no ser uno de los mejores frontmen del rock, bien podría trabajar en un departamento de Protección Civil, organizando multitudes para evacuar edificios. En más de una ocasión consiguió que la gente formara un círculo, que las mujeres protagonizaran su propio slam o hasta bailáramos de un lado al otro del foro, como si se tratara de un “payaso punk del rodeo”.
A su primer disco se sumaron otros grandes clásicos del grupo, como “Brujerías”, “Ella se muere”, “Nahual” o “La muñeca vestida de azul”, entre otras.
Y, además de la música, una energía desbordada que nos devolvió a muchos a esos años mozos en los que vimos a Víctimas en antros como Rockotitlán. El Ranas se lanzó al público y el Abulón se colgó desde un barandal del segundo piso. En el escenario hubo desde enfermeras convertidas en zombis hasta un Santo, Enmascarado de Plata, que se las arregló para tirar patadas en un escenario que parecía diminuto para contener la explosión de un grupo como las Víctimas.
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Un par de amigos, ya cuarentones, recordaron aquella fiesta en secundaria cuando uno le dijo al otro: “Estos son las Víctimas, seguro topas la del ‘Esqueleto’, pero la chida es ‘La Guayaba’”. Ahora, mucho más viejos, pero fundidos en el abrazo de la nostalgia y la complicidad.
Así fue la noche de Halloween de 2025. Mientras un ogro de Manchester cancelaba su concierto aduciendo fatiga extrema, las Víctimas nos dejaron en claro que este oficio no es para tibios.