“Gentlemen, you may smoke.” -Eduardo VII, Rey de Inglaterra
La cita más famosa en el mundo del humo es la que un recién coronado Rey Eduardo VII de Inglaterra acuñó en la alborada del siglo XX, revocando la prohibición de fumar en la corte inglesa, impuesta por su madre, la Reina Victoria, y habilitando este vicio epicúreo en sitios oficiales. Reconocido fumador, se dice que Bertie -para los friends & family– llegaba a despacharse veinte puros en un día. Seguramente y muy bien disimulaba la “pálida”, pardon my British humour.
“Don Tito” un puro de edición limitada, con tabaco de San Andrés Tuxtla
Mi primera memoria del tabaco la tengo de mi abuelo materno, de su inseparable pipa que hoy conservo y de sus cajas de King Edward Imperial Cigars, marca inspirada en el regordete rey antes aludido, cuyo logo de vivos rojos intensos atrapaba la vista y se parecía a mis ancestros alemanes, quienes llegaron a las tierras mineras del Norte de México en el siglo XIX.
La foto echando humo que hoy me recuerda a don Othón, no es con pipa sino con un puro tipo Churchill o “de dictador”, piezas largas de 7 pulgadas y llamadas así en alusión a Castro, quien prefería los habanos Cohiba, pero solía entrarle sin socialista empacho alguno, precisamente, a los Churchills de Romeo y Julieta.
El puro, el chocolate y el futbol
Sucede con el puro lo que con el chocolate y el futbol: nació en el mundo prehispánico y fue sublimado por otros. Los orígenes del juego de pelota, con registros olmecas que datan desde 1500 a.C. y que adoptaron los mayas, los zapotecas, los mixtecas y los mexicas; y del xocolatl, también olmeca pero incluso unos cinco siglos más senior que la pelota, lo harían pensar a uno en la naturalidad de ser, México, potencia en estos rubros, en los mundiales y en las chocolaterías más exclusivas del mundo, pero no, los conquistadores europeos mejoraron la idea: el chocolate fue llevado a Europa por los españoles, adicionado con azúcar y especias, y elevado a expresión artística por suizos y belgas, entre otros. Al balompié los ingleses le sumaron reglas y le restaron letalidad y, salvo ante contadas impotencias, no damos una.
Asímismo, una vasija maya que data de por ahí del siglo X de nuestra era, encontrada en Guatemala, está decorada con un Maya’wiinik -ciudadano- “resoplando hojas de tabaco ligadas con una cuerda”, a lo cual le llamaban sik’ar, vocablo del cual provendrían el término castellano cigarro y el anglosajón cigar.
Tres mil Doritos más tarde, la industria del habano es hoy un negocio de más de $23 billones de dólares, que lleva a los más lujosos confines de la tierra, la exuberancia de las plantaciones cubanas, la perfección meticulosa del artesano torcedor dominicano, el volcánico terroir nicaragüense y la elegancia atemporal de un Montecristo, marca cubana/dominicana cuya denominación se inspiró en la grandiosa novela de Dumas, popular entre los torcedores de la fábrica. Y para México algunas migajas, como el supuesto suministro no muy conocido de hojas de tabaco a las fábricas cubanas, y algunos esfuerzos notables, como el caso de Mestizo Tabaco.
Pero México es crisol y recuerdo un reciente sabadito alegre de una paellada anual en conocido club deportivo chilango, a donde llegué armado con purera y tres Arturo Fuente, mis favoritos. Me invitó Micky Escudero, mi Partner, a la mesa del multigalardonado chef, jurista y amigo, José Antonio Chávez, quien esta vez no ganó pero nos divirtió y comimos como toreros. En la sobremesa, un ritual ancestral dio inicio al desenfundar los Fuente, rolar el cortapuros y con el soplete generar esa llama precisa que enciende la punta del puro sin quemar el tabaco. “Después de un buen taco, un buen tabaco”, reza el dicho popular, y departir con puros después de una paella suculenta hace que la tarde y la vida se antojen redondas.
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No hay feligrés del epicureísmo que pueda ser indiferente a la sensación de una buena bocanada de tabaco, ron o whisky en mano, vista al horizonte y faena en mente. “Hay un placer activo y viril…” -escribió Nervo en Plenitud- “[…] en sortear la piedra, el hoyo, la bestia, el hombre, que nos cortan el paso…”; solo le faltó el bonus de hacerlo con un buen tabaco entre los dientes.
Y nadie ha explicado mejor este placer egotista que el legendario Zino Davidoff, fundador del imperio suizo más renombrado en torno a productos derivados del tabaco:
“Si a tu mujer no le gusta el aroma de tus habanos, cambia a tu mujer.”