Por una vida sexy: La chica vampiro
Baila con pantalones café y camisa blanca. Yo percibo que te gusta, a pesar de no ser ni la más exuberante ni la más llamativa, te la coges con la pura mirada. A mí me llama la atención porque es muy joven y su rostro tiene una belleza de otro tiempo; debo decir que no la había visto sino hasta que seguí la trayectoria de tus ojos.
El DJ toca una salsa. Con un gesto imperceptible para los demás, tú y yo sabemos que ha llegado el momento de seducir con la danza, pero sobre todo, con la piel; de abandonar el anonimato que nos da la penumbra donde está colocada nuestra mesa. Estamos en un bar swinger al sur de la ciudad.
Un, dos, tres, cinco, seis, siete. Un, dos, vuelta, cinco, seis, vuelta. Te doy la espalda y señalo hacia el listón en mi cuello que mantiene el vestido en su sitio. La picardía de tu sonrisa eleva mis poros. Deslizas el extremo de la tela, yo levanto los brazos y la ropa me acaricia fugaz antes de encallar en mi cadera. Doy algunos pasos hacia el otro extremo de la pista. Al llegar al otro lado me quito lo que queda sobre mi cuerpo, excepto una tanguita negra de tiras, mi favorita.
Tú te sientas. Yo bailo sola. Se me acerca una chica de vestido negro, muy entallado: “todo está muy bien, pero no me gusta esto”, con un dedo jala el resorte de mi tanga. “Si no te gusta, quítamela”, le respondo. Me lleva hacia un tubo que es parte de la decoración, me junta las manos arriba de la cabeza, se restriega en mí, desciende, siento su respiración en el vientre, me quita las bragas con los dientes.
Al verme desnuda la chica de los pantalones café y la camisa blanca también decide que una silla es mejor destino para su indumentaria. Tiene un sujetador beige y calzones blancos de algodón. Al notar su parcial desnudez tu erección entra en litigio con la bragueta.
Decido que es momento de entrar al cuarto oscuro. En cuanto nos colocamos sobre una de las colchonetas, cerca del extremo, veo que unos calzones blancos, que ahora ya son fluorescentes gracias a la luz negra, se acercan a nosotros. Tú me estás chupando el coño y no ves el instante en que ella me acaricia la cabeza y mete la lengua en mi boca. Me besa como me gusta; sus labios son tan suaves como sus manos, que me recorren toda. Como tiene los ojos grandes y claros parece un ser extranormal, una aparición que llegó para satisfacer mis bajos instintos.
Al notar su presencia detienes tu faena en mi clítoris y te levantas. Su novio y tú nos miran. Ella atraviesa una pierna hacia mi costado y comienza a restregarse sobre mí, siento su vulva en la mía, sus tetas aplastan las mías. Yo gozo con su olor, le acaricio las nalgas, no sé bien qué hacerle a otra mujer, pero decido fluir con las circunstancias. Estoy tan concentrada que cuando vuelvo a mirarte, tú ya te estás poniendo el preservativo. La agarras de la cadera, ella voltea a ver quién eres y me besa de nuevo.
Pasan algunos minutos. Su aroma se transforma conforme el sudor aumenta. De repente siento cómo aprieta las piernas y mi pelvis se convierte en roca de cascada. “Creo que ya me enamoré”, le confiesa a su novio. Él se enoja. Sus palabras me fulminan. Te digo que te amo mientras me tiemblan las piernas, me escurro y ella vuelve a abrazarme.
Regresamos a casa. Me doy un baño y casi de inmediato caigo a los territorios de Morfeo. Lo último que miro antes de cerrar los ojos es tu sonrisa, y es precisamente tu sonrisa quien me acompaña a donde la lujuria no se acaba, sino que cambia de rostros, y como en todos los buenos sueños, son otros los protagonistas de mi fantasía onírica con una mujer vampiro que jamás olvidaré.
