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Pongan Caifanes: una noche en el Palacio de los Deportes

Escrito por:Arturo J. Flores

Fotos: Lulú Urdapilleta

Entonces el Chef no era Chef. Ni yo me ganaba la vida escribiendo. Caifanes estaba a punto de no serlo más. En 1995, el Chef y yo éramos adolescentes. Lo recuerdo machacar su pupitre con dos plumas. Acaba con la paciencia de los profesores que en más de una ocasión lo mandaron con su escándalo a la coordinación. El chef no quería ser baterista como Alfonso André. Sólo sufría de déficit de atención y una hiperactividad desmedida. Pero en 1995 nadie hablaba de salud mental. Sólo te mandaban con tus problemas al carajo.

Anoche el Chef y yo nos volvimos a ver. Con muchos kilos de más y muchos cabellos de menos. Hubiéramos querido cantar Mira que la vida no es eterna, en cualquier momento nos olvida. Pero Saúl, Diego y Alfonso decidieron dejarla fuera del setlist. Porque no hay forma de que en dos horas quepan el soundtrack de una vida.

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Pero Caifanes sí tocó Cuéntame tu vida. Como el Chef cuando levantó su tarro para brindar —Cuando veo a través del vaso, veo a través del tiempo— y me dijo que había estado en rehabilitación (Piedra, déjame piedra, no me deformes más) y que una vez le incendiaron el auto por venganza. Nos vimos dos horas antes de que Caifanes ofreciera su primer concierto en la Ciudad de México después de que el Covid consiguiera lo que los gobiernos de antaño se propusieran: coserle al rock un bozal en el hocico.

En un bar de Calzada de Tlalpan coincidimos el Chef y yo antes de que Saúl le escupiera a un micrófono la plegaria que representa a todos quienes alguna vez formaron parte de una banda: Nunca nadie nos podrá parar, sólo muertos nos podrán callar.

Camino al Palacio de los Deportes ni el fastidioso cubrebocas pudo acallar las anécdotas del Chef. Cuando salimos de la prepa se matriculó en cocina. Encontró en la cocina el remanso para su acelerada actividad cerebral. Montó restaurantes fastuosos, puestos de tacos a pie de playa y la vida lo acabó escupiendo en Melborne. Radica en Australia desde hace años y sirve platillos mexicanos a los canguros. Pero estaba de visita en México. Así que nos pusimos de acuerdo, mi compañero de la prepa y yo, para evocar aquel glorioso 1995 a la voz de: Pongan Caifanes.

Durante poco más de 120 minutos fuimos otra vez los que se volaban la clase. Los que encendía un porro y fondeaban una caguama. Los que escribían malos poemas en las orillas del cuaderno. A los que Saúl Hernández les calentó la nostalgia con la evocación de las deidades a las que les gusta jugar a las escondidas. Serán los dioses ocultos o serás tú, será una decisión mortal.

Pusieron Caifanes. A cantar a más de veinte mil viajantes a ese destino inevitable que es la edad adulta. Trepados en las frases encriptadas frases del cantante volvimos a ese año, el último en la existencia del grupo, antes de que Alejandro Marcovich le dedicara un oscuro Sabor a mí a Saúl en San Luis Potosí. Cuando el Chef y yo reventábamos las bocinas de nuestras grabadoras con los cd’s Caifanes, Vol 2: el diablito, El Silencio y El Nervio del Volcán.

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A los 40, uno no pone Caifanes si no es para cantar. A menos que sea una nueva, como Sólo eres tú, quizá la única del concierto en la que la voz de Saúl no fue eclipsada por la tropa de gargantas. Una que por su sencillez permite valorar más la complejidad de otras como Vamos a hacer un silencio. Esta se la dedican a un fan al que la vida ya no le alcanzó para venir al concierto.

Caifanes también pone a Caifanes. Para protestar. Por eso Saúl se refiere del Multiforo Alicia y su decapitación política antes de Amanece. El grupo le cede su espacio al video de Canción sin miedo, de Vivir Quintana, y uno siente que se le hacen nudo las tripas ante la crudeza de los feminicidios.  También se pronuncia por los periodistas asesinados en Antes de que nos olviden y en Afuera, la inconformidad la pronunciamos el Chef y yo. Por culpa del horrendo arreglo de la canción. Ni hablar. Ya lo dijo el mismo Saúl: Nos vamos juntos, haciendo viejos… y nos gusta que nos toquen las canciones como las recordamos.

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Pongan Caifanes. Lo que en 1995 parecía un grito de insurrección ante la dictadura de Fey, Proyecto Uno y Chayanne en las bacanales preparatorianas, se ha convertido en un meme. Una burla inmisericorde hacia los militantes de la generación equis. De a quienes, como el Chef y yo, nos explotaron las células y le pedimos al viento que nos amarrara y al tiempo que se detuviera muchos años.

Nos vale.

Pongan Caifanes porque cuando me muera y me tengan que enterrar, quiero que sea con toda su discografía. Pongan Caifanes. Pónganlos ya.