“¿Ya te fijaste”, me preguntó mi acompañante a la premier de Spring breakers: viviendo al límite (como le pusieron en español, en esa incomprensible tradición mexicana por traducir al español como si las palabras tuvieran un significado aleatorio), “que las chavas todo el tiempo salen en bikini”?
Y no, aunque soy hombre y reacciono automáticamente a las formas bien torneadas de una chica en minúsculo traje de baño, la verdad es que no reparé en que Selena Gomez, Vanessa Hudgens, Ashley Benson y Rachel Korine jamás se pusieron otra cosa encima que una tanga y un brassiere. A veces ni eso.
No lo hice porque caí en la trampa de Harmony Korine, ese realizador californiano al que se le conoce por haber servido de guionista en Kids. Durante la hora y media que las luces se apagaron, el también director de videos de Sonic Youth y Cat Power logró lo que pocas personan han logrado: que distraiga mi atención de los escotes y me concentre en lo que las bocas dicen.
Un threesome y mucha sangre
Porque Spring breakers, la película que este viernes se estrena en México, tiene, además de una cuarteta de bellísimas jóvenes como protagonistas (dos de ellas ex estrellas de Disney), una escena de un threesome en una piscina, muchos y sangrientos asesinatos, drogas como sepultarse vivo en cocaína y música pop (la secuencia de los asesinatos y golpizas en slow motion con Britney Spears interpretando Everytime de fondo, sencillamente es una delicia de contrastes) y los escarceos sexuales entre las protagonistas, tiene, enfatizo, un guión muy bien construido e interesante.
La historia es simple, pero contundente. Un grupo de chicas organiza un asalto para obtener dinero para salir de vacaciones. En medio de una fiesta de spring breakers en la que las drogas y el sexo están presentes en la orden del día, la policía llega y arresta a todos los presentes. A ellas, las salva un narcotraficante interpretado (odio caer en el lugar común pero sí, magistralmente) por James Franco, que paga las fianzas de las chicas para incorporarlas a su banda de delincuentes. Entonces sí, transformadas en asesinas, las universitarias experimentan su verdadero spring break.
Ah, por supuesto, y nunca se ponen algo más que los bikinis.
Existen muchas características para ni siquiera percatarse, como aquellas frases lapidarias (“imagina que estás dentro de un videojuego”) o los contrastes logrados por las voces en off de las chicas, mientras hablan con sus padres, encima de las orgiásticas imágenes de la forma en que se divierten bebiendo como vikingas y fornicando como los griegos. Vaya, que obligar a un narco a que chupe el cañón de una pistola como si se tratara de una felación a la muerte no es cualquier cosa. Y ellas lo hacen.
O sea, como en el Disney del infierno, para ponerlo en el contexto de Vanessa y Selena a quienes no sólo se les reconoce haberse despojado de la imagen de desabridas chicas-plásticas con la aceptación de la película, sino además haber interpretado con todas las de la ley a semejantes lolitas rapaces. La de Selena un poco menos, porque es la primera en desmarcarse del derrotero salvaje que parece tomar la vida de su personaje.
Vale la pena irla a ver. Yo, cuando menos, estoy tentado a hacerlo por segunda vez. Ahora sí, para disfrutar de los bikinis que el buen guión no me permitió.
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