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Palazzo del Valle: La guarida de Versace en Valle de Guadalupe

Escrito por:Viko Rodríguez

Existen fronteras en las que el arte y la naturaleza se encuentran con brutal elegancia. Una seductora esencia que ha encontrado en Palazzo del Valle un exuberante refugio. Inspirado por la afinidad de George Haligowski, artífice del hotel galería, hacia el arte y su palpable atracción por la legendaria marca italiana Versace, este lugar en el Valle de Guadalupe haría que el mismísimo Gianni diera su bendición a lo que a todas luces es un espacio que tributa la creatividad y la pasión por la vida.

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La piscina.

¿Qué hay en Palazzo del Valle y dónde está?

Un calor placentero abraza a los tiernos racimos del varietal nebbiolo que cuelgan de las parras de Palazzo del Valle. En buena medida, lo que hace de los vinos del Valle de Guadalupe únicos son los fríos y brumosos amaneceres que se disipan frente a las cálidas olas típicas del verano, todo lo cual imprime carácter en los frutos que se convertirán en las etiquetas más prestigiosas del país. Dos jóvenes avanzan sin prisa por las venas del viñedo. Observan, cautelosos. Cortan hojas y tallos que puedan robarle fuerza al racimo que se convertirá en la próxima generación de nebbiolo de la serie Vetruvian Wine, la marca de la casa.

 

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Ubicada en el ejido El Porvenir, Palazzo del Valle presume a los Torres Alegre, a Quinta Monasterio y Chatéau Camou de vecinos, lo que sin duda los inscribe en uno de los barrios de mayor tradición vitivinícola en Baja California. Camino por la vereda principal, flanqueado por cipreses y vides, hasta las puertas del hotel. Dos ángeles con los pechos descubiertos —vaya momento para preguntarme sobre género en el universo de los ángeles— se yerguen sobre la cara del mismísimo Bacco, todo como sutil introducción de la filosofía de la casa.

 

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De arquitectura inspirada en los casones del sur de Italia, Palazzo del Valle es un hotel que no quiere ser hotel, sino más bien imita la forma tradicional de hospitalidad italiana en la que dueño y huésped se tratan como famiglia. La casa de todos, con todo y lujos. Este palacete nació de la mente de George Haligowski, un banquero californiano retirado que encontró en el Valle de Guadalupe tierra fértil para su siguiente aventura de vida. Uno de esos hombres que lo han visto todo, y saben perfectamente cómo contarlo.

La obra de Enrique Avilés.

Un palacio del arte y el lujo

Justo en el umbral de entrada, una obra tallada en piedra muestra al emperador Alejandro Magno entregado a la conquista. Dos querubines acompañan la brava bienvenida, como diciendo: siempre nos divierten las pasiones humanas. Al ingresar, me encuentro de frente con una elegante escalera de reluciente mármol, coronada por un candelabro que imprime un glamour sedoso. Como si estuviera dentro de una película de Brian de Palma, palpo el brillo de los detalles a mi alrededor: muebles dorados con cojines aterciopelados. Ángeles en óleo. Cuerpos pétreos femeninos. Cuerpos pétreos masculinos. Todo aquí parece gritarme, todo pelea entre sí para atraer mi atención. El hipnótico trance queda roto de súpito por la entrada de George, el anfitrión, quien viste casual y porta dos copas de chardonnay de la casa, su predilecto.

“¿Tienes 10 pesos? Es el costo del tour”, exclama un George pletórico mientras me entrega la copa e inmediatamente rompe en una risa estridente.

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Diestro en la charla, me lleva por cada rincón de su sueño materializado. A cada paso, nuevas obras de artes aparecen, cada una absorta en el divino acto que justificó su creación por manos instruidas en el oficio. En sus pasillos, presentes en los salones, en la guarida y jardines guarda más de 250 obras de artes: una colección ecléctica de obras pictóricas, arte sacro, esculturas de mediano y gran formato  —como “Sister of Mother Baja” del escultor Enrique Avilez y el “Hombre de Vitruvio” del maestro Edgar Orozco—, artefactos y reliquias obtenidas de todos los rincones del planeta. El hotel, me confirma George, fue construido a la medida de sus obras de artes y de su marca de vino. Por eso parece que el lugar susurra, que todo habla.

Una sensación poética que se lleva al límite en honor al huésped. Cada una de las ocho habitaciones rinde tributo a grandes del arte: Joan, Maxfield, Max, Francoise, Wassily, Marc, Pablo y Salvador; todos nombres que marcaron un antes y un después en el arte. La de Pablo, tributa al maestro Picasso; la de Salvador, decorada en homenaje al genio español del movimiento surrealista. Cada habitación honra al artista y permite al huésped respirarlo, dormir casi a su lado.

Chardonnay

Las cuatro etiquetas de vino de Palazzo

Fiel al arte —de la vida—, George no podía fallar en su propuesta de vino en la premier league vitivinícola de México. Apoyado por el experimentado enólogo Gustavo Meillón, crearon los Vitruvian Wine Series. Provocativo, como parte esencial del discurso artístico, presume en su etiqueta una versión del “Hombre de Vitruvio” de Da Vinci, en este caso, con un hombre sonriente y de picaresca mirada mientras sirve con una mano la copa de la otra. La anatomía del placer. Palazzo del Valle apostó por cuatro etiquetas: un chardonnay, cristalino amarillo de toque florales y a frutos maduros; un barbera, suave en taninos; el nebbiolo sparkling, de un brillante rojo violeta con aroma a rojos frutos, y el campeón de la casa, el nebbiolo crianza, de rojo rubí, intenso y profundo olor a tierra.

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Si bien todo aquí deslumbra, nada supera entrar a la sala Gianni. Lo que parece un discreto salón del palacio, en realidad, es el epicentro con la clave descifrada de George. Todo Versace. Muebles, platería. En las paredes cuelgan las corbatas Versace utilizadas durante su cumbre como banquero. Doradas, excéntricas, vanidosas, elegantes. Cada una guarda en su tela anécdotas en las grandes ligas del capitalismo. Inmediatamente entendí la magnánima visión que une a George con Gianni, empatados en aquella definición que dio el modista italiano sobre la moda, que más allá del vestido, está en la forma en que vivimos.

La corbata Versace.

Epílogo

Termina el tour frente a la alberca que regala una vista espectacular del monte. Cae la noche, lo sé porque mi copia comienza a mimetizarse con la bóveda celeste.  Quedo perplejo ante una sensual apertura que cubre de estrellas el techo peninsular. La moda como ideas, la moda en todo lo que nos sucede. Miro a mi alrededor. Esculturas, viñedos, sueños, vino. Entre tantas historias apasionadas expresadas en arte, y rodeado de la creación misma, comienzo a conectar con la idea de que pertenezco a un lienzo vivo, que soy un trazo de una obra de arte, fugaz, sí, pero en el ocaso espectacular de un rincón sublime del Valle de Guadalupe.