Luz y letras: personajes secundarios
Por:
Jafet Gallardo
05 Jun 2018
Hay vidas que están frente a los reflectores, vidas que se convierten en mitos, vidas que alcanzan la fama incluso […]
Hay vidas que están frente a los reflectores, vidas que se convierten en mitos, vidas que alcanzan la fama incluso contra su propia timidez y espanto. Eso podrían decírselo a Jack Kerouac, que sólo tenía la intención de “ver el rostro de Dios”, como declaró en su primera entrevista televisiva. Pero hay otras vidas que viven al lado de esas vidas, están presentes en sus grandes momentos, y terminan transformándose en grandes conciencias de su época desde un lugar que mezcla al espectador y al testigo.
Tales personajes son la voz oculta de esos años dorados en que todo parecía moverse y despertar para irradiar una nueva cultura. Joyce Johnson fue una novia intermitente de Jack Kerouac y, después de compartir juntos o a distancia el renacimiento cultural de San Francisco y Nueva York, se convirtió en escritora. El recuerdo de su presencia durante el surgimiento beat le regresó de golpe al mirar una fotografía de Kerouac en un anuncio de pantalones. Una fotografía tomada treinta años años, de la que ella misma había sido recortada.
Lo maravilloso de este libro es que no sólo es una gran memoria sobre la generación beat, donde se recuerda la legendaria primera lectura de Aullido de Ginsberg, y la imagen mística, atormentada e intermitente de Jack Keroauc se pasea a ratos como una realidad y en otras como el fantasma legendario en que se transformó, incluso contra sus propios deseos. Es además la historia de esa joven Joyce que vivió apenas a los veinte años los sobresaltos de la bohemia de aquella generación influida por el jazz, el alcohol, la mariguana y la poesía.

Pero la historia de Joyce no es ni una venganza ni un anhelo de obtener los cinco minutos de fama que podría merecer como testigo privilegiado de uno de los grandes eventos de la cultura estadounidense. La narradora no sólo acompaña la génesis de los beats a quienes relata (Kerouac, Ginsberg, Corso, Lucien Carr, Burroughs, Cassidy, Orlovsky, además de referencias a otros consagrados de la cultura estadounidense de mitad de siglo como Pollock, Robert Creeley o Charles Olson); su relato es también una historia entrañable y bien contada. La de su conversión de una niña “bien”, hogareña y judía, en una mujer independiente y compañera involuntaria de una filosofía que rompió con los modos socioculturales tradicionales de su país.
Uno de los grandes logros del libro de Johnson es la capacidad de amalgamar la macrohistoria del nacimiento beat con la microhistoria de su vida y su independencia. Pero Joyce lo hace, además, desde cierta conciencia femenina de que los hombres de aquella época eran los verdaderos protagonistas de la acción: espíritus algo egocéntricos, abrasados por la llama de la creación, amantes de la música y el alcohol y los bajos fondos, que no aprendieron a amar casi nunca a las chicas que se enamoraron de ellos. Y pese a esta revelación, Johnson no se ensaña ni maltrata a Kerouac, ni a Ginsberg, ni a tantos otros. Los retrata con un juicio amplio, esclarecedor, pero donde se adivina una admiración que se ha asentado sin dejar de ser real, pero en la que cabe la exposición de sus taras y defectos como seres humanos.

Memoria tierna, memoria crítica, memoria desesperada a ratos. Memoria de la soledad y de la incertidumbre de aquel que empieza a volverse independiente y a buscar su camino. Memoria de la naciente esperanza en un futuro distinto, de los años de aprendizaje de una escritora que quedó sumergida por aquella avalancha de poetas y escritores que el mundo conoció en los años 50. Personajes secundarios es un libro que se lee con el gozo de una prosa llena de vivencias nostálgicas, pero con la actualidad de un documento humano que exige leerse de principio a fin. Pues en el trasfondo de este libro entrañable, late tanto la narración del amor frustrado que involucra a Kerouac y Joyce, como la radiografía de una época que suele enmarcarse en una ficción dorada, como si con ello se obviaran sus profundos claroscuros.
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