Lo que quiere un chico normal
Por:
Jafet Gallardo
05 Jun 2018
En el reconocido y prestigiado medio Zares del Universo.com, donde suelo trabajar, tuvimos una discusión acalorada ocasionada por una mujer. […]
En el reconocido y prestigiado medio Zares del Universo.com, donde suelo trabajar, tuvimos una discusión acalorada ocasionada por una mujer. El problema no lo ocasionó una becaria que le estuviera tirando el pedo a todos y se paseara semidesnuda por la oficina causando la envidia y el enojo de las demás colaboradoras de la página (aunque hubiera estado chido), tampoco esa discusión la provocó una vieja que le imputara a alguno de los “Zares del Universo” la paternidad de un hijo y que despechada aventara huevos a la puerta de la oficina.
Lo que sucedió realmente es que al tratar de escoger un rostro, un cuerpo para la sección denominada “La Ricarda de la Semana”, en la que presentamos pollos de deliciosa piel y carne de primera, (más o menos como en Playboy pero sin presupuesto), Sara, una de las mujeres que colabora con nosotros propuso a una modelo, no recuerdo el nombre, pero sí sus características: bonita sí… pero flaca… sólo flaca. No había curvas, no había valles, no había montes y por lo tanto… No había erección en la edición.
Yo veté la propuesta y ella trató de defender su elección. “Oye… pero esta chava es famosa ahorita, es modelo, le va muy bien, ha estado en un montón de Fashion Weeks en todo el mundo”. Sus argumentos la hacían sentir poderosa. “Está muy flaca”, me defendí.
“¿Qué? ¿Quieres que ponga a unas gordas?”, preguntó sarcástica. “No estaría mal”, dije de manera honesta mientras levantaba una ceja, lo que me hacía ver más interesante, más sabio y por supuesto, más guapo.
De inmediato tuve que argumentar mi punto y ese argumento es el que les expongo aquí y se reduce a esta frase: “Las mujeres tienen que tener carne”. Poca madre no tener lonjas, poca madre no estar llenas de celulitis, apoyo el no a los pliegues que huelen mal por el sudor y la falta de luz. Pero mi apoyo a estos “No” es directamente proporcional a mi repudio a la aburrida delgadez, a los brazos de tubo, a las piernas de popote, a los pechos de tablaroca, a las espaldas con huesos, a los traseros en los que lo único que hay por admirar es la raya.
A nosotros los hombres (le expliqué a Sara, y se los explico a todas las mujeres que están leyendo este artículo), nos gustan las mujeres con carne que podamos acariciar, tocar y en una de ésas si ya se pone muy acá el asunto… cachetear.
La moda y las envidias propias del género femenino han derivado en una reducción del índice de masa corporal disfrutable (IMCD por sus siglas en español) en los cuerpos de mujeres en nuestros días. Hay un creciente interés por todo lo que tenga que ver con dietas, ejercicios e incluso pastillas para adelgazar y mantenerse delgada.
Mujeres que no comen lo que más les gusta, que no disfrutan de lo que se les antoja por temor a que eso, convertido en grasa, se salga por las orillas de sus nuevos pantalones talla 0.
Lo que esas mujeres no saben o han decidido ignorar es que cuando uno las tiene entre los brazos nada causa más gozo, más emoción, más anticipación que sentir esos sándwiches convertidos en sanas curvas. No me pregunten por qué. No sé la respuesta, pero se siente más rico, prende más, impulsa más y nos hace más fieles (mentira, eso no tiene nada que ver).
Yo no le encontraba explicación a esa decisión de las mujeres de estar flacas a toda costa, sobre todo después de dar el argumento que les acabo de dar, hasta que alguna mujer me explicó algo muy sencillo y que me aclaró el panorama: “Las mujeres no quieren estar flacas para los hombres, sino para causar la envidia de las otras mujeres”.
A mí una vez me tocó ver a una amiga toda temblorosa y con los ojos más desorbitados que los de Changoleón en sus momentos más memorables. De inmediato pensé: “Esta vieja ya anda en malos pasos… Ha caído en las garras de la maldita droga”. No estaba en lo cierto, pero tampoco estaba equivocado. Mi amiga no buscaba recreación, buscaba inhibición de sus impulsos de tragar memelas y la consiguió con una pastilla que le recomendó otra amiga. Diario la tomaba y la hacía pasar por una montaña rusa de hermosas sensaciones en las que se destacaban, sed, euforia, nerviosismo, ganas de ir al baño, sudoración y falta de concentración. Una pinche tacha pues. Mi amiga bajó 13 kilos… hasta que finalmente , murió.
No, la neta no murió… solo bajó los kilos, se sintió del culo en el proceso y a mi parecer quedó mucho menos sabrosa que antes. Paso de una calificación de “¡Ay, pero que sabrozzzo!” a un “Me la daría… si no me diera miedo que se me desmaye a medio desmadrito”.
Somos hombres, sabemos de eso. Sí, sí, sí… chance las viejas bajan porque quieren impresionar a otras viejas, pero si su objetivo fuera producir en los hombres un escalofrío cada vez que pasan cerca, entonces no les caería nada mal abrir la alacena de vez en cuando.
En Zares del Universo acabamos poniendo una vieja con más curvas para “La Ricarda de la semana” el día de aquella discusión, aunque aún me queda la duda de si Sara cedió porque se aburrió, porque se dio cuenta de que yo tenía la razón o porque sabe dentro de ella que nosotros los hombres nunca entenderemos a las mujeres que no tienen por lo menos el kilo de cadera por el que suplicaba “El General”.
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