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#LibrosAlDesnudo: De cuando la literatura sedujo al cine

Escrito por:Jafet Gallardo

No suelo subirme al tren de la euforia que causan los premios Oscar, sobre todo porque los cinéfilos son celosos de su pasión y pocas veces aceptan que extraños participen en la vanagloria o el juicio negativo de los filmes en competencia…

Por Jaime Garba (@jaimegarba)

Mas en los tiempos del mitote constante en redes sociales es imposible no estar al tanto de cómo se va desarrollando la exhaustiva carrera por el prestigiado galardón, y de pronto se siente el morbo por ver aquello de lo que todos hablan. Yo, entre muchas cosas, puesto que en México acostumbran poner las películas ridículamente desfasadas; apenas pude ver algunos de los filmes aspirantes (ya premiados o derrotados), inclusive, dado que las cadenas de cine tienen la costumbre de tener en cartelera brevísimas temporadas salvo excepciones taquilleras, casi siempre churros comerciales, tuve que apelar a cineclubs clandestinos o al internet (que la ley me perdone). Una vez saciado del séptimo arte me di a la tarea de hacer un breve análisis que no me atreví a verter como lo haría con un libro ya que aún no logro mi credencial como crítico de cine. Sin embargo, después de pensar un rato un tema llegó a mi cabeza, la presencia de la literatura en la industria cinematográfica.

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Esto no fue algo que sólo yo noté, varios artículos resaltaron este perfil (ejemplo: “Literatura, la otra protagonista de los Oscar”, publicado por El Universal el 20 de febrero del presente); donde como muestra, cuatro obras que optaban por el premio a mejor película estaban basadas en libros. Pero lo interesante es que la interacción de la literatura ha venido creciendo más allá de simples adaptaciones o versiones de novelas, pues no es algo nuevo que largometrajes se inspiren en la literatura, lo que es novedoso es cómo esta relación se está volviendo más íntima y natural. Lo podemos ver por un lado, y de manera muy clara, en dos grandiosas películas, El gran hotel Budapest de Wes Anderson y Birdman del mexicano Alejandro González Iñárritu. La primera es una estupenda historia que tiene como hilo conductor el mundo literario del escritor austríaco Stefan Zweig.

Anderson con un gran sentido creativo lleva a cabo una obra excelsa, divertidad y aclamada que no deja al descuido nada, desde el guión, la selección de actores, elementos de producción (ganó el Oscar a mejor diseño de producción) y por supuesto su gran dirección. Muchos quizá imaginaron que El gran hotel Budapest se había colado entre el gusto de la crítica y los cinéfilos tan sólo por la firma del director texano, pero el mérito tiene que ser compartido con Zweig porque a pesar de ser un autor poco leído en la actualidad y cuya fama, para algunos críticos, ha perdido gradualmente; sin él no podría haberse concebido la existencia del filme.

En el caso de Birdman, de González Iñárritu, aplica la máxima de Sain-Exupery: “lo esencial es invisible a los ojos”. Tras ser estrenada el año pasado en el Festival Internacional de Cine de Morelia, todo mundo hablaba de lo fabuloso de la fotografía del Chivo Lubezki, del diseño sonoro y del concepto de la película: absolutamente increíble; pero su argumento central, más allá de que el director afirmó que tiene que ver con la lucha del ego y la necesidad de reconocimiento; gira alrededor de una de las obras más importantes del escritor norteamericano Raymond Carter; What we talk about when we talk about love, adaptación teatral que el personaje de Michael
Keaton se aferra a montar en Nueva York a pesar de que por doquier parece estar destinado a fracasar. Volvemos al punto en el que un extraordinario director conjunta todos los elementos creativos para desarrollar algo magnífico, pero lo más interesante es cómo en una sociedad donde la literatura no es tan popular y más aún, el teatro no es, digamos, un arte en apogeo, Iñárritu haya apostado por ambos entes para contar una historia como Birdman o La inesperada virtud de la ignorancia.

Afortunadamente no es la primera vez que la literatura y el cine han hecho estupendas mancuernas, pero en este caso el éxito fue mayúsculo, cada una de las aquí mencionadas logró 4 premios, incluido, según nuestro tema, el de guión (Birdman).

Otro aspecto más sutil, pero igual relevante, es la forma en que los cineastas están concibiendo sus trabajos, con una estructura narrativa muy propia de las novelas norteamericanas de finales del siglo XIX y todo el siglo XX, donde las vueltas de tuerca son sustanciales, el desarrollo de los personajes y los contextos son cuidados con pulso de cirujano, y donde lo que se cuenta es tan importante como lo que se ve, sobre todo en una época en la que la tecnología puede intervenir una película hasta el grado de hacerla “bonita” visualmente sin necesariamente ser buena. No sé exactamente desde cuándo pero los guionistas y los directores han mostrado mayor esmero por el ritmo y la cadencia, por embonar lo mejor posible cada una de las partes para lograr así verdaderas joyas sin tener incluso que apelar a las adaptaciones literarias; por construir personajes con universos propios, con sistemas complejos de pensamiento que hacen frente a sus circunstancias sin artificios inverosímiles. Un ejemplo de esto sería Whiplash, también nominada en la categoría de mejor película, que es desarrollada con un estilo muy literario, en sí una extrapolación de la literatura al cine.

Me alegra, aunque tal vez no a muchos cinéfilos lo haga, que el cine y la literatura se estén llevando tan bien, porque al final como suele decirse, la vida es una historia, y sea cual sea el formato, lo importante es contarla bien para que a los demás les pueda interesar.