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#LibrosAlDesnudo: Correr un maratón, plantar un árbol y NO escribir un libro

Escrito por:Jafet Gallardo

Porque escribir un libro es mucho más complicado de lo que parece.

Por Jaime Garba (@jaimegarba)

La escritura se goza pero se respeta, leer un libro es apreciar el esfuerzo y valor de quien dedica mucho tiempo a desarrollar una historia. Pensemos lo que se necesita para que en unas cuantas páginas se construya un universo que fluya, ande por sí mismo. No es cuestión de sacralizar al escritor, guácala, ya existen quienes sin merecerlo piensan que la literatura es eso: veneración. Se trata de escribir a conciencia, de saber que una obra es un diálogo, y como tal, tiene que ser claro y debe estar a la altura de ambas partes (escritor y lector).

Digo esto porque como editor me he topado con decenas de libros que pueden ejemplificar por un lado, el esfuerzo, el trabajo y la pasión que impregna el que crea, dando como resultado verdaderas joyas que ruegan sean publicadas; y por el otro, personas que creen en esa frase de que en la vida se debe correr un maratón, plantar un árbol y escribir un libro, haciendo esto último como si la verborrea y llenar de páginas a lo loco significara una proeza sencilla. Créanlo, no lo es.

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El problema radica en la infinidad de autores que escriben sintiendo que la vida les debe su arte, que son la última coca en el desierto; son estos escritorzuelos los que manchan el ambiente. No pasaría nada si libros malos se escribieran, pues lo malo hay en todos lados, en la música, en el arte, en la academia, en la cultura, en cualquier lado de nuestra existencia la contraparte “mala” existe. Como dicen, de qué manera apreciar lo bueno si no podemos compararlo en función de aquello que no lo es.

Un libro no se descarta únicamente porque esté mal escrito, porque sería insensato pensar que cualquiera que comience a escribir lo hará con obras maestras, Pero si el nivel de escritura es pésimo y además el autor tiene el ego inflado, el delirium escritorus se vuelve peligroso, venenoso y pudre lo que toca. Entonces desafortunadamente se gasta la vista en esos libros, se venden, roban oxígeno y espacio a los que poco a poco van construyendo a base de perseverancia.

He tenido la oportunidad de leer propuestas como se dice vulgarmente: “escritas con las nalgas”, malos como la carne de puerco en cuaresma, libros que queman de terribles pero que sus autores llegan con la soberbia como tarjeta de presentación, dicen: “quedé en tercer lugar de los juegos florales de Chichicuilillo”, “es mi cuarto libro…autopublicado”, “aparezco en la antología de poetas nacidos en el 2000″, “Claro que leo…Bajo la misma estrella, El alquimista, ya sabes, cosas de ese tipo”. Escritores que en los talleres de creación literaria leen sus borradores como si fuesen versos sagrados y que patalean cuando el maestro de cuento les deja de tarea escribir uno de dos cuartillas para el día siguiente, “¡imposible!”, exclaman, “si en la noche tengo fiesta”. Los que no escriben más que cuando la musa los acecha y después de ver la telenovela o la serie de TV, y que no leen porque lo que hacen es puro y no desean contaminarse de influencias externas; sus palabras les salen desde muy dentro y es lo único que importa.

Ya todo está escrito, dicen los grandes autores, lo reafirman las magnas obras que se han escrito antes de nosotros, hace décadas, siglos, pero sin duda siempre valdrá la pena crear, contar, leer, cuando se es consciente del poder de la literatura.