¿A quién le dan pan y no se lo come? Así decía mi abuela chiapaneca. En esa frase he pensado en estos días cuando pienso en Elba Esther Gordillo, también chiapaneca, recluida en un penal del Distrito Federal que en nada se debe parecer a alguna de sus casas en San Diego, Miami y la Ciudad de México.
Nunca entrevisté a la señora Gordillo. Nunca quiso. La saludé algunas veces en eventos y sostuve un par de conversaciones informales. Nada más. Seguirá siendo, para mí, un pendiente.
En los últimos años, sin embargo, escribí y hablé mucho sobre ella. En radio y en la tele y en las columnas. Me preocupaba entonces y me preocupa hoy una confusión central en nuestra discusión sobre Elba, su sindicato y nuestra educación. Es una confusión que hundió a los gobiernos panistas, que a Elba le encantaba, y que al final ha permeado en la opinión publicada y, me temo, también en la opinión pública.
Ésta es la idea: que la política de educación pública mexicana tiene que pasar por la opinión de los maestros y que si no es así será imposible de ejecutar. La continuación de esa lógica era que siendo el SNTE la única agrupación de maestros extendida por todo el país y con las redes organizativas capaces de tocar a cada maestro, era la organización ideal para que fuera parte de la confección y aplicación de la política educativa.
El clímax de esta perversión es la presentación de la Alianza por la Calidad Educativa durante el sexenio de Felipe Calderón.
Ese documento era firmado por la SEP y el SNTE en igualdad de circunstancias. Ahora sí que como dirían algunos: como si fueran iguales. Para ese día ya todo era un batidillo. Un organización gremial, conformada para defender los derechos laborales de sus afiliados, metida a hacer currícula educativa y planes de estudio. Por aquellos días me topé una frase –de un líder sindical del magisterio estadounidense– que después repetí hasta el cansancio: “Cuando los alumnos paguen cuotas sindicales, entonces defenderé sus intereses”. Más claro, ni el agua.
Estaría en el interés del Estado mexicano, es decir de todos los mexicanos, que los maestros trabajaran más, a precios más baratos, que tomaran menos vacaciones y que utilizaran ese tiempo para capacitarse y actualizarse, que no tuvieran otras chambas, que se sometieran a rigurosos procesos de control de calidad…Muchas de estas cosas van en contra de lo que cualquier líder sindical querría. Para que sus agremiados lo quisieran, el líder sindical debe lograr que trabajen menos por más dinero. Con más vacaciones y menos exigencias. En estos tiempos ya nadie se cree lo del apostolado y el sufrimiento. Los maestros no son más ni menos seres humanos que el resto. Y el resto lo que quiere es ganar más, trabajando menos y con menor supervisión.
La siguiente confusión es ésa de que nadie sabe más de educación que los maestros y por tanto sin ellos es imposible mejorar nuestra educación. Falso. No es lo mismo dar clases que hacer política educativa, escribir planes de estudios, idear nuevas formas de organización escolar, administrar demográfica y geográficamente las escuelas… ¿En serio el profesor de geografía de sexto de primaria es el ideal para discutir en asamblea eso? Lo que una reforma educativa necesita son buenos diseñadores de políticas públicas. Los maestros –entre muchos otros– estarán ahí para dar clases. Las que se les indique, cuando se les indique.
Los panistas le entregaron a Elba Esther la facultad de hacer política pública. Y pues sí. ¿A quién le dan pan que no se lo coma? Fue ese empoderamiento el que le dio la sensación de inmunidad que hoy la tiene en la cárcel. Le daban y ella aceptaba, pedía y le volvían a dar. Novatos en este tipo de negociaciones, los blanquiazules vivían temerosos de la señora e insistían que sin ella nada se podría hacer. Le dieron el ISSSTE y la Lotería Nacional, como si algo tuviera eso que ver con la educación. Y ella, con gusto lo tomó.
Ésa es una diferencia fundamental con otros líderes sindicales del corporativismo mexicano. Carlos Romero Deschamps nunca ha querido diseñar la política petrolera del país. Elba sí se la creyó y ahí el choque fue inevitable, el ganador predecible.
Todo esto importa hoy porque lo que debería cambiar en los próximos meses y años es esa idea de que sin el consentimiento de los maestros –organizados a través de su representación sindical– no hay reforma.
El sindicato está ahí para defender los intereses laborales de sus representados. Y eso lo tendrá que poner en tensión con su patrón, el Estado mexicano a través de la SEP, que le debe exigir más, mejor, y a menor costo. Así es la cosa.
Cada quien en su lugar.
Si algo así no sucede, el sacrificio de la señora Gordillo habrá sido inútil.
Este video te puede interesar