El otro día, durante el sueño, mi cerebro no me llevó a mis acostumbrados encuentros con morras sabrrrroousas, sino a otra reflexión menos cachonda, pero puede que más útil.
Soñé que Coca-Cola mandaba una expedición a la luna y ponía una estructura giratoria de acrílico que todas las noches de luna llena mostraba al mundo el nombre de su refresco dándole vueltas a la tierra.
Cuando desperté me pareció una gran idea, que espero que nunca se les ocurra a los creadores de las aguas negras del imperialismo yankee. Sin duda, los anuncios en la luna podrían ser el siguiente paso.
En la búsqueda de mostrar su producto o servicio en espacios que usualmente no están destinados para vender (sino sólo para vivir), las marcas cada día ponen en práctica una forma más rara y lacra que la anterior. Comprendo que atasquen la televisión, el radio o internet con anuncios, finalmente para eso están esos espacios, pero me caga que ahora crean que cualquier espacio en blanco es digno de patrocinarse.
Lo peor es cuando esos espacios tomados por la publicidad ni siquiera están en blanco, están ocupados con paisajes naturales o urbanos cuya función es hacernos sentir que vivimos en una ciudad y no en una revista. Parecería que ahora ver el horizonte en la ciudad es un lujo y la excepción en lugar de la norma.
Y es que mientras me trasportaba por la ciudad y pensaba en lo que iba a escribir en este artículo, me sorprendió, después me enojó y al final me asustó darme cuenta de que ya que se han llenado todos los espacios libres. Las paredes de cualquier edificio están adornadas con carteles y fotografías publicitarias. En el mejor de los casos, una sabrroosa morra anuncia hielos o ropa interior o Angelique Boyer anuncia chichis, digo papas, y te pregunta: ¿Se te antojan? Pero en la mayoría de los casos sólo son anuncios culeros promocionando algo que a nadie le importa.
La urgencia por comunicar y por ser relevante ha creado formas muy bizarras de hacerlo. ¿Qué es esa mamada de quererse ver en el espejo de un baño y en lugar de admirar tu reflejo (que en mi caso es muy sensual), ves una pinche publicidad de un crédito automotriz? ¿A qué hemos llegado cuando al acercarte a ver a la vieja en minifalda feliz con su nuevo Ford Fiesta desaparece y nada más ves tu jeta de idiota reflejada en el espejo? Eso está peor.
Espectaculares, parabuses, vallas, paredes, puentes. Cualquier espacio puede anunciar, pero también cuesta y no a todos les alcanza para invertir en ensuciar la ciudad con sus mensajes. Lo chingón es que tienen una opción para hacerlo barato y no dejar de contaminar visualmente nuestras vidas.
Ahí están los infelices de esas grandes papelerías que anuncian sus ofertas con unas lonas sostenidas por unos edecanes frustrados porque, por su fealdad y falta de talento, están destinados a cobrar un sueldo ridículo por esperar su turno entre el rojo y el verde de un semáforo, para poderse poner frente a los coches y así obligar a los conductores a ver cuánto cuesta el toner o el nuevo multifuncional y, de paso, obstruyendo cualquier vista que no sea la de esa “atractiva oferta”.
Digamos que la única forma de evitarlos es cerrar los ojos. Lo que nos muestra una triste realidad: Hoy cualquier güey puede ser dueño de tu paisaje por unos cuantos pesos. Ya si va a ser así, por lo menos deberían poner unas morras chidas que embellezcan la ciudad, o ya de jodido que sonrían un poquito para no transmitir tanta “lloradez” al trayecto.
Después están los que les toca pedalear por toda la ciudad para ir mostrando el agua que te limpia y te motiva a hacer ejercicio (aunque sea entre coches y camiones). No es mal pedo, pero en lugar de inspirar, estorban, aunque por lo menos no contaminan como su versión motorizada que trasporta una pantalla de leds que cumple a cabalidad la triple función de contaminar a lo pendejo, generar tráfico y mostrar la nueva línea de electrodomésticos.
En una de esas soy un pinche viejo rezongón y ortodoxo, pero creo que deberían prohibirse esos carteles ambulantes. No están transportando nada, no están llevando a alguien del punto A al punto B, simplemente están dando el roll a lo pendejo para anunciar de forma barata alguna onda del interés de algún empresario magnate.
Hoy las marcas se anuncian en la calle con formas dizque creativas y originales como graffiti, esténciles en topes y banquetas, en carteles, lonas y pancartas, en restaurantes con espejos, manteles y servilletas, en Internet, en el cine, en la tele y la radio, en forma de arte, en obras publicas, en donaciones disfrazadas de caridad, en eventos con edecanes y modelos.
Lo único que falta es que los velorios sean susceptibles a ser vendidos a las marcas: un varo y el ataúd es en forma de barra de chocolate, o una boda con inflables de cerveza o botargas de GNC.
Yo también podría salir a pintar las calles con el logo de Zaresdeluniverso.com y llenar los puentes peatonales con mantas o imprimir millones de volantes y plagar las calles con basura mediática. Esto seguro no es ilegal, pero sí antiético.
Muchas marcas no han entendido que no se trata de meterte su nombre a las de a huevo, sino más bien hacer algo de huevos para que se te meta el nombre para siempre.