La fierecilla domada
Por:
Jafet Gallardo
05 Jun 2018
—¿Quién crees que acaba de irse de aquí? Si la identidad de la voz al otro lado de la línea […]
—¿Quién crees que acaba de irse de aquí?
Si la identidad de la voz al otro lado de la línea anticipaba ya la respuesta, la crueldad dirigida con que era proferida la pregunta, a todas luces retórica, no daba lugar a duda. Y es que, de todos quienes envidiábamos a E. por su trabajo como asistente de Antonio Banderas durante el rodaje de La máscara del Zorro, ninguno le cultivaba más resentimiento que yo. Y no por haber mutado en una suerte de confidente del Chico Almodóvar por antonomasia, ni por acompañar de shopping a su Melanie Griffith. Aunque, sí, lo que envidiaba del trabajo de mi amigo era su acceso constante a una de las mujeres de su entorno familiar: su suegra.
—Deja de torturarme. Ya sé: Tippi.
En efecto, por su trabajo veía a menudo a Tippi Hedren, la madre de Melanie, la suegra de Antonio, pero sobre todo la obsesión personal de Hitchcock, evidenciada en dos de mis cintas favoritas de su filmografía –Los pájaros y Marnie–, y, merced a ellas, también la mía. A los pocos minutos, a un tiempo sobreexcitado y desolado, telefoneaba yo a mi amiga A. para referirle la incordiante llamada:
—¿Sabes para qué acaba de llamarme el grandísimo cabrón de E.? ¡Para presumirme que Tippi Hedren acaba de enseñarle a hacer Bloody Marys!
—¡Pero, bueno, Nicolás! ¡Deja ya tu obsesión con esa mujer! ¡Podría ser tu abuela! (Claro que siempre has tenido un crush con tu abuela…)
—Te informo, querida, que Tippi Hedren tiene los 68 años mejor llevados del mundo. ¿Qué no la viste a los 60 al final de Pacific Heights? ¡Una diosa! ¡Una reina!
—¡Una ruca, qué…! Rarísima, además. Esa mujer me da miedo desde que era joven. Tiene algo como maligno.
Debí admitir entonces, como ahora, que la observación de A. era no sólo pertinaz sino pertinente. Rubia, de porte aristocrático y belleza hierática, elegantísima, en sus incursiones hitchcockianas –únicos hitos de una filmografía integrada en su resto por expedientes prescindibles– Hedren acusa siempre, sin embargo, algo un poco irreal, un tanto ausente y, al mismo tiempo, el atisbo de algo inescrutable si no es que terrible. Ante la sentencia de mi amiga no pude evitar recordar esa secuencia de Los pájaros en que, incongruente playgirl de gran ciudad en un poblacho que ha sufrido inexplicables ataques aviares coincidentes con su arribo, la bella enfrenta la ira de una histérica local: “¡Dicen que todo comenzó con tu llegada! ¿Quién eres? ¿Qué eres? ¿De dónde has venido? ¡Tú has causado todo esto! ¡Eres malvada… malvada!”. Nada lógico apunta a que la presencia de la divina garza haya traído consigo los ataques de las aves mortíferas y, sin embargo, así es.
En la cinta Hedren es, eso sí, una predadora sexual: ha llegado ahí en pos de un hombre y, en su ataque amoroso, ha de subvertir el apacible equilibrio social de la comunidad, acaso ayudada por las fuerzas de la naturaleza. Al final escapa del pueblo en ruinas del brazo del galán, librada de su rival pueblerina por obra y (des)gracia de las aves asesinas, acunada por la madre del cortejado, quien en un primer momento le hiciera sufrir su rechazo. ¿Es un animal –un hermoso animal– ella misma y por tanto tiene pacto con sus semejantes? De ser así, el costo es altísimo: su triunfo la deja picoteada y sangrada, cercana al quiebre psicótico. Así son las alianzas entre bestias.
En su segunda película a las órdenes de Hitchcock, Marnie, Tippi encarna a una mujer patológicamente frígida, incapacitada para relacionarse con lo masculino, aunque con una excepción a esa regla: su caballo, único ser al que expresa afecto físico y verbal. ¿Curiosa coincidencia? Más todavía si pensamos que, tras su fugaz estrellato, Miss Hedren ha venido dedicándose a la protección de especies amenazadas, particularmente de leones. “Quizás haya algo en los que tenemos gran afinidad con la naturaleza”, declararía décadas después la fierecilla domada, cuestionada al respecto, “y bien puede que Hitchcock haya detectado eso en mí”.
Ya rugiste, Tippi.
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