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La fama pasajera

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
La fama es voraz, porque si no se alimenta todos los días y todas horas, te  traiciona. Muchos personajes que […]
La fama pasajera

La fama es voraz, porque si no se alimenta todos los días y todas horas, te  traiciona. Muchos personajes que alguna vez estuvieron en boca de todos,  hoy se encuentran en el más profundo olvido.

Por: Facundo

Hace poco más de un mes fue el primer debate presidencial. Sí, ese en el que López Obrador puso la foto al revés, Quadri se dio a conocer con la gente y los otros dos siguieron en su mismo pedo de siempre.

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Pero si tuviéramos que resumir esa noche en una sola palabra, esa palabra sería “Tetotas”. Y es que ni las necedades de los candidatos lograron quitar el brillo a la edecán de pronunciado escote y generosos pechos que salió ahí y cuyo nombre no recuerdo.  Muchos pensarán que es imposible que no lo recuerde por todo lo que se dijo de ella; las entrevistas en programas de radio, las fotografías en Facebook y los chistes en Twitter. Pero lo que es una realidad es que a poco más de un mes de distancia, su nombre y, por desgracia, su silueta, gradualmente se han ido borrando de la memoria colectiva: La edecán del debate es un caso más de lo que se denomina “Fama pasajera”.

Esta época es ideal para que ese fenómeno se replique una y otra vez. Sí. En el pasado también había famosos pasajeros, pero casi siempre estaban ligados a alguna aportación que iba desde lo musical o actoral hasta lo político. Hoy bastan 13 segundos de exposición mamaria para que un país entero se vuelque a hablar de alguien y de pronto todo el interés esté en esa persona; todas las conversaciones y la creatividad popular. La  multiplicación de medios y el acceso fácil y directo de cualquier usuario a ellos han servido como un megáfono gigante al servicio de la gente. Un megáfono que crea o destruye reputaciones, instituye tendencias y como lo dije antes, potencia la fama pasajera.

“La Chiquitibum” en los ochenta, una mujer que adquirió notoriedad, jugosos contratos (como sus pechos) y un sobrenombre inolvidable gracias a un comercial de chela, y que hoy sólo causa curiosidad cuando nos preguntamos: ¿Cómo estarán, a 26 años del Mundial que la hizo famosa, las carnes de aquella sensual mujer? Ella es un ejemplo claro de la fama fugaz.

Otro ejemplo es toda la camada de habitantes del primer Big Brother, que de la noche a la mañana se convirtieron en nombres conocidos y cercanos a los mexicanos. Nombres que el tiempo y la inactividad pública han ido borrando de la mente de quienes en un momento los siguieron en los detalles más irrelevantes de su vida íntima… ¿Quién puede presumir (si es que acaso es algo que presumir) que se acuerda de los nombres de esos 12 personajes encerrados en una casa? ¿O eran 13?

La fama es una compañera ingrata. Mucha gente la desea por los motivos evidentes: notoriedad, capacidad duplicada de apareamiento, anulación de la necesidad de presentarse, atención instantánea de la mayoría de las personas que se cruzan por tu camino, cosas gratis, halagos constantes, temas de conversación garantizados y muchas otras fantasías que se tienen acerca de la fama.

Pero la fama es como un perro de esos grandotes, lanudos y babeadores. A los que se les ve de poca madre el pelo cuando les brilla, pero que para que lo tengan así se les tiene que alimentar con productos carísimos y constantemente. Son un barril sin fondo cuando de comida se trata. A su vez, como a los perros, a la fama hay que alimentarla con talento y propuestas o ya de perdis con actos, apariciones y escándalos. Cada minuto fuera del ojo público, es un minuto más que te encamina hacia el olvido.

Y es por eso que hay tantos famosos fugaces. ¿Se acuerdan de aquel chavito de nombre Jimmy que cantaba en los teletones? El niño que a todo mundo conmovió con su voz y su discapacidad, que no sabías  bien cuál era, pero que hacía que la canción de Pedrito Fernández, “Yo no fui”, se escuchara más tierna cuando él la interpretaba.

Como era de esperarse, Jimmy se volvió famosísimo y después de eso empezó a dejar de serlo, a pesar de los intentos de su mamá, que lo llevó a cantar la misma canción a cuanto programa se pudo: eventos, firmas de autógrafos y cualquier espacio en el que pudiera cantar y así tratar de evitar lo inevitable… el olvido.

En política, el ejemplo de Juanito es el más ilustrativo. Hablaron de él en las noticias, en los programas de espectáculos, fue candidato, fue ex candidato, fue actor, hizo fotos semi-eróticas, hablaron de él en Tercer grado y después… Adiós. Él hizo todos los intentos por recuperar la atención mediática y su lugar en las conversaciones de sobremesa, incluyendo intentar lanzarse como candidato independiente a la presidencia, propuesta que podría ser célebre por su contenido implícito de comedia más que por su viabilidad.

Realmente no entiendo ese afán de la gente por permanecer famoso. La fama tendría que ser una experiencia más, como cuando vas a la prepa. Ya, fuiste, te la pasaste de poca madre, te gradúas y a lo que sigue. ¿O acaso suena lógico reprobar y reprobar sólo para seguir siendo prepo?

Es larga la lista de acciones de aquellos quienes buscan agarrarse con uñas y dientes de la fama: Hacer escándalos, encuerarse, inventarse un romance rarísimo o dejar que te metan botellas por el ano unas chicas buena onda. Pocas veces esto funciona. Todo es parte del espectáculo más triste del mundo: El espectáculo de aquel que trata de recuperar un poquito de lo que nunca realmente tuvo.

No quiero con esto matar sus sueños de ser famosos. Si es lo que quieren y les late esa onda, adelante. Pero no se claven cuando dejen de serlo. No chillen pues y menos hagan intentos, ya más bien dolorosos, para recuperar su fama. Deben tener en cuenta que ésta es como la vida: desde el momento en el que la obtienes, la empiezas a perder.

www.facundo.tv

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Jafet Gallardo Digital Editor Periodista de formación. Creador de contenidos, analista, especialista en viajes, entretenimiento y estilo de vida.
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