Rubem Fonseca escribe de manera exquisita y en este libro combina lo narrativo, lo ensayístico, lo biográfico y lo cinematográfico.
Por Arturo González Canseco
Carlos Gomes es brasileño y es un ejemplo del espíritu decimonónico que hizo de la expresión artística un ánimo vital infrenable. La música como expresión sublime de lo más íntimo y las aspiraciones universales de trascender. Para dilucidar la esencia del protagonista estas breves líneas extraídas de las primeras páginas:
“Carlos habla cariñosamente, procurando convencer a la novia. Quiere que ella se enorgullezca de él; para eso, necesita mostrar sus capacidades como artista. Un día el emperador aplaudirá su música. Sabe que puede parecer una locura, pero él quiere ser como Verdi. <Por qué crees que dormí abrazado tanto tiempo a una partitura de Il Trovatore>…”
Asistimos entonces al trayecto del músico en busca de la consagración. Va a Italia y de esa manera sus óperas encuentran la proyección necesaria. Carlos Gomes, sin embargo, enfrenta las vicisitudes de lo ajeno. De ahí el mote, el brasileño es para los europeos una excentricidad, ¿un salvaje que compone? Inconcebible para ellos. Uno de los puntos cruciales del libro es la revisión del arte y el exilio, todo lo que esto conlleva.
Fonseca demuestra con este libro por qué es, para muchos, el escritor vivo más importante de Brasil. Tomó como base la figura real de Antonio Carlos Gomes y la noveló de manera admirable. Más allá de la leyenda de este primer músico del continente americano que triunfó en Europa, en El salvaje de la ópera se encuentra la compleja pintura de una época y un personaje muy singulares.
Rubem Fonseca comenzó a escribir a los 38 años de edad y lo sigue haciendo a sus más de 85. Una de las grandes plumas de la literatura universal que ha creado libros fundamentales para seguir en la interminable reflexión en torno al hombre, el arte y la vida.