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El gran negocio de votar y ser votado

Escrito por:Jafet Gallardo

Aquel domingo de julio me tocó verlos en varias casillas.

Un par de individuos llegaban al lugar de la votación, entraban a la casilla y buscaban a los representantes de los partidos acreditados frente a los funcionarios electorales. Sacaban algún tipo de cuaderno, revisaban que los nombres ahí anotados coincidieran con los que estaban registrados, saludaban y se iban.

Lo vi con representantes del PT y del PRI; pero tengo otros testimonios en relación a perredistas y panistas.

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Todo normal, me dirán. El supervisor de la estructura electoral está comprobando que aquellos hombres de partido que se comprometieron a representar a un candidato lo estén haciendo. En verdad está haciendo algo más importante, está haciendo de reloj checador móvil; comprobando que a quien le pagó o le pagará, haya hecho la chamba.

Porque no se si usted, querido lector, lo sabe pero la inmensa  mayoría de esos representantes de casilla cobran por su día. Unos cobran $500, otros más. Hay 145 mil casillas en un día de elección, cada partido tiene derecho a un representante, saque usted sus cuentas.

Decir que nuestra democracia electoral es muy cara es un cliché. La mayoría de las democracias lo son.

La discusión central debe ser cuál es el lugar del dinero en la elección. ¿Cuánto pesa? En México, por desgracia, pesa demasiado.

Como en otras áreas de nuestra vida pública, los malos hábitos terminan convirtiéndose en costumbre y la repartición de dinero es el factor sine qua non de nuestras elecciones. Hay que pagar a los que llenan las plazas y a los que entusiasman a los votantes casa a casa. Hay que pagar a los medios para que se comporten. La política en la calle ha perdido cualquier rastro de pasión voluntaria, salvo, tal vez, en los sectores más lopezobradoristas de la izquierda, y aún ahí son muy pocos los que no piden “apoyos”.

Esta danza de millones tiene su origen en la intención de quienes diseñaron el sistema que debía sacar al gobierno de la jugada electoral. En aquel entonces era central dar las mismas herramientas a la oposición que ya tenía el gobierno y por lo tanto el PRI. La principal de esas herramientas era dinero que el PRI tenía a montones gracias a transferencias legales e ilegales desde los gobiernos locales y el federal. Si en verdad queríamos que la oposición compitiera, teníamos que darle dinero. Y se lo dimos a montones. A cada uno de los partidos según los votos que hubiera obtenido en la campaña inmediata anterior.

Y los partidos lo gastaron. A veces en ellos mismos, otras veces en campañas y estructura y oficinas. Crearon burocracias permanentes y temporales que imaginaron, hoy aún imaginan, que la política es dinero. Cargar una bandera, gritar una consigna, acarrear a un vecino debes ser correspondido en monetario.

Y así aquella buena intención se convirtió en un monstruo.

La voracidad por dinero y el gasto de los partidos crearon escándalos al por mayor: Pemexgate, Amigos de Fox. Con un pequeño detalle: a pesar de que están establecidos topes de gasto, las sanciones por rebasarlos son siempre pecuniarias. He ahí el meollo de nuestro lío. Todos los incentivos están alineados para que los partidos cada vez gasten más y más.

Resumamos: El dinero es esencial en nuestras elecciones. El gasto marca diferencias a la hora de las votaciones. Si uno gasta más de lo permitido, el único costo es económico, pero…y aquí está la clave…si se consiguen muchos votos, se consigue mucho dinero en la próxima repartición; así que se podrán pagar las multas y de todas maneras el ganador se queda con el premio más anhelado: el poder, la curul, la silla, el palacio.

Además las reglas para informar de cuánto se gastó un partido en una campaña son –seré  generoso—un flan para cualquier contador que sepa manejar un Excel. Todo es cosa de acomodar cada gasto en la casilla correcta y como acto de magia, ninguna campaña se excederá en sus gastos.

En 2007 los diputados volvieron a transformar la ley electoral con relación al uso del dinero y prohibieron que los millones se utilizaran en comprar publicidad en los medios de comunicación electrónicos concesionados. Ese reparto le tocó al Instituto Federal Electoral que, por cierto, los reparte con el mismo criterio que el dinero: más al que más tiene. ¿No tiende eso a perpetuar al ganador?  Tema para otro texto.

De regreso al dinero.

Como Pemexgate y Amigos de Fox; la palabra más recordada de esta elección será Monexgate. Una vez más es un escándalo de dinero el que marca una elección. Esta vez por el complicado, oscuro, sospechoso mecanismo que utilizó el PRI para repartir recursos a sus operadores electorales en el país. Mecanismo  que parece diseñado para ocultar el origen y el destino de millones y millones de pesos.

Ya vendrá una nueva reforma las leyes electorales.

Me temo que de poco servirá. 

En el país, política y dinero son una misma cosa.

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