El gol del siglo: No sólo es futbol

La infancia, territorio sagrado donde los sueños se alimentan de las pasiones más intensas, pero, sobre todo, innecesarias. Así arranca esta crónica, entre susurros de nostalgia y ecos de gloria bañada en un “ya merito”. Un relato que se sumerge en los recuerdos del autor, un pirata en el océano tumultuoso del futbol: las olas del pasado chocan con las rocas del presente.

Imagínense, queridos lectores, un mundo —el mío— donde el balón es el sol que ilumina las esperanzas, y las porterías son los polos magnéticos que guían los destinos. Esta es la historia de este cronista que fue arrojado apenas dos años después de la “Mano de Dios” y dos antes de la Alemania Federal levantando la copa en Italia, en aquel famoso cachirulazo por parte de los mexicanos.

Para la Copa del Mundo de Estados Unidos ‘94, con apenas seis años de vida, ya portaba con orgullo los colores de los extintos Toros Neza; el uniforme folclórico de Jorge Campos; el jersey y los pantaloncillos blancos resaltando el puma dorado; las franjas rojas y blancas del Necaxa, sin faltar nunca la camiseta verde con el calendario azteca en el fondo.

Pero el tiempo, ese cruel árbitro, no perdona ni a los más fervientes seguidores. Treinta años después, el autor revisa su armario y encuentra apenas vestigios de aquella época dorada: un jersey de la selección mexicana y otro del Necaxa. Símbolos descoloridos de un pasado glorioso, testigos mudos de las batallas libradas en campos de juego polvorientos y estadios iluminados por la pasión desbordante de una hinchada enloquecida. Aquel Necaxa vs Atlas en el majestuoso Estadio Azteca donde el clima alentaba a los rayos con una tormenta eléctrica.

Así es la vida, un constante ir y venir de sensaciones donde el fútbol se entrelaza con la memoria, creando un tejido de recuerdos imborrables que nos acompañarán hasta el último pitido del árbitro.

La magia del fútbol es un viaje sin retorno, un recorrido por los rincones más recónditos de la emoción humana. En la memoria del autor, el Mundial de Francia ‘98 se erige como un monumento imponente, el primer capítulo de una saga épica que aún resuena en los recovecos de su mente.

Recuerdos entrelazados con la fantasía de la infancia, donde el tiempo se de- tenía y las responsabilidades se desvanecían como el humo de un cigarro en el aire. ¿Fue acaso un mes de vacaciones concedido por la realidad o simplemente un sueño dorado tejido por la imaginación infantil? La certeza se desvanece en el viento, pero lo que permanece imborrable es la pasión desbordante por cada encuentro disputado en aquel torneo.

La victoria resonante con Corea del Sur, el vibrante empate contra Bélgica y la gesta heroica frente a los Países Bajos, un partido que hizo palpitar los corazones de toda una nación. Los goles de Ricardo Peláez y el épico tanto del Matador en el último minuto, momentos inolvidables que se grabaron a fuego en la memoria colectiva de los aficionados mexicanos.

10 de las futbolistas más sexys del mundial

Pero como en toda gran epopeya, el destino tenía preparada una última prueba. El enfrentamiento contra Alemania en la siguiente ronda, un duelo que evocaba los fantasmas del pasado. Aunque el resultado no fue el deseado, el autor sabe que en la derrota también reside la grandeza, pues en cada gol, en cada lágrima derramada, se forja el alma indomable de un verdadero aficionado al fútbol.

Así concluye este relato, entre suspiros de añoranza y destellos de esperanza, porque en el vasto universo del fútbol, cada derrota es solo un preludio para la próxima victoria, y cada recuerdo, una chispa que enciende el fuego eterno de la pasión. No sólo es fútbol.