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El arte de quejarse

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
Hay quienes han hecho de las reclamaciones una forma de vida. A ellos, Facundo les ofrece un manual para distinguir […]
El arte de quejarse

Hay quienes han hecho de las reclamaciones una forma de vida. A ellos, Facundo les ofrece un manual para distinguir los usos y costumbres de la queja.

Por: Facundo

¿Qué hacer cuando se está en la cola del banco? ¿Ver el celular? No, se supone que está prohibido. ¿Leer un libro? No, ¡qué hueva estar cargando un libro para todos lados! ¿Quejarse? Ándale… eso sí.

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El otro día, estando en el banco, fui testigo del nacimiento de una amistad. Todo empezó con una voz de hombre que dijo después de una espera no mayor a 15 minutos:  “¡No puede ser! Estamos treinta cabrones aquí y sólo tienen dos cajeros.” De inmediato una mujer agregó: “Sí y les vale ver cómo está la fila, se la llevan leve”.

No pude resistir la tentación de voltear para ponerle cara a los quejosos bancarios. El hombre era normal y la mujer también, así que no voy a ahondar en descripciones inútiles para llenar más espacio y así acabar el artículo en chinga para poder irme a comer las tostadas que mi esposa me preparó para cenar.

Pero sí contaré que pronto los quejosos tenían una causa común, un punto de convergencia, una razón para ser empáticos. La queja los había unido. La fuerza del pancho los había convertido  en un equipo. Un grupo de desconocidos trabajando hombro a hombro, grito a grito, insulto a insulto para quejarse. Y es que quejarnos a todos nos sale muy bien, lo hacemos sistemáticamente desde niños.

Empezamos quejándonos de la maestra, de la cantidad de tarea, de que nuestros hermanos nos molestan, de que falta mucho para las vacaciones, de que no nos compraron lo que queríamos, de que tenemos que comer verduras.

Y así continuamos en la adolescencia quejándonos de que tenemos un barro, de que la vieja que nos gusta anda con otro, de que los papás no creen que el fut es una carrera y obvio otra vez de la maestra. Crecemos pensando que es normal porque lo escuchamos en todos lados. Mamamos quejas desde niños. La queja es un arma poderosa por su gran capacidad de moldear las acciones de quien las recibe. ¿No entendieron mi elucubración filosófica? Pues están muy chavos… Se las explico más fácil en mi manual rápido para el uso de la queja.

Uso de la queja No. 1 La queja para que te regalen algo.

Este uso es el más socorrido entre las mujeres. Ellas se quejan de algo que a su vez sirve como insinuación de que quieren otra cosa: “Ay, mi bolsa ya está súper madreada, a ver si no un día se me caen todas las monedas en plena banqueta”.

“Ay, mis zapatos ya dan pena, se me hace que no voy a ir a la fiesta. Para dar puras vergüenzas mejor me quedo en mi casa.”

La necesidad se establece a través de la queja. En los anteriores ejemplos, las mujeres no se están quejando sólo para desahogar su enojo o frustración. La anterior tiene un mensaje muy sencillo: “Cómprame una bolsa, güey, regálame unos zapatos, cabrón.” ¿Funciona? La neta, sí.

Uso de la queja No. 2 Para mejorar la percepción sobre ti.

Cuando te quejas de algo a posteriori, o sea después del pedo, el haber resistido la situación te convierte en una especie de héroe. Ejemplo: “Hice dos horas de camino del trabajo para acá, pero gracias a Dios, ya llegué” o “Me quedé hasta las 3 de la mañana terminando la presentación, pero por lo menos ganamos el proyecto.”

La queja establece que hubo un gran reto a vencer y con la fuerza del carácter se logró. En otras palabras eres una verga. O en otra lectura eres una víctima que merece trato especial por lo que “sufriste”. A mi parecer éste es el más detestable de los usos de la queja y en mí funciona muy mal. ¿Mucho tráfico? Cómprate una bici. ¿Mucha chinga la presentación? Hubieras sido famoso.

Uso de la queja No. 3 Para conseguir descuentos.

Vas a un restaurante: el mesero se tarda de más, la sopa está fría, está demasiado caliente, el pan está duro, la mesa se mueve, hay un negro en la mesa de junto. Las razones para quejarse en un lugar que provee un servicio son infinitas y si el lugar es medianamente bueno hará lo que sea por que el cliente (quien siempre tiene la razón) esté tranquilo y feliz y muy probablemente le regalen algo, le hagan un descuento o hasta le pichen la cuenta para que no haya más pedo.

Y es que ahí reside otro de los poderes de la queja, el poder de acabar con una reputación. La reputación de un lugar, de un empleado o de una compañía entera.

Por ejemplo, una de las principales labores de aquellos quienes manejan las redes sociales de algunas marcas o compañías es no sólo atender las quejas, sino desviar la conversación cuando las quejas se hacen presentes. Ahora las quejas tienen una voz que llega a cientos o incluso a miles de oídos y obvio las marcas no quieren que esto suceda, por lo que se gastan una lana en tener a güeyes echándole ganas para que el timeline esté lleno de cosas positivas y no al contrario.

Pero bueno, ya me desvié  de la lista.

Uso de la queja No. 4 Para ganar poder sobre la pareja

Este uso es tal vez uno de los más sofisticados de la queja. Tu vieja hace algo que ni te molesta pero que podría molestarte, entonces tú aprovechas para sí hacerte el enojado sabiendo que eso te significa la posibilidad de estar “al mando” por lo menos un día. Ella te debe algo, estás enojado, te quejaste… ganaste.

¿Funciona? No sé… Nunca lo he aplicado. Bueno, una vez pero hace mucho y ya no me acuerdo qué pedo.

Lo que es una realidad es que la queja causa males internos, pues casi siempre está relacionada con la ira, el estrés, la histeria, pues, y esto a nivel fisiológico está del culo. Se segregan sustancias como el cortisol que afecta la manera en que el cuerpo reacciona ante los estímulos, desgasta la maquinaria y en un abrir y cerrar de ojos eres un ruco amarguetas con el que nadie quiere estar.

La queja, como el chupe, con moderación es más sabrosa.

 

www.facundo.tv

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Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo Digital Editor Periodista de formación. Creador de contenidos, analista, especialista en viajes, entretenimiento y estilo de vida.
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