Junto al salto majestuoso de Pelé en el primer gol de la final de 1970, el tanto de Maradona a los ingleses en 1986 o el rostro en éxtasis de Marco Tardelli tras su anotación en la final de España 1982, una de mis primeras imágenes de un Mundial es la de Eusebio disparando a gol en Inglaterra 1966.
La vi en un viejo documental sobre la historia del futbol que sólo abarcaba hasta México 1986. Ahí, Eusebio era descrito como un jugador fuerte, rápido y potente: un goleador implacable. Recuerdo la impresión que me causó ver los tantos con los que echó a Brasil –con un Pelé que salió lesionado– de la Copa del Mundo en el país británico, y después sus lágrimas cuando la selección portuguesa cayó eliminada 1-2 ante Inglaterra, que ganaría a la postre el Mundial. Sí, Eusebio era de esos futbolistas que jugaban a otra velocidad. Tenía un remate fuerte y certero, parecía suspenderse en el aire con cada tiro. Después supe que había anotado cuatro goles ante Corea del Norte para lograr la remontada de Portugal (4-3) en la misma Copa del Mundo.
Uno puede poner su talento en perspectiva al entender que se enfrentó con las grandes leyendas futbolísticas de su tiempo: Alfredo Di Stefano, Bobby Charlton, Pelé. Al igual que a este último, Eusebio venció a Di Stefano en la final europea de 1962, anotando 2 goles para el global de 5-3 que elevó al Benfica sobre el cuadro merengue. “Fui el mejor jugador del mundo, el máximo goleador de Europa, lo hice todo salvo ganar un Mundial”, declaró una vez.
Apenas el pasado domingo 5 de enero, “La pantera negra” dejó de existir. Los periódicos en Portugal le rindieron homenaje. “O jogo” lo calificó de eterno. “A Bola” también le dedicó su portada. Medios internacionales le dedicaron espacios. Pero parte de la historia de Eusebio sólo puede entenderse al notar las circunstancias de su vida. El jugador, de ascendencia bantú, nació en 1942 en Maputo, Mozambique –entonces una colonia portuguesa de ultramar– y al principio jugaba descalzo, “por un sándwich y una Coca”, como dijo en una entrevista.
El Mozambique del niño Eusebio era un país empobrecido, falto de oportunidades, dominado por las compañías portuguesas que aprovechaban los recursos minerales sin dar beneficio a la población nativa. Los pobladores también habían sufrido políticas de trabajo forzado en las minas y las plantaciones azucareras, en condiciones similares a las de Sudáfrica. Proveniente de una familia negra con siete hermanos, las habilidades y el físico del todavía adolescente lo llevaron desde su pequeño club en Mozambique hasta ser peleado por las escuadras más poderosas del balompié luso: el Sporting de Lisboa y el Benfica. Ese último equipo se quedaría con él y Eusebio escribiría ahí sus páginas más gloriosas entre 1960 y 1975.
Eusebio se asumió portugués y descolló con aquella victoria sobre el Real Madrid de Di Stefano. A los 23 años fue reconocido con el Balón de Oro. Se convirtió en el máximo goleador del Mundial de 1966 con nueve anotaciones. En Portugal, se convertiría en el ídolo indiscutido. Registró 727 goles en su carrera según uefa.com, con un promedio que supera el gol por partido. Consiguió doce ligas domésticas, cinco copas de Portugal y una Liga de Campeones de Europa.
Fue tal su valía para el pueblo portugués, que el dictador Salazar lo llamó “tesoro nacional” y prohibió su traspaso a un club italiano en 1964. Cuando las luchas por la independencia de Mozambique llegaron a su punto más álgido, entre 1964 y 1975, Eusebio jugaba para el rival colonial, Portugal. Años después, La Pantera declaró: “Mi política es un balón”. En sus últimos años de actividad, incluso jugaría una temporada en el Monterrey de México.
Tras su retiro, Eusebio fue continuamente homenajeado en su país adoptivo. El Benfica le hizo una estatua al pie de su estadio y era llamado “El rey” en Portugal, donde fue nombrado embajador de la selección. Fue la máxima figura del futbol luso y con el surgimiento de Cristiano Ronaldo empezaron las comparaciones entre ambos. Pero Eusebio, al contrario de CR7, ya es una leyenda. El peso simbólico del jugador fue tan notable que Portugal decretó tres días de luto nacional en su honor.
Desconozco lo que dicen los periódicos y líderes de Mozambique, pero otra porción del planeta le ha deparado la gloria a Eusebio. Antiguas y nuevas figuras del balón le rinden sus respetos. La FIFA lo consideró entre los diez mejores jugadores de la historia. Más allá de polémicas, él pareció ser consciente de su sangre africana, pues se mostró feliz de la elección de Sudáfrica para el mundial de 2010 y alguna vez declaró: “Sólo hay dos negros en la lista: Pelé y yo. Lo considero como una gran responsabilidad, porque estoy representando a África y Portugal, mi segundo hogar”.
La contundencia, la pasión y la nobleza futbolística de Eusebio son parte de la historia del balompié mundial. Ahora me queda recordarlo como aquella primera vez que lo vi: enfundado en su casaca color vino, el balón naranja, los defensas sometidos y sus tremendos disparos que agitaban las redes. La explosión letal de una pantera que nos regaló tantas alegrías en el campo.