Después del ruido: Carta a Jack Kerouac

Querido Jack:
A la mierda todo, te escribo desde el silencio después del ruido donde ya no hay botellas de alcohol ni noches de dientes apretados, mucho menos, golpes y moretones en el rostro. Hace siete, ocho años le bajé el volumen al desmadre. Ya no camino con la resaca como sombra, ya no juego a la ruleta rusa con la violencia que me devoraba por dentro. Hoy vivo en calma, aunque la calma también es sospechosa, como un silencio que se ríe de mí, me tira al piso y me patea.
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Tú, que fuiste monarca de las carreteras y mendigo del espíritu entre montañas, ¿qué me dirías ahora que cambié el bramido por el susurro? ¿Que ya no soy parte de esa hermandad de almas rotas? ¿O me dirías que la verdadera revolución empieza cuando uno le prende fuego a su interior para encerrar a la bestia en su propia jaula?
Jack, yo también me arrastré por los suelos de los bares, me ensucié de golpes, busqué la poesía en el fondo de un vaso sucio y confundí la rabia con identidad. Vi la violencia como bandera, la soledad como amante, y al alcohol como personalidad. Sí, me incendié. Mi dignidad ardió hasta convertirse en cenizas. Pero algo pasó: sobreviví. En esa supervivencia descubrí otra cosa —que la vida en paz también puede ser un grito, aunque sin amplificadores.
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Tú, que escribiste que el camino es la respuesta. Yo encontré que el camino también se anda sobrio, con los fantasmas domesticados, si bien no vencidos. Porque, seamos honestos, nunca se logran vencerlos: solo se les pone correa y bozal. Se le mantiene anestesiados.
Jack, ¿cómo se sobrevive sin volverse insípido? ¿Cómo se escribe sin la anestesia de las sustancias? ¿Cómo se mantiene el filo cuando ya no hay sangre en la lengua? Yo te hablo desde este presente donde ya no soy el que era, pero sigo siendo ese hombre furioso que quería incendiarlo todo. ¿Es posible ser un incendiario sin fósforos?
Te escribo porque sé que tus respuestas no llegarán, que lo más cercano será un eco perdido en la autopista interminable del tiempo. De igual manera te escribo porque en algún rincón de esta paz sospechosa, sigo escuchando tus frases como mantras torcidos. Necesito que me digas, aunque sea con un beat silencioso: que no traicioné la rabia al elegir la calma, que la poesía no necesita de la autodestrucción para respirar.
Te saludo con el puño cerrado, Jack.
Con el puño cerrado y el corazón sangrante.