La salud sexual no solo tiene que ver con el cuerpo, sino también con la voluntad. Tener relaciones sexuales sin consentimiento claro y mutuo no solo es injusto, sino que puede convertirse en una forma de violencia. A pesar de que parece obvio, el consentimiento sigue siendo uno de los temas más malentendidos, ignorados o minimizados en las relaciones íntimas. En esta nota abordaremos qué es, por qué es fundamental y cómo practicarlo de manera clara y respetuosa.
El consentimiento es el acuerdo libre, informado y entusiasta de participar en una actividad sexual. Significa que ambas personas están de acuerdo, lo desean y lo comunican de forma clara. No basta con que alguien no diga “no”; tiene que decir (o mostrar) un “sí” genuino.
Consentir no es simplemente “permitir” que algo ocurra, sino querer activamente que ocurra. Y ese deseo debe ser mutuo, constante y siempre negociable.
Es libre: Nadie debe sentirse presionado, forzado, manipulado o amenazado a decir que sí.
Es informado: La persona sabe a qué accede, con quién y en qué condiciones.
Es reversible: Se puede retirar en cualquier momento, aunque ya haya comenzado la relación sexual.
Es específico: Decir sí a un beso no es decir sí a tener relaciones sexuales. Cada acción requiere su propio consentimiento.
Es entusiasta: No se trata solo de aceptar, sino de participar con deseo genuino.
El silencio o la pasividad.
Estar bajo los efectos del alcohol o drogas.
Aceptar por miedo o presión emocional.
Una relación de poder (maestro-alumno, jefe-subordinado) donde hay desequilibrio.
Estar dormido, inconsciente o sin capacidad de decidir.
“Ceder” para no incomodar al otro.
Si no es un sí claro, libre y entusiasta, no es consentimiento.
El consentimiento puede ser verbal o no verbal, pero siempre debe ser claro. Algunas frases útiles son:
“¿Te sientes cómodo/a con esto?”
“¿Quieres que siga?”
“¿Hay algo que no te guste?”
“¿Puedo tocarte aquí?”
“Dime si quieres que pare.”
Estas preguntas no “arruinan el momento”. Al contrario, crean un espacio de confianza y cuidado, donde ambos saben que pueden hablar y decidir sin miedo.
También es importante aprender a leer el lenguaje corporal. Si una persona parece tensa, incómoda, callada o distraída, puede que no esté disfrutando, incluso si no lo dice. En esos casos, lo mejor es detenerse y preguntar.
El consentimiento no es una puerta que se abre una sola vez. Puede cambiar en cualquier momento. Aunque una persona haya aceptado al principio, tiene derecho a detenerse después. Y la otra persona debe respetar esa decisión sin reclamos ni culpa.
Ejercer el derecho a detenerse es un acto de cuidado propio. Respetarlo es un acto de amor y responsabilidad.
Estar en una relación no significa que el consentimiento se da por sentado. También dentro de una pareja, el deseo puede cambiar, los límites pueden evolucionar y los acuerdos deben mantenerse actualizados.
En relaciones largas, muchas personas caen en rutinas donde ya no preguntan ni se comunican. Pero incluso en la confianza, el consentimiento se conversa y se renueva. Nadie está obligado a decir que sí solo porque ama a alguien.
Muchas películas, canciones y series romantizan el “no” como algo seductor. Se muestra al protagonista insistente que conquista a la otra persona pese a sus negativas, como si fuera una señal de amor. Esta narrativa es peligrosa. El consentimiento no es algo que se consigue con insistencia. Es algo que se da con libertad y deseo.
La cultura también refuerza la idea de que “los hombres siempre quieren” o que “las mujeres deben hacerse las difíciles”. Estos estereotipos borran la posibilidad de diálogo sincero y responsabilidad compartida.
Por eso, hablar de consentimiento desde edades tempranas es fundamental para formar vínculos más igualitarios, respetuosos y sanos.
Si fuiste víctima de una situación en la que no hubo consentimiento, no estás solo. No es tu culpa. Tienes derecho a pedir ayuda, apoyo legal, psicológico y médico. Existen centros especializados, líneas de emergencia y profesionales que pueden acompañarte sin juzgarte.
Si cometiste un error y actuaste sin el consentimiento de otra persona, también debes asumir responsabilidad. Escuchar, pedir disculpas, aprender y no repetirlo es parte de reparar y crecer.
El consentimiento no es una moda ni una exageración: es la base de toda relación sexual sana, segura y placentera. Es un acto de respeto mutuo, de escucha y de libertad. Cuando hay consentimiento, el placer es auténtico, la confianza crece y la experiencia se vuelve más rica y significativa. La sexualidad no debe doler, asustar ni obligar. Debe disfrutarse con cuidado, deseo y mutuo acuerdo.