Chucky, el gadget diabólico

“Lo lograste. Loco hijo de puta, lo lograste”, dijo el Dr. Ian Malcolm refiriéndose al logro de John Hammond en Jurassic Park (Spielberg, 1993). Lo mismo puede decírsele tanto al director Lars Klevberg (Polaroid, 2019), como a los productores David Katzenberg y Seth Grahame-Smith (It, 2017; It: Chapter Two, 2019) tras presentar la nueva versión del juguete más terrorífico de la historia del cine: Child’s Play (El muñeco diabólico).
Se conecta por Bluetooth
En este reboot del clásico de 1988, se presenta a Karen Barclay (Aubrey Plaza), una madre soltera que, al acercarse el cumpleaños de su único hijo Andy (Gabriel Bateman), le obsequia un Buddi: un muñeco confeccionado por la empresa Kaslan Industries que, gracias al avance tecnológico, puede conectarse al teléfono celular para que en este se operen funciones diversas. Sin embargo, ella no sabrá que el regalo de su hijo, gracias a una falla técnica, poco a poco se convertirá en un asesino desenfrenado.
Desde su primer anuncio, la expectativa fue demasiado baja. Tanto los empedernidos fanáticos del muñeco como el público en general veían en este reboot un fracaso garantizado; pero, en realidad, para la sorpresa de más de uno, es una película lograda: reinventa el concepto original de Don Mancini, adaptándolo a la actualidad.
Es cierto que se aleja del origen demoníaco que caracterizó al primer filme, pero se ajusta de forma orgánica a la procedencia tecnológica del temible juguete. Dicho cambio funciona, de forma simultánea, como una crítica directa hacia empresas que reestructuran el modus vivendi de la sociedad: desde un comando de voz que controla la iluminación de habitaciones, hasta servicios de transporte privado conducidos de forma automática.
Un animatronic
Con la inclusión del actor de doblaje más reconocido en Estados Unidos y el mundo, se tuvo la garantía de que Chucky estaría a salvo. La genialidad de Mark Hamill le da un giro de 180 grados al carácter del muñeco anteriormente encarnado por Brad Dourif: mientras que en la versión original es un criminal desalmado, en esta adaptación es la más clara ejemplificación de lo que Rousseau dijo: “El hombre es naturalmente bueno, es la sociedad lo que lo corrompe”.
Del mismo modo en que Hamill trabaja de forma estupenda con el personaje, la propia producción hizo buena labor con respecto a su diseño. Es cierto que perturba más que la versión original, pues sus proporciones son un tanto extrañas; pero eso, lejos de perjudicarlo, lo fortalece. Además, en esta cinta prevaleció el esfuerzo por utilizar efectos prácticos, haciendo los movimientos de Chucky lo más parecido a un animatrónico, cosa que refuerza lo pavoroso que llega a ser.
Excelente soundtrack
Al igual que su homólogo, así como la gran mayoría de cintas de terror de los ochentas, El muñeco diabólico tiene una banda sonora formidable. A cargo del compositor Bear McCreary (Godzilla: King of Monsters, 2019; God of War, 2018; 10 Cloverfield Lane, 2016), es uno de los más grandes logros del filme pues, a pesar de que en los últimos años han sido concebidos grandes títulos del género, muy pocos tienen un apartado musical memorable, cosa que esta cinta logra sin problemas.
Además de readaptar el tema original, McCreary contrasta la inocencia con la corrupción interna que sufre Chucky, dando como resultado una musicalización única y definitivamente terrorífica, especialmente The Buddi Song, tema que interpreta el propio Hamill.
Aunque, a pesar de aplaudir la naturalidad con la que se presenta el nuevo origen de Chucky, también muestra una serie de problemas que si bien, no alteran la experiencia de la película, sí llaman la atención. Uno de ellos —y quizás el más grave— es que la razón por la que el Buddi de Andy está “defectuoso” es bastante simple: el filme, literalmente al inicio explica esto, pero es puesto a la fuerza. Pareciera que, al concentrarse tanto en el ámbito tecnológico que caracteriza este nuevo muñeco, los escritores olvidaron cómo harían que este fuese diferente a los demás.
Tipo Black Mirror
La película, al igual que su antecesora, es un slasher, pero llega a aglutinar tanto su atención en la crítica hacia la tecnología que por momentos parece un capítulo de Black Mirror (2011); incluso retoma algunas técnicas visuales que usa la serie original de Netflix. Para su desgracia, este énfasis en los peligros de los aparatos electrónicos desvía la atención de Chucky, debilitando su presencia como villano.
Al igual que la razón por la que el muñeco es diferente a los demás, las motivaciones del villano son dejadas en último término. Sí, podría entenderse por qué comienza su sed insaciable por la matanza, pero al repasarlas, uno se percata que en realidad son absurdas y exageradas. ¿Por qué sucede eso?
Desafortunadamente es porque, a pesar que a Chucky lo presentan como un juguete tierno corrompido, las causas de sus acciones no están bien desarrolladas, gracias al tiempo innecesario que les dan a personajes secundarios cuyas funciones son mínimas (como los amigos de Andy o su vecino policía).
Pese a sus errores, es una película que cumple su cometido: entretiene y asusta a su manera. Si bien molesta que los estudios, a falta de originalidad, recurran a nuevas adaptaciones de historias ya hechas, la interpretación de Klevberg de Child’s Play es de esas pocas obras que, aunque son incomparables con sus versiones originales, en definitiva pueden defenderse por sí mismas.

Estreno 12 de julio.
Por C. Daniel Martínez
@daniel_maraz30
elblogmaraz.blogspot.com