Caparrós, Villoro y el bendito fútbol

Con el buen pretexto de celebrar el campeonato olímpico de la selección mexicana de fútbol, te presentamos la reseña de un libro muy “pambolero”.
Por Adán Medellín
Soy un apasionado del fútbol y siempre me ha atraído la relación entre el deporte y la literatura. Por eso tenía mucha curiosidad de leer este libro desde que lo vi: dos escritores con premios y reflectores, poniéndose en pantalones cortos y hablando del balón y sus peripecias. El turno de leer a Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) y a Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), en un intercambio de cartas anclado en el reciente mundial de Sudáfrica 2010, representaba una doble oportunidad: acercarse a un tándem tan “premiado” como distinto (en estilo, intereses y referencias), con el plus de leerlos en el género epistolar, tan escaso como nostálgico en nuestros días.
Ida y vuelta rescata desde su título un concepto muy futbolero: el del juego alegre y abierto, en el que ambos equipos atacan en cuanto tienen la pelota, un partido de llegadas, emociones y ocasiones de gol, una especie de ilusión que ocurre cada vez menos en nuestras ligas modernas. Aquí, Caparrós ocupa el lugar del escritor sobrado, provocador y “farol” (arrogante), un obsesivo del yo que escribe mientras viaja reporteando por todo el Continente Africano: es como el amigo vivido que ya ha ganado dos copas del Mundo y quizá, porque hace tiempo ha superado el sentimiento de añoranza del eterno pretendiente y ha visto bastante talento enfundado en su camiseta nacional, mira por encima del hombro a la selección de su compañero, más modesta en su palmarés, desgraciadamente poética en varias de sus derrotas, pero con la eterna esperanza de sobresalir en la máxima competencia. Villoro, por su parte, es una suerte de hiperconciencia literaria que vincula cada parte del juego con anécdotas, cultura, idiomas; es menos desparpajado e “incorrecto” que su compañero, pero más sutil y elegante en sus recepciones y disparos. Si Caparrós es una especie de extremo correlón, Villoro es un mediocampista pulcro, lento, refinado.
Así que el ida y vuelta del libro se basa en el intercambio futbolero de este par. En mi caso, creo que a pesar de los latigazos de Caparrós, el que verdaderamente impone condiciones es Villoro. Mientras el argentino se alimenta de la vivencia diaria y exótica en el confín de mundo o ahonda en la rivalidad sudamericana entre Argentina y Brasil; Villoro, sedentario y calmo en algún rincón de Coyoacán, escribe pequeñas piezas magníficas que contrarrestan la inmediatez o el tono más acalorado e impaciente de su compañero. El mexicano se da tiempo exhibir referencias literarias o filosóficas, ahonda en el alma nacional trasmutada en el juego de las patadas, recuerdas las viejas glorias y los ya-meritos, ve analogías en el pase lateral con la Comala rulfiana, e incluso se permite citar algún verso de Paz para hablar del vuelo de un arquero. Cuando el destino del Mundial lleva a las selecciones argentina y mexicana a enfrentarse, uno pensaría que a este tándem le han salido demasiado bien las cosas, pero que irremediablemente el clímax del libro se adelanta para entregarnos lo mejor apenas en octavos de final y entonces habrá que volver a casa y abandonar la lectura.
Por fortuna, conocida la historia de la eliminación mexicana, que antecede en una ronda a la eliminación argentina en Sudáfrica, el volumen se pone mejor. “Ahora podemos ser objetivos”, dice Villoro y entonces Caparrós parece dejar de jugar un partidito sobrado y le disputa el balón literario con mayor competencia. Y aunque en el balance total parece triunfar Villoro, Caparrós se discute con sus mejores textos en la recta final del encuentro. Vale la pena replegarse, liberar un poco la marca y disfrutar de algunos pasajes del libro, plagado de algunas joyas o frases inteligentes, escritas a diario, como una crónica ilustre del pasado mundial africano:
“Un gol no es resultado de la lógica del juego, sino un azar, una obra extraordinaria, un acto casi mágico.” (Caparrós: 29)
“Ningún otro deporte tiene un sistema de jurisprudencia tan endeble [el árbitro], es decir, tan parecido a la vida.” (Villoro: 33)
“Empatar es una manera de repudiar extremos y rehuir las inclementes decisiones. Hay países que tienen el alma dividida. Nosotros la tenemos empatada.” (Villoro: 43)
“México es un equipo muy inicial, cuando le convendría ser más terminal.” (Caparrós: 46)
“Tu Selección se ha llevado a Sudáfrica su cura. Por más hidalgo que sea ese señor, es un problema. ¿Para qué lo quieren? ¿Para recordar a sus jugadores que son como niños, que el fútbol tiene la ventaja de retardar el crecimiento de quienes lo practican con denuedo?” (Caparrós: 59)
“Maradona ha decidido entrenar con abrazos.” (Villoro: 79)
“Los pases laterales tienen denominación de origen; se inventaron en Comala, la región de Juan Rulfo, donde la historia se reitera sin producir sucesos.” (Villoro: 113)
“En cualquier potrero (y en algún blog) es posible tirar paredes. Esta jugada cambia con la devolución, cuando el tercero cobra un rumbo inesperado. El invento sólo podía surgir de un país obsesionado con ganarle terreno al mar [Holanda].” (Villoro: 175)
“El Mundial es una amante, una locura de verano, una de esas historias que te hacen pensar que si la vida fuera así sería maravillosa y que ojalá no sea. Consigue que la salvajería feliz no dure noventa minutos sino treinta días; no es poco, y es casi demasiado. Uno de los grandes méritos del Mundial es que, a diferencia de casi todo lo demás, acaba cuando debe.” (Caparrós: 188)
He aquí un libro muy recomendable y gozoso, para todos los aficionados, hinchas, barras y apasionados del fútbol.
Martín Caparrós, Juan Villoro. Ida y vuelta. Una correspondencia sobre fútbol. México, Seix Barral, 2012, 191 páginas.