Camilo en el Auditorio fue puro love

Fotos: @chinolemus
Casi diez mil que nunca dejaron de cantar. Casi diez mil que se sabían todas, todas, todas sus canciones. E insisto: todas. Y remarco: todas.
Para ser un “artista nuevo”, Camilo ya alcanzó la cima de la dicha, de la gloria de llenar dos veces el Auditorio Nacional, de hacerlo vibrar, de hacerlo cantar, de ponerlo a bailar. Y es que nunca, en mis tantos años de reportero, escuché un suspiro tan grande y sentido como cuando el cantante y compositor colombiano recibió una videollamada de Evaluna, su esposa, y él la tomó en pleno show, todo cariñoso, todo emocionado de mostrarle un recinto lleno, pleno, gozoso, entusiasta que enloqueció, literal, cuando la joven mostró su abultado vientre y las imágenes del celular de Camilo se replicaban en gigantes pantallas del auditorio.
No inventen. La locura. ¡La locura cuando escuchas a casi 10 mil cantar Índigo, de lo más reciente de este artista!
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La cursilería como una bella arte
Hace tantos años de no ir a un concierto, que el del pasado martes en el que suelen llamar coloso de Reforma, me pareció el no va más de la cursilería de este artista que, lo dijo en varios momentos, ha batallado y ha soñado para estar en donde ahora se ubica: en el top de la popularidad con una propuesta honesta, sencilla, simple y grandiosa porque, en un mundo de urbano y mensajes directos, él se va por el lado del romanticismo pueril, inocentón, el de la metáfora simple, pero contundente (“tú eres mi café con pan”), pero logra y acierta llegar a millones que, al menos en su cuenta de Spotify, quieren formar parte de lo que él llama “mi tribu; la que aún cree que el amor es la más grande revolución de todos los tiempos”.
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Y lo logra. Indudablemente. Y se aplaude la magia que este cuate logra en el escenario: comunicar, conectar. Eso: co-nec-tar. C-o-n-e-c-t-a-r. Y casi siempre y todo el tiempo.
Camilo es austero pero llegador
Y, así, ves a un Camilo salir al escenario con una enorme y brutal sonrisa a todo cuadro, de esas que abofetean y desarman a cualquiera; ves a un artista gozar su triunfo, como un niño que se sueña en un escenario, y lo ves bailotear, correr de un lado a otro, tocar a sus fans, subir al escenario a dos pequeñas y tirarles un rollo emotivo acerca de perseguir los sueños, provocando los suspiros de esos casi diez mil que la noche del martes se convirtieron en una sola voz, en un solo canto, el de Camilo y sus casi dos horas de canciones que fueron coreadas una por una por esa masa amorosa que lo cobijó en su primera noche en la CDMX, como parte de una gira internacional que, se entiende, culmina este miércoles 29 de diciembre.
Roomies of the world: Amor a primer roomie
El de Camilo no es el show de miles de luce, de bailarines y coreografías vistosas; no. Más bien austero (y vuelvo a confesar que hace diez años no me paraba en el Auditorio, pero he visto videos de espectáculos muy fastuosos, que son mi referente para comentar), el show de Camilo son sus canciones, sus letras simples y sencillas y, por tal, contundentes en sus mensajes: amor, amor, amor, amor hasta el delirio y la empalagosa melcocha que todos hemos vivido alguna vez. O muchas.
Me quedo con los casi diez mil que vi cantar, bailar, gritar, suspirar. Me quedo con el triunfo de un cuate agradecido del apoyo que ha recibido del público mexicano y de algunos artistas nacionales, como Reik y Christian Nodal. Me quedo con la imagen de casi diez mil celulares iluminando al frente, y la sonrisa de un artista que, se sabe, soñó en grande y lo ha logrado.
¡Aplausos, maestro Camilo; bienvenido a mi playlist!
