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ANTÍGONA

Por: Jafet Gallardo 06 Jun 2018
PRESENTAMOS UN ADELANTO DE LA GUARDIA, NOVELA RECIENTEMENTE EDITADA POR SEXTO PISO QUE NARRA LA INCERTIDUMBRE QUE UN MISTERIOSO PERSONAJE […]
ANTÍGONA

PRESENTAMOS UN ADELANTO DE LA GUARDIA, NOVELA RECIENTEMENTE EDITADA POR SEXTO PISO QUE NARRA LA INCERTIDUMBRE QUE UN MISTERIOSO PERSONAJE PROVOCA EN UN GRUPO DE SOLDADOS CUANDO RECLAMA EL CUERPO DE SU HERMANO AL TÉRMINO DE UNA BATALLA EN AFGANISTÁN.

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Por Joydeep Roy-Bhattacharya

Ilustración de Daniel Terán

Uno.
Dos.
Tres.
Cuatro. Cuento los instantes y recito la basmala: En el nombre deDios, el misericordioso, el compasivo… Ahora todo depende de mí. Estoy asustada: me tiemblan las manos y tengo la boca seca. Miro hacia atrás, a las montañas donde he pasado toda mi vida, donde nací, donde ha muerto mi familia. Toda mi familia salvo mi hermano Yusuf, claro. Recuerdo lo que me dijo Yusuf antes de partir para atacar el fuerte: «A veces, para dominar una situación, hay que enloquecer y mantenerse cuerdo al mismo tiempo».Lo recuerdo mientras empujo el carro y traqueteo pendiente abajo hacia la llanura y el fuerte. Lo han arrasado todo. No hay árboles, ni vegetación, ni nada que dé sombra; la tierra está seca, resquebrajada y ardiente, pese a lo temprano del día. El polvo me envuelve, el sol brilla implacable sobre el pardo terraplén del fuerte. El suelo está cubierto de huellas de botas y de las ruedas de incontables vehículos. A un lado de las fortificaciones veo una montaña de desperdicios: bidones de combustible, barras dobladas de hierro, cubos y bolsas de plástico. El único indicio de vida son los ocasionales destellos metálicos del sol y una línea vertical de humo. Este árido paisaje es lo más opuesto al valle verde y fértil del que he salido. Aunque el panorama es desolador, me he pasado toda la noche cruzando las montañas con la esperanza de ver precisamente esto.Mientras empujo el suelo con las manos para impulsar el carro, recuerdo los precarios senderos de montaña y me parece increíble haber conseguido llegar hasta aquí contando únicamente con la fuerza de mis débiles hombros y brazos. Algunos músculos me duelen al tacto, como si fueran una herida abierta; en otros no siento absolutamente nada. Los muñones de mis piernas han empezado a sangrar porque la amputación es reciente y el roce constante de mi avance ha abierto las suturas en carne viva. No atiendo al dolor; no atiendo a nada, salvo al hecho de que he llegado. Me digo que estoy aquí porque mi corazón es grande y mi ternura es verdadera.
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Estoy aquí para enterrar a mi hermano según los principios de mi fe. Y nada más.Un cadáver cubierto de moscas me impide el paso. Noto una punzada de rabia. Con una sensación de irrealidad, me inclino sobre el cuerpo y le doy la vuelta. No es Yusuf, sino un joven tendido boca abajo con un agujero de bala en la frente. Tiene sangre coagulada en un ojo y el otro está cerrado. Lo dejo otra vez en el suelo y rezo la janaza. A cierta distancia hay otro cadáver acurrucado. Es Rehmat, uno de los hombres de Yusuf; su turbante negro se desmadeja cuando le levanto la cabeza. Rehmat era tan fuerte que podía alzar un roble caído con una sola mano, pero ahora esa misma mano inerte reposa en la mía. Lo dejo donde estaba y vuelvo a sentarme en el carro. Una bandada de cuervos impacientes vuela en círculos y, más arriba, un buitre bate las alas y se prepara para bajar. En un extremo del fuerte restalla una bandera, que suena como disparos en la brisa. Estoy agotada. Que mi hermano atacara este lugar fue una locura: detrás de sus múltiples alambradas, sacos de arena y muros de piedra y adobe, el fuerte parece inexpugnable.Avanzo y me acerco al tercer y último cuerpo caído en el campo de batalla.
Es Bahram Gul, el más antiguo compañero de Yusuf, que una vez me trajo un ramillete de margaritas silvestres cuando yo eraniña. Su boca abierta es de un rojo artificial y su barba alheñada tiene una costra de mugre escarlata. A Bahram le gustaba mucho cantar; después, con la llegada de los talibanes, guardó silencio y se dedicó a cuidar de sus tierras, pero últimamente había vuelto a sus canciones. Recuerdo su voz mientras sigo avanzando. Anisa, la hija de Bahram, fue mi mejor amiga hasta que murió al dar a luz. Ahora volverán a reunirse. Les envidio la buena fortuna de su encuentro.En el suelo, a mi izquierda, se levanta una nubecilla de polvo. La veo de reojo antes de notar el olor a quemado y oír el silbido agudo. Demasiado agotada para pensar, sigo avanzando hasta que una segunda nube se levanta bruscamente a mi derecha. Entonces comprendo que me están disparando. Me detengo en cuanto la tercera bala pasa silbando. El silencio parece du- rar una eternidad. Por la tierra se desplaza la sombra de una nube solitaria.Toco el tawiz que me rodea el cuello. Hace muchos años, mi padre me trajo una plegaria escrita del templo de un maestro sufí cerca de Zareh Sharan y la he llevado cosida en una bolsa de cuero desde entonces. La suavidad del cuero me serena.
En lugar de mirar hacia el fuerte para ver quién me dispara, miro atrás, hacia las montañas. Montan guardia en el horizonte, como fieles centinelas; su inmensidad lo empequeñece todo. Cuando vuelvo la vis- ta al fuerte, parece encogido en comparación y ya no resulta intimidante. Lo veo por lo que es en realidad: una estructura rudimentaria de adobe, sacos de arena y yeso. Una excrecencia ajena a su entorno.Levanto una de las camisas blancas de Yusuf y la agito. Poco después, una voz metálica resuena en la distancia y me pregunta qué quiero. «Tsë ghwâre?», dice. Aunque habla en pastún, la voz tiene un claro acento tayiko. No me sorprende.La fortaleza parece muy distante. Con voz clara y fuerte, respondo que he venido a enterrar mi hermano, que murió en la batalla de ayer. Soy su hermana, grito. Me llamo Nizam.

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Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo Digital Editor Periodista de formación. Creador de contenidos, analista, especialista en viajes, entretenimiento y estilo de vida.
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