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“Andanzas de médico”, de Edgardo Arredondo, reúne 40 años de trabajo

Por: Arturo J. Flores 22 Sep 2025
El médico yucateco y escritor Edgardo Arredondo lanzó su nuevo libro “Andanzas de Médico”, un anecdotario que recopila 40 años de ejercicio profesional.
“Andanzas de médico”, de Edgardo Arredondo, reúne 40 años de trabajo

El médico yucateco y escritor Edgardo Arredondo lanzó su nuevo libro “Andanzas de Médico”, un anecdotario  que recopila vivencias personales tras casi 40 años de ejercicio profesional en la medicina.

“Andanzas de Médico” está a la venta en Gandhi, Amazon, Mercado libre y también está disponible en iTunes Store.

A sus 64 años, Arredondo ha logrado consolidarse como un creador muy prolífico con 12 libros publicados, entre novelas, compendios de cuentos y anecdotarios.

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¿Cómo surgió la idea de hacer este libro?

Bueno, en realidad Andanzas de médico vendría siendo una continuación de un libro escrito unos tres años atrás, titulado Los 10 consejos que nadie me pidió, pero me vale madres, vine a darlos. Es un anecdotario de mis primeros 30 años como médico, y en esos 10 consejos hago un decálogo de la manera en que yo veo el ejercicio de la medicina. Hablo de cosas como: “Amarás al Seguro Social sobre todas las instituciones”, “Tratarás por igual a tus pacientes”, “Involúcrate en la enseñanza”, entre otros.

Para mi sorpresa, ese libro salió en plena pandemia, con una presentación en línea como ocurría en esos tiempos aciagos. Y, con orgullo te digo, llegó a tanto que fue considerado como texto de ética en la Facultad de Medicina.

Lo escribí de una manera lúdica y divertida, es un anecdotario tal cual como dice su nombre. Y al terminarlo, las historias siguieron surgiendo. Algunos compañeros me decían: “Oye, no hablaste de esta cuestión” o “acuérdate de tal anécdota”. Mientras escribía mi siguiente novela, Amarílico, fui recopilando nuevas historias. Cuando nos dimos cuenta, ya teníamos material suficiente.

La idea inicial fue hacer una segunda edición de Los 10 consejos, pero me aconsejaron no hacerlo, porque las segundas ediciones no suelen tener tanto movimiento; además, iba a quedar demasiado voluminoso. Así que hicimos este segundo tomo, y le pusimos el nombre de Andanzas de médico, porque al fin y al cabo el médico es un ente que se anda paseando por la vida, peleando con la enfermedad y con la muerte, ¿no?

Este libro tiene un formato parecido al de Los 10 consejos, pero también incluye una segunda parte con humildes homenajes, un tono un poquito más serio con textos que hemos publicado en la prensa local y en redes sociales.

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¿Cuáles son algunos de los casos más divertidos que compartes?

Bueno, realmente son muchos. Yo creo que Andanzas de médico la disfruté tanto como la primera. Posiblemente tres historias son de las que más me divierten cuando las recuerdo. Una de ellas es La vanidad también se fractura, que trata de una abuelita.

Yo tenía la costumbre de “torturar” a mis residentes, hacerlos siempre muy intuitivos. Por ejemplo, les ponía una radiografía y con una sola tenían que describirme qué era lo que tenía el paciente. Me gustaba mucho debatir casos y hacer que pensaran un poquito.

Lo hacía en todo momento: en el quirófano, en el pase de visita, en la consulta externa. Un día, en consulta, estábamos tres residentes, la enfermera y yo. Pedimos que pasara el siguiente paciente, que resultó ser una abuelita. Al entrar, venía rengueando, cojeando, así que le pedí, por favor, que caminara de ida y vuelta para que mis alumnos observaran.

La abuelita, muy obediente, se sentó después y comenzaron las preguntas: ¿qué tiene la señora? Uno dijo que un problema de cadera, coxartrosis por la forma de claudicar; otro habló de artrosis, un desgaste en la rodilla que requeriría prótesis; otro más mencionó un canal lumbar estrecho con datos de ciática. Se armó un debate delante de la paciente, y yo me sentía como el búho sabio del bosque rodeado de sus animalitos.

Hasta que me dirigí a la señora: “¿Y a usted qué la trae por acá?”. Ella extendió su radiografía y contestó: “Vengo por la quemadura de mi muñeca”. Yo insistí: “Sí, sí, pero… ¿por qué está usted caminando así?”. Y la viejita respondió:

“¿Pues por qué cree, doctor? Llevo dos horas sentada afuera en esas bancas de cemento. ¿Cómo quiere que no se me entuma la pierna? Ustedes aquí muy cómodos con su aire acondicionado, y yo allá afuera pasando penurias. Siéntese usted un rato allá para que vea cómo se entume.”

Fue un momento incómodo. La abuelita me puso en mi lugar. Yo, con mis tres alumnos viéndome con cara de idiota, y la enfermera aguantando la risa.

Se suele hablar de los médicos desde un punto de vista muy trágico, pero ¿la medicina también le da cabida al sentido del humor?

¡Por supuesto que sí! El humor es una herramienta muy poderosa para establecer rapport con el paciente. La primera impresión es muy importante. A mí me gusta mucho usar chistoretes. Antes de entrar al consultorio, en ese pasillo donde ya voy observando cómo camina el paciente, suelo bromear:

—“¿Qué pasó?”
—“Ay, doctor, tengo un hueso afuera”.
—“Pues dígale que pase, ¿no?”.

Ese tipo de cosas rompen el hielo de inmediato. Claro, siempre y cuando la situación lo permita. Yo creo que el humor es una herramienta fundamental. Ya lo decía esa frase antigua: “La risa es remedio infalible”.

El humor, manejado de forma acertada, es una gran herramienta. Recordemos a Patch Adams y su manera tan linda de llegar a los niños.

En mi caso, mi especialidad son los rescates óseos. Soy ortopedista y veo muchas fracturas infectadas, fracturas que no pegan, tumores… Y muchas veces, cuando el paciente estaba angustiado y me decía: “Doctor, tengo miedo, voy a perder la pierna”, yo contestaba: “No, de ninguna manera la vas a perder. La vamos a meter en una bolsa de nylon, la guardas en tu congelador y, cada vez que quieras verla, la sacas y platicas con ella”.

Obvio, eso lo decía cuando tenía la plena seguridad de que el paciente no iba a perder la pierna.

Pienso en el doctor House, pero ¿quiénes son tus médicos de ficción favoritos?

Bueno, ahí sí déjame decirte que el doctor House siempre me ha llamado la atención: un personaje neurótico, adicto al vicodin, insufrible, etcétera. Pero tenía algo que me gustaba mucho: se apegaba prácticamente al lema de que no hay enfermedades, hay enfermos, y hacía diagnósticos inverosímiles de las enfermedades más raras.

De toda esa parafernalia exagerada, lo que me gustaba era que nunca se alejaba del método científico para llegar a un diagnóstico.

No soy tan aficionado a las series de televisión ni al cine, me voy más a lo que he visto en la literatura. Mi personaje favorito es el Dr. Andrew Mason, protagonista de La Ciudadela, un libro escrito por A.J. Cronin, el mismo que escribió Las llaves del cielo.

Me encanta porque es un médico idealista que llega a un pueblo minero en Gales, trabajando como asistente. Imagínate: pleno siglo XIX, cuando el sistema de salud en Inglaterra estaba en pañales, y él enfrentándose a la burocracia y a responsabilidades enormes.

También me gusta Rieux, el médico de La peste de Camus. Y desde luego, algunos escritores que fueron médicos: el clásico Anton Chéjov, maestro del cuento, y Oliver Sacks, un neurólogo que escribió maravillas.

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¿Cómo pasaste la pandemia como médico?

Híjole… Afortunado en muchos sentidos. Siempre he dicho que todos los que sobrevivimos a la pandemia somos un milagro de la vida. Al principio la tomamos con cierto escepticismo: “eso no va a llegar”, “no comemos lo que comen los chinos”.

En medio de la desinformación de la 4T, con López-Gatell diciendo tontería y media, nosotros teníamos que mirar hacia atrás, a lo que pasó hace 100 años con la gripe española. Esa tuvo un comportamiento similar y dejó más muertos que el COVID. También hubo medidas de prevención parecidas, como el uso del cubrebocas, que entonces era una simple pañoleta. La OMS tardó seis meses en reconocer su importancia. Eso hubiera evitado muchísimas muertes.

Yo soy ortopedista y trabajé “a medio gas”. No tenía contacto con pacientes COVID; ya estaba jubilado en el Seguro Social. Pero veía a mis compañeros, que no se habían jubilado, entrarle a todo. En el Seguro se volvió obligatorio que oftalmólogos, ortopedistas y dermatólogos hicieran guardias comunitarias, algo tremendamente cuestionable. No cualquiera puede estar en terapia intensiva.

Sentí mucho dolor, porque muchos compañeros y conocidos se fueron con la pandemia. Y rabia: ver que morían por no tener lo más básico para protegerse. Me indignaba oír al personaje que ya mencionamos, llamando criminales a los médicos de farmacia por usar antibióticos, cuando fueron héroes de primera línea.

En medio de todo, yo estaba “a salvo” en mi semirretiro. Me dediqué a escribir, a pintar óleos que tenía tiempo sin hacer. Leí La peste de Camus y El diario del año de la peste de Daniel Defoe. Fue muy duro vivir un fenómeno global del que ya había antecedentes.

Siempre digo que no me gusta hablar de política, pero es imposible negar que se conjuntaron dos cosas: la pandemia, que fue terrible, y el mal manejo de la 4T.

La mayoría de las personas no entendemos la letra de doctor, pero tú hasta libros escribiste. ¿Qué piensas de este cliché?

Yo me formé en otra época, sin internet, sin laptops, sin dispositivos. Todo era a mano. Los profesores hablaban rápido y uno se acostumbraba a escribir rápido. Así la letra se iba deformando. A veces ni uno mismo entiende lo que escribió.

Vacilaba mucho a mis alumnos. Uno tenía letra espantosa, era un joven con rasgos orientales. Frente a sus compañeros ponía su hoja en vertical y decía: “Es que escribe en coreano. Se lee de derecha a izquierda y de abajo hacia arriba”. Y cuando me criticaban mi letra, contestaba: “No es que no entiendas, es que escribo en arameo antiguo”.

Tengo una anécdota en Los 10 consejos…: a una paciente con infección pélvica le receté óvulos. Mi letra no se entendía bien, y la señora, al regresar, me dijo que ya no tenía flujo ni ardor vaginal, pero sí una gastritis terrible. Revisé la receta: ¡se estaba tragando los óvulos vaginales! Del tamaño de una almendra, se aventaba dos al día.

Hoy casi nadie escribe. Cuando di clases en una universidad privada, los alumnos ya usaban laptops o grabadoras en el celular. Eso de escribir a mano se ha ido perdiendo.

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¿Alguna paciente se ha enamorado de ti?

Bueno, esa respuesta quizá venga en un libro póstumo… No, es broma. Yo creo que es inevitable: cuando uno está joven y galán, pues ¿quién no quiere ligar a su médico? Tenemos fama de que nos va bien en la vida.

Yo amo el Seguro Social, tuve compañeras maravillosas ahí. A veces alguna me decía: “Doctor, usted es rico”, y yo respondía: “No, no soy rico, soy sabroso”. Siempre bromeando, pero manteniendo la distancia.

En cuanto a pacientes, sí, la figura idealizada del médico existe, más de una vez lo noté. Pero ahí quedó.

Quiero contarte cuál ha sido el mejor halago que me han hecho en la vida. Una tarde en el Seguro, después de una cirugía, entré a la sala de recuperación y vi de reojo a una señora guapa junto a un paciente. No pasó nada.

Después de mi segunda cirugía volví, y una compañera me dijo: “Doctor, no sé si decirle esto, porque los hombres son muy vanidosos”. Yo le pedí que hablara. Y me contó: “¿Vio a la familiar de la camilla tres? Apenas salió usted, me dijo: ‘Señorita, ¿de qué me tengo que enfermar para que me atienda ese doctor?’”.

La compañera le respondió: “Pues es ortopedista y traumatólogo”. Y la señora contestó: “Ay, entonces voy a cruzar la calle para que me atropellen y regreso”.

Yo creo que ese ha sido el mejor piropo que me han dado.

Eso suele pasar del paciente hacia el doctor. Lo importante es que nunca sea al revés, para que todo se mantenga en paz.

Y sí, puedo decir que en estos años tengo dos grandes amores que se llevan muy bien: la ortopedia y la literatura.

 

Foto perfil de Arturo J. Flores
Arturo J Flores Editor en Jefe Editor de Playboy México y Revista Open. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UNAM con especialidad en periodismo. Autor de 12 libros entre novela, crónica y cuento. Ganador del premio de novela Justo Sierra O' Reilly por "Te lo juro por Saló". Guionista de TV, conferencista, locutor de radio, creador del podcast "Chelas y Bandas". Estamos hechos de historias y mi deber es contarlas.
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