2×1: Uvas y Fuagrás

Cesar Chávez se merecía un mejor director y una película más grande. Y Dolores Huerta merecía más tiempo en pantalla y no solamente el casi cameo con el cual la interpreta Rosario Dawson. Para el espectador promedio en México los nombres de estos dos activistas sociales y trabajadores agrícolas tal vez no signifiquen nada; pero para la comunidad México-americana en Estados Unidos representan una lucha de años en la cual pudieron derrotar primero al gobierno mexicano (eliminando el Programa bracero) y doblegar al norteamericano, después.

 

Ambos de ascendencia mexicana, Cesar Chávez y Dolores Huerta hicieron que se respetaran los derechos de los trabajadores agrícolas en base a boicots, resistencia pacífica y paciencia. Sin embargo, su épica no ha sido contada con la pericia que merecía el caso. Larry Flynt y Harvey Milk, por dar dos nombres, tienen respectivamente una biopic en la que se cuentan paso a paso los más importantes acontecimientos de su vida, además de aportes cinematográficos. En Cesar Chávez, Luna avanza a trompicones, dejando de lado momentos álgidos, como los conflictos por el Programa bracero o el grupo de “minuteman” que organizaron para evitar que los mojados fungieran como esquiroles.

 

Si bien, Diego Luna ya había dado muestras de tener perica como director en el documental J. C. Chávez  y posteriormente con Abel, en donde se revelaba que sabía tratar con actores, es en este, su tercer largometraje donde nos deja en claro que las cintas grandes no son lo suyo. Apoyado por un par de guionistas poco experimentados (Keir Pearson y Timothy J. Sexton), Luna se lanza a tratar de suplir con inteligencia las restricciones presupuestales y la libra gracias a que los actores que logra reunir subsanan muchos de los problemas económicos y de habilidad del director. 

 

Sin Michael Peña, America Ferrera, Rosario Dawson y claro, John Malkovich, en los papeles estelares la cinta descendería hasta ser una biopic televisiva. Ahí quedan para entender mejor a los chicanos cintas como Zoot Suit, Alambrista! y Santana, Americano yo.

Las películas “gastronómicas”, si, esas que mezclan comida y vida en una sola trama son muy exitosas; desde la esplendorosa Vatel, pasando por Como agua para chocolate hasta El Chef, son cintas que mezclan a partes iguales drama, humor y mucha, mucha comida.

 

Los Sabores del palacio ya había tenido su estreno durante el Tour de cine Francés, sin embargo y gracias a lo atractivo de su historia mereció que le dieran corrida comercial. Christian Vincent su director y Catherine Frot, su protagonista hacen una película sencilla que sabe mezclar humor, pasión por la cocina y una trama que coquetea con la denuncia del clasismo y la discriminación de género. 

 

Hortense Laborie personaje que existie verdaderamente es una mujer amante de la cocina tradicional francesa, esa que se hace en las estufas de los hogares y no en las industriales de los restaurantes y que hacen ganar estrellas Michellin. Un día y por una suerte de coincidencias es llamada para  ser la encargada de privadas del presidente François Mitterrand en el Palacio del Elíseo.

 

La cinta coquetea abiertamente con la majestuosidad de las cintas de época en donde los sirvientes le cumplen al rey sus caprichos pero contrapuntea muy bien el gusto de cocinar para que la gente común lo disfrute. Si bien no es una obra maestra son de ese tipo de películas emotivas que se vuelven a ver con gusto una y otra vez.