Las biopics (películas biográficas) son un subgénero muy solicitado por la audiencia ya que mezclan “historias reales” con un desarrollo de personaje que a todas luces no necesitan trabajar tanto en el guión. Sin embargo, cuando una biopic está bien realizada trasciende la mera etiqueta del “basado en hechos reales”. Esto es lo que pasa con “The look of love” rebautizada como “El rey del erotismo”.
Paul Raymond era un zar del porno poco conocido en este lado del mundo; era una especie de Hugh Hefner sólo que más kynky, un poco más cínico y un poco más al límite. Magnate inmobiliario, que revitalizó el Soho original, el londinense, desde mediados de los años sesenta hasta los ochentas y que creó una revista (Men Only) siempre al borde de lo permitido.
Michael Winterbottom (El asesino dentro de mí y Camino a Guantanamo), prolífico director inglés decide llevar su vida a la pantalla centrándose exclusivamente en sus conflictos personales, dejando de lado el escándalo, las cuestiones políticas y morales con las que siempre cargo encima. La apuesta de Winterbottom es narrar en imágenes los dilemas éticos de un empresario frío que solo se sentía bien entre mujeres y que su buen juicio monetario nunca se vio nublado por sus sentimientos.
Winterbottom va acumulando aciertos desde que se decide por Steve Coogan para el papel principal. Coogan logra adentrase en el personaje mostrando siempre ese rostro cínico que tenía el empresario, ese rostro que nunca se quiebra así sea para recibir los embates de la prensa, para contar que llegó con cinco peniques a Londres y que su departamento fue decorado por Ringo Starr, o para recomendarle a su hija que si se va drogar que sea con la mejor coca. Su segundo acierto es jugar con la fotografía, yendo más allá de la simple ambientación de época, metiéndose directamente en el diseño de la revista, o utilizando los tonos adecuados para mostrarnos los años sesenta, o el blanco y negro de los cincuenta, e incluso, mostrándonos esos tonos fríos de los noventa.
Winterbottom decide contarnos la vida íntima de un hombre que nunca cayó y que por lo tanto nunca necesitó redención, como es común en las biopics, y aprovecha para contarnos la historia reciente de ese barrio tan emblemático de la capital inglesa.
Una comedia a la española
Desde Torrente que una comedia tan española no lograba tal éxito en su propio país. “8 apellidos vascos” ya se convirtió en la película española más vista de la historia de aquel país. Ha vendido más de 7 millones de boletos y recaudado más 50 millones de euros. Lo cual, para una película que costó poco es un margen de ganancia increíble.
Más increíble que no es una comedia romántica al paso. Es decir, si hay un par de amantes que se odian y que con el el tiempo acabaran agarrándose el gusto y terminarán juntos. Que no vendo nada de la película, porque cuando vemos a ver una comedia de estas sabemos que entre más se odien más se amaran al final. (O no Tom Hanks y Meg Ryan.)
El caos es que sí, dos se conocen, se caen mal y deberán pasar muchas cosas para acabar consumando su amor…. pero el contexto es lo que los cambia. Rafa es un andaluz medio cotorro, de pocas luces que un día decide ir a Navarra para buscar a la vasca con la que se acostó y no pasó nada. Y ahí, en ese juego de odios entre los desenfadados del sur y los duros norteños es como se teje una historia que se burla del terrorismo, del franquismo, de los odios regionales y hasta de la religión.
El director, Emilio Martínez Lázaro, es un viejo veterano que sabe sacar provecho a la situación y suelta varios dardos punzantes llenos de humor. Pasa a cuchilla a las jotas andaluzas, pero también a la idea de que todos los vascos son terroristas, se burla de Los del río, que hacen una aparición especial y también, cómo no, de los apellidos vascos.