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Mike Sandoval: “Dave Grohl tiene una de mis obras”

Escrito por:TIM

Hay artistas que llegan a los conciertos antes que las bandas. Su trabajo se cuela en la fila de la merch, se despliega en el muro del foro, se imprime en la camiseta que alguien comprará sin saber por qué. 

Son los creadores de los carteles, los alquimistas visuales que traducen un sonido en textura, un riff en trazo, una emoción en color. Su misión no es acompañar la música, sino elevarla, crearle un altar. En un mundo saturado de imágenes, filtros y likes, aún existen artistas capaces de detener el pulso del espectador. No por estridencia, sino por verdad. 

Uno de ellos es Mike Sandoval, ilustrador mexicano, que ha convertido los huesos, insectos y calaveras en símbolos de belleza, fuerza y humanidad. Su obra no es solo dibujo, es una traducción visual del ruido interior, una sinfonía entre el rock, la vida y la descomposición. 

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Ha trabajado con bandas locales e internacionales —incluidos los Foo Fighters, Arctic Monkeys, Primus, Melvins, entre otros— y su arte se ha infiltrado en portadas, pieles y paredes del mundo entero. 

Creció entre cómics, discos de vinilo y las películas de terror que su padre le dejaba ver a escondidas. Aprendió que el miedo también podía ser una forma de belleza. Que la calavera, más que símbolo de muerte, es un espejo democrático: no distingue clase, género ni religión. Que los insectos, con su delicadeza alienígena, pueden ser más poéticos que un ramo de flores. 

Conversamos con Mike Sandoval sobre el síndrome del impostor, la simetría entre música e ilustración, el poder del horror, la esperanza que habita en lo roto y ese hilo invisible entre lo que se pudre y lo que perdura: la necesidad de crear incluso cuando todo parece desmoronarse. Porque su arte, como la vida, vibra entre lo efímero y lo eterno. 

 

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Hay algo que llaman el síndrome del impostor, de artistas que sienten que muchas veces su trabajo no es suficiente, viven con esa ansiedad o inseguridad de no tener esa originalidad. Tú ya tienes un estilo, una carrera consolidada, has hecho colaboraciones internacionales importantes, bandas, marcas, etc. ¿Tú, de repente, tienes esas inseguridades? ¿Hay algún trazo, algún arte tuyo que te haga seguir sintiendo que sigues siendo un aprendiz?

Sí, creo que eso nunca se va. No importa la trayectoria o las cosas que hayas hecho. Vivimos en un mundo donde estamos constantemente bombardeados por estímulos visuales y creativos, sobre todo en redes sociales. Abres Instagram y te aparecen quinientos mil ilustradores más talentosos que tú. Es imposible no compararte y pensar: “Me encanta lo que hace esta persona y yo no soy tan bueno”. Pero ahí está el secreto: somos tantos, hay trabajo para tantos, que incluso esa persona a la que admiras también se está comparando con alguien más.

Uno tiene que dejar de mirar al costado y concentrarse en satisfacer lo que uno mismo quiere lograr, en lugar de estar viendo qué hace el otro. Lo importante es preguntarte qué estás haciendo tú para llevar más lejos tu propio trabajo.

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¿Alguna vez has sentido que tu trabajo funciona como la otra mitad de los eventos, conciertos o discos de los artistas? 

Creo que mi trabajo justo busca eso: que se complementen. Pero definitivamente no es lo principal. Si cualquiera de estas bandas sacara un disco con una portada totalmente en blanco con un cuadro negro y solo el título, la música seguiría siendo igual de buena o mala. Mi función es potenciar eso. Si la música está increíble, quiero hacer algo que esté a la altura, que esté igual de chido, sobre todo porque confían en mí para traducirla visualmente. 

Cuando alguien me dice: “Vi la ilustración que hiciste para tal banda y me la tatué”, o “la tengo colgada en mi casa”, siento que hice bien mi trabajo. Significa que lo que realicé trascendió, que se volvió parte del recuerdo colectivo. Soy ese puente entre el espectador y la banda, el que ayuda a que la gente lo asocie emocionalmente. Mi trabajo es ayudar a que eso que ya tienen, eso que está increíble, sea todavía un poquito más increíble y le ayude a que la gente lo retenga más.  A veces se logra perfecto y otras no tanto. Hay ocasiones en las que a la banda le gusta y a mí también, pero al público le da igual. Eso no se puede controlar.

¿Y te ha pasado que una banda no quedó conforme con el resultado final?

Más bien al revés. Siempre he pensado que tengo tres clientes: el primero soy yo. Si a mí no me gusta, no hay manera de que ese trabajo vea la luz. El segundo es la banda que me contrata. Y el tercero es el público. Si a los tres nos gusta, entonces cumplí mi objetivo; pero si al final del día, al tercer cliente, que es el público, no le gusta, pues algo ahí falló.

Durante ese proceso, ¿qué tanto te empapas de la música de la banda o el artista para crear? ¿Y cómo cambia ese proceso cuando haces carteles para películas?

Para mí es esencial. Lo tomo como cualquier proyecto de diseño: investigo, entiendo, busco la esencia de lo que estoy escuchando. Es un trabajo bien interesante. Las bandas crean imágenes mentales con su música; toda esta serie de canciones, letras y sonidos debo traducirlas y condensarlas en una sola imagen visual, ese es mi trabajo. Que cuando el espectador vea la portada diga: “No mames, sí, eso suena como lo que estoy viendo”. Escucho las canciones, analizo las letras, saco conceptos y, si puedo, hablo con la banda para entender en qué momento están, que les gusta y que no les gusta, como describirían su música. En el caso de las películas es distinto, porque ya tienes la imagen y la paleta de colores definida. Ahí el reto es respetarla y reinterpretarla desde otro ángulo.

¿Alguna banda te ha dicho que entendiste su disco o canción mejor de lo que ellos mismos imaginaban, que lo entendiste de una mejor manera de lo que ellos hubieran querido interpretar visualmente, o que al final les cambiaste el chip o percepción de su obra?

No recuerdo un caso así. Generalmente las bandas con las que trabajo quedan muy contentas con el resultado. Si ves el arte publicado, es porque se logró la chamba. Nadie me ha dicho “me cambiaste la forma de ver mi arte”, creo que nadie me ha dicho, así como de me cambiaste el chip, también los músicos tienen muy afianzada su visión de lo que es su trabajo; aunque sí me han agradecido la conexión que se logra entre imagen y música.

¿Has notado que alguno de esos artistas “famosos” se haya vuelto fan de tu arte? Has trabajado con bandas locales y con otras de renombre internacional. Quizá no te lo han dicho directamente pero que tú veas que está “enamorado” de tu trabajo, que lo notes por los comentarios, likes o el “share” en tus posts de tus redes sociales.

No lo sé a ciencia cierta porque no me consta, pero me llegó el rumor. Esto lo digo por lo que me han contado a mí, yo no sé, no lo puedo afirmar. Cuando hice el póster de Foo Fighters en 2017, la banda quedó muy satisfecha y nos pidió un tiraje adicional en papel metálico. S

egún me contaron, Dave Grohl tiene uno de esos pósters colgado en su casa. No sé si en el baño o en el sótano (risas), pero me gusta creer que sí. Se supone que él tiene uno porque le gustó mucho, yo quiero pensar que sí es cierto y me encanta esa idea, esa anécdota. Sí sé que ellos tienen unas copias, pero ya de ahí que lo tengan colgados en su casa yo no lo sé. Me encanta pensar que hay un póster mío en casa de Dave Grohl.

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¿Cómo navegas entre el trabajo con bandas underground e independientes y los proyectos más comerciales o mainstream? ¿Te sientes ahí como un equilibrista entre la cuerda floja del arte y la publicidad?

No lo veo como una cuerda floja. Soy un ilustrador completamente comercial y me encanta crear productos. Estudié diseño gráfico; mi meta es hacer cosas que la gente conozca, consuma y disfrute. Trato a todos los clientes con el mismo respeto, ya sea una banda independiente o una gigante. El dinero vale igual, aunque a una le cobre cinco veces más. 

No me conflictúa que mi trabajo sea mainstream. Puedo navegar entre ambas cosas porque hay cosas que hago que son para mí, que hablan desde un sentimiento y desde una cosa más personal. Pero en el momento en el que se vuelve un producto de consumo masivo, como un póster, una playera, un contenido digital o lo que sea, que van a ver miles de personas y lo van a comprar y lo van a consumir, pues se vuelve diseño, es algo de consumo masivo y me encanta.  

Si lo que hago para una banda chica ayuda a que tenga más exposición, mejor. Yo quiero seguir dibujando hasta que las manos me lo permitan, y para eso necesito clientes y proyectos. Las colaboraciones grandes me dan visibilidad, pero nunca olvido mis inicios con las bandas independientes que confiaron en mí. Trabajé muchos años en publicidad, yo sé que lo que estoy haciendo es diseño gráfico con ilustración, no es arte. 

Muchas bandas sienten que están en peligro de extinción por la inmediatez de las plataformas. ¿Cómo enfrentas la idea de que tu arte pueda perdurar más que la música misma?

Se me hace increíble. Un cartel tiene una vida distinta: el fan va al concierto, vive una noche inolvidable y compra el póster como recuerdo. Lo enmarca, lo cuelga en su casa, lo ve todos los días. Quizá no tenga la difusión de una canción, pero tiene otra profundidad emocional. Si mi trabajo logra eso, ya cumplió su propósito. No me clavo en la idea del éxito o la trascendencia. 

Algunas cosas se quedan y otras no. Si hay alguien del otro lado del mundo que vio mi trabajo por una banda mainstream y también le gustó, pues creo que se logró. A mí no me gusta pensar que mi trabajo es más o menos que otros proyectos, son un complemento, si llega a lograr que tiene mayor trascendencia, pues que mejor, pero si no, no pasa nada. Hay más, no me puedo tampoco clavar en esa idea y estacionarme ahí y decir: “¿Por qué no se volvió más exitoso? ¿Por qué la gente no se acuerda de esto?” 

Pues ni modo, no se dio, lo que sigue; lo mismo pasara con las canciones, con las películas, habrá unas que se quedan y que tocan fibras personales muy íntimas, muy profundas y habrá otras que pues pasan sin pena ni gloria, tampoco le puedes dar el gusto a todo el mundo, vuelvo a lo mismo de lo que decíamos al principio. Lo importante es que lo que hago me guste a mí y que siga siendo una evolución de mi estilo y que todo lo que yo hago es parte del universo que estoy creando con mi ilustración.

¿Has escondido algún guiño personal o secreto en tus obras?

He sabido de gente que lo hace, pero personalmente no es algo que yo haga.

¿De dónde viene esa obsesión por lo siniestro, los huesos, las calaveras y los insectos?

Siempre me han fascinado las películas de terror y los cómics. Son universos compartidos. También me gusta el rock o metal. Todo eso orbita en la misma galaxia. Por otro lado, la naturaleza es una fuente constante de inspiración. 

Los insectos me parecen criaturas brutales y bellas a la vez. Un escarabajo tiene fuerza descomunal proporcional a su tamaño y colores increíbles; una mantis parece un alienígena y se devoran a sí mismas. Incluso una mosca, vista al microscopio, es hermosa en formas y colores pese a alimentarse de carne podrida y cosas putrefactas. Esa mezcla de conceptos e ideas me sirve para hablar de la vida, la muerte, el amor y el paso del tiempo. 

Encontré en la biología una excusa para contar historias. Todo eso son cosas que están ahí, cosas en las que estoy pensando todo el tiempo y que de alguna manera, en la biología y en la fauna, hay una justificación para poder trasladarlas a esto que me llama la atención y sobre lo que quiero hablar.

¿Este tipo de arte es una forma de exorcismo personal o una seducción hacia la oscuridad?

Nunca lo he visto de forma tan mística. A veces simplemente me gusta dibujar cráneos y huesos. El esqueleto es una figura democrática: cualquiera puede verse reflejado en ella. No tiene género, religión ni nacionalidad. Es anónimo, universal; salvo que te dediques a eso y entiendas cuáles son las pequeñas diferencias entre el cráneo, el esqueleto y la osamenta del masculino y femenino casi no se nota, prácticamente cualquier persona que lo vea se puede identificar. Eso es una gran herramienta para hablar de muchas cosas sin enfocarme específicamente en un individuo. Yo no soy una persona oscura o seducida por las tinieblas. Soy normal, tranquilo, muy feliz. Me atrae la estética del tema, pero no vivo de acuerdo con eso. No vivo en medio de la nada, con las ventanas cerradas, entre velas, ni duermo en sarcófagos (risas). En mi casa tengo cráneos, insectos y juguetes de terror, pero también estampas de Hello Kitty. Todo eso convive en mí por igual.

¿Cuál fue la primera imagen, portada o escena de terror que te marcó tanto que aún la arrastras en tu arte?

La portada de Sabbath Bloody Sabbath de Black Sabbath. Escuché la música y vi la imagen, y todo hacía clic. Pensé: “Claro, esta imagen suena exactamente como la música que estoy oyendo”. Fue un momento decisivo que me hizo entender que una imagen puede tener la misma fuerza que una canción. Fue un llamado ahí muy importante para mí, ver esa imagen y decirme que, si puedes hacer imágenes que tengan la misma fuerza que la música que estás oyendo, para mí eso fue un momento muy decisivo en mi infancia. 

Has mencionado que de niño dibujabas mucho a Batman y que tu papá tuvo mucho que ver.

Sí. Siempre tuve el apoyo de mis papás. En casa nunca faltaban estímulos visuales. Mi papá compraba cómics y libros de arte, me llevaban al cine, a museos… siempre había algo que encendía la curiosidad.

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El horror suele reflejar los temores de la sociedad. Antes eran brujas, demonios, monstruos. Hoy son algoritmos, pandemias, colapsos climáticos. Si tuvieras que diseñar al villano definitivo del 2025, ¿cómo sería?

Probablemente un político o un multimillonario tipo “tech bro”, de esos que quieren que vivas la vida como ellos y se enriquecen explotando la tecnología sin escrúpulos. Sería alguien así.

Tú que trabajas con imágenes y haz creados universos visuales desde niño, ¿qué tanto ha cambiado en tu universo, en tu cabeza la forma de mirar el mundo de cuando empezaste a crear a las imágenes que nos bombardean actualmente en todos los entornos?

Creo que no ha cambiado mucho. Cambiamos un problema por otro. No veo un futuro muy alentador, la verdad. Estamos bastante condenados.

Si tuvieras que ilustrar el estado actual del mundo, ¿qué pondrías al centro de esa imagen?

Pondría a la gente chida. Creo que somos más las personas que queremos algo bueno para este mundo. Suena mamador, suena super positivo pero el cambio empieza en uno. Aunque vivamos en un régimen capitalista ojete y devorador; te piden a ti que seas ahorrador de agua, que no tires basura, etc. Y uno lo hace por educación, pero mientras las empresas no dejen de depredar el planeta, por más esfuerzos que haga uno a nivel personal, pues no se va a lograr nada, quiero pensar que aún hay esperanza en las nuevas generaciones y en los valores que se siguen transmitiendo. Sería un punto luminoso en medio del caos.

Si pudieras elegir una colaboración con cualquier artista, vivo o muerto, ¿a quién le harías el cartel y qué imagen se te viene a la mente?

No sabría decir qué imagen, pero hay muchas bandas con las que me encantaría trabajar: The Cure, Nick Cave, son cosas que me gustan mucho y que aún no se han dado, aunque cada vez lo veo menos lejano. No es que no se haya podido por la calidad de mi trabajo, creo que ahí está y habla por sí mismo y pues al final del día es un negocio y son cosas corporativas. Es cosa de llegar a la persona correcta y ya. En el sentido administrativo, sí es complicado desde el punto de vista de que tienes que chingarle mucho para tener algo que respalde tu palabra, yo quiero pensar que todos los pósters, portadas, carteles y cosas que he hecho hablan por mí. Si yo llego con cualquier banda y le digo lo que yo hago, hay algo ahí que lo respalda; sí, eso cuesta trabajo, toma tiempo y muchas horas de estar sentado arrastrando el lápiz, pero ya no veo nada como algo imposible. Y si pudiera elegir a alguien que ya no esté, sería a David Bowie. Es mi artista favorito. Me hubiera encantado hacer un arte oficial para él. Que él lo viera. Eso me habría hecho muy feliz.

 

  • TIM