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Nómada: París y el bello infierno

Por: Jafet Gallardo 06 Jun 2018
Diez horas quieta, para una hiperactiva de lo peor, fueron un tormento, pero valieron la pena con tal de visitar […]
Nómada: París y el bello infierno

Diez horas quieta, para una hiperactiva de lo peor, fueron un tormento, pero valieron la pena con tal de visitar el museo de Louvre, el pub del cantante de Metallica, la catedral de Notre Dame en París y un explosivo festival de música a sólo tres horas en tren.

“Baby we are everywhere”. Salma tenía razón, así fue mi primer viaje a Europa.

“¿De dónde son?”, escuchamos en un español a medias mezclado con un poco de italiano. La mesera del lugar se acercó a nosotros mientras esperábamos la orden; el otro mesero preguntó:

—¿España? ¿El Salvador?
A lo que nosotros respondimos: —México—. La chica gritó en señal de victoria. Parece que ella ganó la apuesta, pensamos. Los mexicanos somos bien recibidos en el Viejo Continente, con una sonrisa en el rostro y con un gesto de ¿qué hacen hasta acá? Lo que me lleva a responder como Salma Hayek en una entrevista: “Baby, we are everywhere”.

Todo comenzó con un “¿Vamos a París?”. Jamás había tomado una decisión así, sin pensarlo. En tan sólo seis meses ese plan de viajar por primera vez a la capital francesa estaba punto de convertirse en realidad y no sólo a la Ciudad de la Luz, haciendo una escala en Clisson para un festival de música, y que sin más se había extendido también a Brujas, Bélgica y Milán, en Italia.

Después de los nervios, el estrés derivado de la posibilidad de no llevar suficiente dinero, pasé por un reto a mi hiperactividad: más de diez horas en un avión para atravesar el Atlántico, donde tendría que enfrentarme al cambio de horario y a los días eternos, ya que el sol no termina de meterse hasta las nueve o diez de la noche, pero primero había que realizar una breve escala en Madrid.

 

En el vestidor de Ronaldo

En la capital española tuvimos cerca de cinco horas libres antes de la conexión que nos llevaría a París. Salimos del aeropuerto Barajas, tomamos el metro con destino a la Puerta de Alcalá para ver si “ahí sigue viendo pasar el tiempo”. Tras recorrer la puerta y la Fuente de Cibeles decidimos ampliar el recorrido a un lugar donde nuestro corazón futbolero latería más que nunca, el estadio Santiago Bernabéu.

Mientas caminábamos por el Parque del Retiro con mapa en mano, pensábamos cuál sería la mejor forma de llegar en metro a la casa del Real Madrid. La ola de calor que azotaba en ese momento y durante las próximas semanas en toda Europa nos hizo extrañar las tienditas de conveniencia o los pequeños supermercados que encuentras en México cada media cuadra. Empiezas a pensar en euros y tu cartera se vacía poco a poco.

Nos hidratamos lo mejor posible para seguir con el andar que nos llevó al estadio de uno de los equipos más aclamados y, si bien no somos hinchas de esos colores, sí del balompié. Además de visitar
el campo que ha visto a miles de estrellas patear un balón —entre ellos Hugo Sánchez y El Chicharito— puedes adentrarte en los vestidores y la sala de trofeos.

Seguramente todo eso suena a un sueño cumplido y lo es; sin embargo, la cantidad de gente que hay pocas veces te permite disfrutar de algo así. Todo mundo quiere su foto en el espacio del vestidor de Cristiano Ronaldo o con la vista completa del campo, y ahí comenzó mi tortura con los asiáticos: te empujan, se avientan y no les importa nada más que su propia selfie.

 

Lost in translation

Salimos de Madrid y emprendimos el curso hacia la capital francesa, ahí estaríamos un día, abordando los característicos autobuses de dos pisos y bronceándonos en la parte de arriba mientras hacíamos fotos de cada una de las hermosas estructuras que alberga París. Al otro día compraríamos un tour por una de las ciudades más bonitas de Bélgica: Brujas.

Nada mejor que llegar al aeropuerto de Orly, en París, y que tus amigos que ya sabían cómo moverse en la ciudad perdieran la conexión del vuelo en Madrid; así que estábamos en una ciudad desconocida hablando un poco de inglés y un poco de francés, con una dirección impresa en la mano y un par de mochilas que pesaban más que la vida. Por fin conseguimos un medio de transporte sin recurrir a las decenas de turcos

y migrantes africanos que ofrecen sus servicios de taxi, que a pesar de ser Mercedes Benz o BMW prestan servicios piratas y cobran más caro que los establecidos; al final abordamos una Van al lado de una pareja y una mujer que parecían tener todo bajo control. Nosotros sólo nos dejamos llevar.

 

Cerveza con sabor a Metallica

Logramos llegar al hotel, nuestros amigos se aparecieron tiempo después y tras un baño, un cambio de ropa y descansar un poco la espalda, nos dispusimos a disfrutar de una cerveza fría en el pub de una de las máximas estrellas del thrash metal, el vocalista de Metallica James Hetfield. Nos sorprendimos al verlo vacío, pero claro, eran las diez de la noche de un lunes en París, la fiesta aún no comenzaba.

Recorrer París es una experiencia única, desde el Arco del Triunfo, lleno de coreanos; la Torre Eiffel con largas filas para subir y un calor amenazante, pero imponente y hermosa; la Ópera; y hasta el río Sena que rodea la ciudad y completa el paisaje. Pero cuando llegamos dispuestos a recorrer el museo del Louvre, aquel en el que Tom Hanks desentrañó cada uno de los secretos y buscó el santo grial en El Código Da Vinci, nos llevamos la sorpresa de que los martes está cerrado. Fue un golpe de decepción, al otro día iríamos a Brujas y no había más tiempo.

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Texto y fotos de Liliana Estrada

Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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