Aranza lo resume en una frase: “Quien me quiera, que sepa que Oasis viene en el paquete”. Si el aspirante a enamorarla no comparte su pasión por la música de los hermanos Gallagher, al menos debe aprender a convivir con ella.
—¿Para qué te alcanzaría todo lo que te has gastado en Oasis? —le pregunto.
—Como a dos o tres meses de renta.
Si no suena mucho, es porque quien lo lee no vive en la Ciudad de México, uno de los epicentros de la gentrificación, donde la especulación inmobiliaria ha convertido al mero hecho de ocupar un espacio en un privilegio.
Por eso, Aranza adereza su respuesta:
—A dos o tres meses de renta en una zona céntrica de la CDMX, pero yo sola, sin roomies.
A la cabeza me vienen los viajes que mi amiga realizó en los últimos meses: al Festival de Reading en 2024, donde Liam Gallagher celebró los 30 años del lanzamiento de Definitely Maybe y sugirió que la reunión de Oasis era inminente; luego, casi un año después, a los conciertos que los reconciliados consanguíneos ofrecieron en su natal Manchester y en Londres, en el estadio de Wembley.
Maldita adicción a la música: primero los conciertos, después lo demás
A esa cuenta hay que sumarle los kilos de merch oficial que se trajo de otro continente y que después, de acuerdo con una publicación suya en Instagram, no estaba segura de usar para los conciertos en México. Eso nos pasa a los fans: tendemos a querer conservar los objetos para siempre, como si nuestra pasión mereciera un estudio museográfico.
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Lo innegable es que el peso de la nostalgia se traduce en millones de pesos para la voracidad de las marcas.
—El capitalismo es una mierda —me dice Héctor mientras aguardamos pacientemente en la fila para comprar fichas que después canjeamos por cerveza en el Definitely Maybe Bar, el takeover instalado en la planta superior del Covadonga, en la Roma.
—Qué buen negocio —remata.
Su reflexión no carece de ironía. Porque por voluntad propia pagamos, cada uno, los 300 pesos de cover, las bebidas y, en mi caso, los boletos para Oasis. Él ya no alcanzó, pero no pierde la esperanza de hacerse de uno en reventa.
Mientras, vinimos a este happening en el que realmente no pasa gran cosa. Sin decoración, con una producción paupérrima, sin luces y con un sonido que apenas alcanza a amplificar las versiones que una banda originaria de Manchester interpreta sobre el escenario, mi amigo y yo quisimos ser parte de esta cofradía que, abrazada, salta y se acaba la garganta cantando las canciones de Oasis.
—Tanto que critico a las swifties y te juro que no sé qué me voy a poner mañana, porque me compré un chingo de mercancía —me confía un desconocido, también cuarentón, mientras aguardamos para que nos sirvan en barra: a él una cuba y a mí un mezcal derecho.
El capitalismo será una mierda. Pero la nostalgia es el bolo alimenticio que le da cuerpo y consistencia.
Por sus historias en Instagram sé que Aranza asistió a la formación en el cielo, con drones, del logotipo de Oasis. Después cayó en el Definitely Maybe Bar con otros amigos, tanto mexicanos como extranjeros. Yo me fui temprano: a mi edad ya no puedo ligar dos desvelos como solía cuando conocí la música de Oasis.
Entonces podía tragarme medio litro de ron y fumarme una cajetilla de cigarros, como escribió Noel en una canción: “buscaba un poco de acción y sólo encontré alcohol y cigarrillos”. Hoy, algunos de quienes sentimos que el corazón se nos salió del pecho el 27 de agosto de 2024, cuando se anunció la reunión del grupo, preferimos llevárnosla leve.
No es el caso de Aranza. Su juventud le permite combinar los medicamentos con los que enfrenta una infección estomacal con la idea de tomarse una cerveza en el concierto. Ni modo que un acontecimiento de tal magnitud se vaya en seco.
Me cuenta mi amiga, en un Zoom dos días antes de la primera actuación de Oasis en el GNP, que conoció a los de Manchester por influencia de sus papás. También su hermano comparte el gusto y la pena. Esto último porque, para los detractores de los Gallagher, no existe nada más repulsivo que un fan de Oasis.
Oasis en Wembley: Crónica de una noche inmortal
—Uno de mis mejores amigos me tenía silenciada en Twitter porque me la pasaba hablando de Oasis. “Esta morra ya me tiene harto”, me dijo.
Le pregunto si, por el contrario, sus novios han compartido sus gustos musicales. La mayoría sí, reconoce, “y quienes no, han tenido que tolerarlos”. Reviro inquiriendo si el gusto por los británicos sería requisito para pedir su mano.
—Supongo que sí… quien se case conmigo tiene que aceptar que en el paquete de Ara viene Oasis.
Le pregunto si le han dedicado una canción de Oasis y eso se la ha echado a perder. Suspira y dice que estuvo a punto de pasar con I Had a Gun…, pero por fortuna esa es de Noel como solista. También le dedicaron Live Forever, pero representó más un intento por salvar una relación que inevitablemente se hundiría como el Titanic.
Tal vez por eso dice que Supersonic es su canción predilecta, y ella pone en práctica el verso: “necesito ser yo mismo, no puedo ser nadie más”.
Es un hecho que nada ni nadie podría destruir el vínculo que ha establecido con su grupo favorito de rock. A los viajes que hizo a Europa, Aranza se lanzó a realizar una cacería digna de un sabueso. Quería pisar las mismas huellas que Noel y Liam hubieran dejado. Ara se paseó por el barrio donde crecieron, la cancha de futbol donde entrenaban y la tienda donde compraban sus discos.
—Todos los fui guardando en Google Maps para ir armando mi ruta de turismo musical. Pero soy prudente: llegué a la casa donde aún vive su mamá… pero no es como que le iba a tocar, sólo pasé caminando por ahí.
Aranza con Brian Cannon.
En el camino, se hizo amiga de Brian Cannon, el genio detrás de la portada de Definitely Maybe, el disco debut de Oasis lanzado en 1994 y al que Rolling Stone incluyó en el puesto 217 dentro de su listado de los 500 Mejores Álbumes de Todos los Tiempos.
—Hasta me puso en contacto con sus roomies para que me pudiera quedar con ellos.
Por eso, cuando le pregunto a cuántos grados se encuentra de los Gallagher según la teoría de los seis grados, no vacila en responder que a un par.
Faltan sólo unas horas para que Ara se encuentre con Oasis en México. No los vio cuando era niña, porque su papá atravesó una crisis financiera que echó por tierra los planes de asistir al último concierto de los Gallagher en el Palacio de los Deportes, el 26 de noviembre de 2008. En agosto del año siguiente, recuerda haber escuchado en la radio el anuncio de su separación. Se le partió el alma en dos.
De ahí que me cuente que, de todas sus experiencias junto a Oasis, la que recuerda como su momento personal más “bíblico” fue subirse a los hombros de un extranjero de casi dos metros en Manchester, con una máscara de luchador y sujetando una bandera nacional al más puro estilo de Juan Escutia, para escuchar Champagne Supernova. La misma canción que solía sonar los domingos en la casa familiar.
El recuerdo bien vale tres meses de renta. El futuro esposo de Aranza se va a enterar.