ROGER WATERS EN EL ZÓCALO (WISH YOU WERE HERE)

Por Abraham García
Fotografías de Carlos Mena Instagram @cacographymx
Lo hizo una, dos y tres veces. Salvo pequeñas detalles, el cantautor y exbajista de Pink Floyd, Roger Waters, dio en la Plaza de la Constitución el mismo concierto, tan controversial como excelso, que se ofreció en dos ocasiones en el Foro Sol.
La primera gran diferencia fue el jabalí inflable, que en esta ocasión no surcó los aires. Sin embargo, fue posible verlo a la distancia, inflado a medias, con sus leyendas “Vivos se los llevaron” o “Nos faltan 43 y muchos más” y su peinado a la Donald Trump. Las figuras de Waters y de su banda aparecían como pequeñas manchas amorfas de color negro y carne mientras interpretaban “Pigs (Three different ones)”.
Por otra parte, no hubo “Vera” ni “Bring the boys back home” como encore. De hecho, no hubo encore, ya que después de interpretar “Brain damage (Eclipse)”, luego de presenciar la representación del rayo de luz roto en un arcoíris por el prisma que aparece en la portada de “Dark Side of The Moon”, Roger Waters se fue de lleno con la hoja de papel y su discurso en castellano mal pronunciado, como fue replicado en notas y videos a través de las redes sociales.
“La última vez que toqué en el Foro Sol conocí a algunas familias de los jóvenes desaparecidos en México. Sus lágrimas se hicieron mías, pero las lágrimas no traen de vuelta a sus hijos. Señor presidente –y en esta ocasión señaló el Palacio de Gobierno con su mano izquierda, mientras la multitud comenzaba a rugir consignas como “¡Fuera Peña!”- más de 28 mil hombres, mujeres, niñas y niños, han desaparecido, muchos de ellos durante su mandato desde 2012. ¿Dónde están? ¿Qué les pasó? El no saber es el castigo más cruel. Recuerde que toda vida humana es sagrada, no sólo la de sus amigos.
Señor presidente, la gente está lista para un nuevo comienzo. Es hora de derribar el muro de privilegios que divide a los ricos de los pobres. Sus políticas han fallado. La guerra no es la solución. Escuche a su gente, señor presidente, los ojos del mundo lo están observando”.
Y el gran final fue “Comfortably Numb”, una de las últimas cosas que compusiera Waters en mancuerna con David Gilmour, alguien que siempre brillará por su ausencia cada vez que el primero toque una canción de Pink Floyd. No es que el guitarrista solista de la banda de Waters sea malo, de hecho tal vez todo el grupo sería capaz de reproducir a la perfección el material de Pink Floyd sin Waters, pero se vuelve muy notorio que no está ese característico je ne se qu’à de Gilmour. Mejor me enfoco en el concierto.
¿Hará lo mismo?, porque sería histórico si lo hace, ¿pasará algo que mueva a los asistentes a iniciar una revolución descarnada? ¿lo vetarán como a Manu Chau? Posible es que ésas hayan sido las preguntas y los pensamientos de algunas de las 200 mil personas que, se calcula, asistieron a la plancha del Zócalo.
A las cuatro de la tarde, la Plaza de la Constitución ya estaba casi llena. Lo mismo podías ver a las personas que asistieron a alguno de los dos conciertos (las playeras de fayuca los delataban); a quienes no tuvieron para comprar un boleto de $3,500, pero que hicieron la heroica de acampar o madrugar para quedar en el punto más cercano al escenario; y hasta al señor de las paletas heladas, porque hubo quién vio la oportunidad de ganarse unos billetes con el evento.
En medio de la espera de esa soleada tarde, mientras sonaba “All along the Watchtower” con Jimi Hendrix, y un playlist con canciones intercaladas de Foo Fighters y Rage Against The Machine, no había oportunidad de hacer gran cosa más que sentarse, pararse, y detenerse a ver hacia cualquier punto y no encontrar más que gente: ahí estaban las familias con menores de cinco años en su primer concierto de rock, los villamelones que sólo podían hablar de “Another brick in the wall (Part II)”, un metalero perdido con cinco vasos de a litro vacíos en la mano, al veterano fanático vestido con una extravagante camisa alusiva al régimen de martillos del protagonista de “The Wall”, y a los policías y personas que miraban la panorámica desde el Palacio de Gobierno de la Ciudad de México y desde el Hotel México, respectivamente.
De hecho hubo quienes, animados por el metalero perdido, le mentaron la madre a esos policías, que sólo pudieron responder con señas, pero en general hubo un parsimonioso ambiente en el interior de la plaza, con charla sobre música y conciertos.
Al cuarto para las ocho ya comenzaba a oscurecer y había nubes negras advirtiendo a los confiados que no llevaron impermeable que sí llovería, cuando de pronto la gigantesca pantalla que montaron en la plaza comenzó a mostrar un paisaje estelar visto desde la luna. El equipo de sonido, dispuesto en varios puntos alrededor de la plaza, nos avisaba que la espera llegaba a su fin y toda la plaza del Zócalo se unió en una estruendosa ovación.
Mientras el londinense, recién aparecido en escena, recitaba las primeras líneas de “Breath”, las primeras gotas de lluvia cayeron al punto de convertirse en un chubasco a medida que corrían los temas iniciales del repertorio. Hasta hubo oportunidad de hacer headbanging para sacudirse el agua durante “One of these days”.
Durante el repaso del “Dark side of the moon”, del “wish you were here” y los pequeños guiños a “Meddle” y “A saucerful of secrets”, la experiencia de inmersión pinkfloydiana fue cabal, al punto de que cada fan vivió su propio concierto, con sus reminiscencias e introspecciones particulares.
Es rara la sensación de soltarse a llorar cuando escuchas una canción en directo. Ya había lagrimeado alguna vez en algún concierto, y ya había visto a alguien hacerlo, pero durante “Fearless”, con su letra, con la grabación de Anfield, donde los hinchas del Liverpool FC corean “You’ll never walk alone” a su equipo, y mientras la pantalla nos mostraban fotos del pueblo palestino, fue que me solté sin remedio como un niño. Fue algo muy especial.
Aunque los visuales siempre han sido parte primordial en la producción de los conciertos de Pink Floyd y de Roger Waters, logran el efecto de que el escucha se sienta solo en su mente con la música, sin necesidad de tener que ver a quien la interpreta.
– ¿Qué fue eso, güey?
– Es que esa rola se cortó, ¡como en el disco! – le expliqué al amigo que me acompañó, cuando finalizaba “Have a cigar” y comenzaba “Wish you were here”.
Sin embargo, lo que “los ojos del mundo” esperaban observar aquella noche era la ya consabida escena donde salen los chacuacos de la simulada Battersea Power Station, donde Waters hace notar en su repertorio que esto ya no es sólo un concierto más donde la pasas bien y disfrutas el cálido asombro de la confusión con el que brilla aquél cadete del espacio que está enfrente, sino también una pequeña protesta contra aquello que él piensa, está mal.
Y en esa sintonía escuchamos los dos “Pigs on the wing”, “Dogs” y “Pigs (Three different ones)”, pieza en la que abucheamos a Donald Trump, nos reímos con los fotomontajes que le hizo Roger y su producción, y leímos varias citas del candidato a la presidencia estadounidense donde hace gala de su nepotismo, su racismo, su misoginia y su egolatría.
Como ya hemos dicho, sí: lo hizo una tercera vez, Waters dijo el discurso, pero en esta ocasión de la manera más directa que pudo ser posible, señalando al Palacio de Gobierno, en una plaza pública que ha quedado bloqueada por orden del jefe de gobierno cada vez que hubo protestas a lo largo de este año.
Parece algo inédito en el mundo que alguna vez un músico haya protestado y pedido, con la aprobación de su audiencia, la renuncia de un mandatario frente a la casa de gobierno del país que dirige, a través de un concierto realizado durante la víspera del aniversario de una de las fechas más dolorosa para ese país.
Salvo el coro de “¡Fuera Peña!” que sonó después del discurso y durante esa línea de “Mother” que dice ¿Madre, debería confiar en el gobierno?, mientras se proyectaba de manera breve y a todo lo largo de la pantalla el “Renuncia Ya”, no pasó nada. No hubo conatos violentos de parte de la audiencia hacia los edificios gubernamentales, ni a los policías, ni grescas entre asistentes.
Innegable es el hecho de que Roger Waters violó tres veces el artículo 33 de la constitución de nuestro país, ya que dice: “los extranjeros no podrán de ninguna manera inmiscuirse en los asuntos políticos del país”. Sin embargo, pareciera que Enrique Peña Nieto no juzgó de “inconveniente” la presencia de Waters. Además, la ironía también radica en que hasta le pagaron (“los patrocinadores”, Miguel Mancera dixit) por hacer ese tercer concierto, y el Gobierno de la ciudad le dio todo para hacerlo. De algún modo surrealista, Waters recibió todas las facilidades y beneficios para decir ese discurso tan repetido.
Pan y circo fue el comentario que dividió opiniones el 20 de septiembre, cuando se anunció de manera oficial el concierto del que hablamos. “¿Les llamarán acarreados a quienes vayan?”, cuestionaron con mordacidad algunos. Si se ve desde esa óptica, como si esto fuese Roma y el emperador tirano nos trae divertimento para olvidar la miseria, entonces ¿tendría sentido ver a Roger Waters en el Zócalo como un Maximus Decimus Meridius en el coliseo romano dentro de la cinta “Gladiator” de Ridley Scott?
La verdad es que Roger Waters no tiene la responsabilidad ni la obligación de hacer “pensar” nada a nadie, y sería ingenuo creer que su concierto del primero de octubre causará una revolución en la mente de quien asistió. Él es un rockero que monta espectáculos con música que a mucha gente le gusta y con música que a mucha gente no le gusta. Sin embargo, sí demostró tener agallas para decir las cosas que opina, en la situación en que se le presenta.
En lo personal, yo asistí a ese concierto porque no le hago el feo a Pink Floyd, y considerando que el hombre ya tiene 73 años, que está en la etapa final de su carrera artística y que no alcancé boleto para el Foro Sol, vi una oportunidad porque existe una amplia posibilidad de que nunca vuelva. Por eso mismo vi a The Rolling Stones en marzo.
Como me dijo un amigo: “hay que aprovechar a esas bandas. Si a otros les tocó descubrirlas y verlas en su auge, a nosotros nos toca apreciarlas y cantarles “Las golondrinas” como se lo merecen. Ya las generaciones siguientes no podrán decir que fueron al concierto de algún iniciador del Rock”.