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Raphael en México: Él es aquel

Por: Arturo Flores 03 Mar 2020
Se dice, se escribe fácil, pero para nada lo es. Subir las escaleras del Auditorio Nacional como quien asciende a lo más alto de una pirámide prehispánica con unas rodillas que se quejan al doblarse.
Raphael en México: Él es aquel

Lo dice en una de sus canciones: “vienes buscando tus recuerdos, porque mi voz te ha dicho, sin querer, toda la vida en unos versos”. Para 10,000 personas, según las cuentas de los promotores, así fue: la noche del viernes salieron –salimos– de sus –de nuestros– trabajos–, casas y –tal vez, sólo tal vez– escuelas, en busca de aquellas memorias.

Las que Raphael evoca con su voz en quienes lo veneran.

El fuego de la nostalgia

Se dice, se escribe fácil, pero para nada lo es. Subir las escaleras del Auditorio Nacional como quien asciende a lo más alto de una pirámide prehispánica con unas rodillas que se quejan al doblarse. Arrastrar, como lo hace delante de nosotros una señora, por los pasillos del inmueble un tanque de oxígeno, ante la mirada solidaria de otros fieles del Divo de Linares, hasta ubicar su butaca. Todo con tal de avivar ese fuego de nostalgia que nos arde en el pecho.

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En mi caso, el de las tardes de baraja en casa de la abuela, cuando animados por las cubas cantaban los tíos: “yo soy aquel, que por tenerte da la vida”.

Entre más joven se es, menos frío se tiene. Pero después de los 60 ya no hay suéter que alcance para cubrirte del peso de una vida. De los romances acumulados, de las veces que fracturado el corazón, alguno de los asistentes debió cantar “si confundes tu cuerpo con tu alma, es que estás enamorado”.

Se alimenta de nosotros

A Raphael no le pesan los años. Aplausófago insaciable, se vale de su inimitable fraseo, de su bien entrenado diafragma, de la voz que como inundación le sale por la boca, para hundir espadas de sentimiento en quienes lo escuchamos. Se alimenta de ovaciones. Aún a sus 76, el intérprete se mueve con ligereza por el escenario, gesticula y se vale de las manos para jugar con los valles y las colinas de la música, de la orquesta a que su espaldas le sirve para recrear esta experiencia denominada RESinphónico, y que no es otra que la de revisitar sus más emblemáticos números uno, pero con arreglos clásicos.

En dos ocasiones, el ímpetu del español es tanto que le arranca la batuta al director y se coloca delante de los músicos para simular que los dirige, encantando con su arranque a la audiencia.

 

El llanto de los hombres

No habla. Si acaso, invierte unos segundos en decir que México es su casa, porque ha vivido aquí. Canta, eso sí, mucho. Lo mismo aquellas que son flechas infalibles, como Digan lo que digan o Mi gran noche, esta última sazonada con sorprendentes toques electrónicos, como también se da el gusto de rendir tributo a Carlos Gardel o a Amor de mis amores, de Ángel Cabral.

Dos horas no alcanzan para resumir lo que Raphael representa en la existencia de quienes han venido a verlo. Pero sirven bastante. Cosas han cambiado en todos estos años. Hubo un tiempo en que las piernas podrían subir con agilidad estas escaleras y el oxígeno de la ciudad era casi puro.

Tiempos en los que versos como “yo pensé también un día, que los hombres nunca lloran, porque es una cobardía, que ninguno debe hacer”, no eran vistos como reflejo de una masculinidad tóxica de la que hoy nos avergonzamos.

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Cortesía OCESA

A las 11 se termina el concierto. Las luces nos deslumbran. El oído sisea discretamente. Vinimos en busca de unos recuerdos y los encontramos. Raphael, cuando menos hasta esta noche, sigue siendo aquel.

Foto perfil de Arturo Flores
Arturo Flores arturo.flores
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