Compartir
Suscríbete al NEWSLETTER

Por ti lo hice por ti

Por: Jafet Gallardo 31 May 2018
Adelanto exclusivo del libro de próxima aparición Cerati, de vuelta en la ciudad de la furia. Volúmen en el que […]
Por ti lo hice por ti

Adelanto exclusivo del libro de próxima aparición Cerati, de vuelta en la ciudad de la furia. Volúmen en el que 18 escritores crearon piezas de ficción inspiradas en las canciones del músico argentino. Aquí la primera entrega de dos relatos que adelantamos en exclusiva. Cuento póstumo.

Por Sergio Loo

Para nosotros 1999 fue la portada del primer álbum de Cerati, una noche azul y despejada, nuestro primer beso. Tumbados en el jardín de la casa. Nos conectamos los audífonos y nos desconectamos del mundo. De nuestras bocas un vaho que se enredaba con el frío cuando decíamos palabras que se nos deshilaban antes de llegar al otro. Cada uno ponía su propia música pero eran las mismas canciones, Soda Stereo, Revés, de Café Tacuba; Clandestino, de Manu Chao; sólo el orden era diferente. Teníamos marihuana fresca. Estábamos solos. No necesitábamos hablar. No necesitábamos hablar nunca. Nuestra comunicación era un silencio permanente, lleno de pequeños gestos y miradas esquivas. Di un trago a la cerveza, me acomodé un poco más cerca de su cuerpo. Cuando no hay más que decirnos, me hago uno con el humo y rueda en espiral. En 1999 el disco de Cerati sonó constantemente en la casa, como el romper de las olas en la playa, siempre estaba ahí. Nuestras miradas se encontraron sin querer. No había que decir nada. Le despejé la frente y le di un beso. Nos conocíamos desde niños, nos conocíamos desde siempre y siempre supe que su cariño necesitaba de mí para subsistir, igual que de los alimentos. Le di un beso en la mejilla y tomó con ambas manos mi rostro. Come de mí, come de mi carne. Me besó pidiéndome perdón y pidiéndome auxilio. Me necesitaba. Si algo callé, es porque entendí todo. Lo abracé fuertemente y le introduje la lengua en la boca. Primero como un juego y después como una declaración de fidelidad eterna. Sólo nosotros en la casa, Cerati en nuestros oídos, la marihuana revolviéndonos el cabello con palabras que se nos deshacían en los labios, en la saliva, en mis dedos despeinándole su cabello minuciosamente y su mano entrando por debajo de mi playera. Mi playera del concierto de Café Tacuba al que habíamos ido hace un mes. Nosotros, mareados, tumbados en el pasto, a punto de caer a la noche. Me desabrochó el pantalón, consiguió mi erección adentro de su boca. Succionaba y ensalivaba como si hubiese estado ensayando desde niño para este momento, como si se hubiera ido con todos esos desconocidos para un día abrir su boca y engullirme, como si hubiese pasado toda su adolescencia masturbándose con la posibilidad de este momento. No necesitaba decírmelo, lo notaba con sus demoras al llegar a casa, a su regreso vuelto un trapo triste que huele a sexo, a mucho sexo, a mierda, a semen, a orina, a cerveza, a sudor, a canciones a todo volumen, despechado; a respuestas esquivas, a llamadas secretas, a una fuga de sí mismo para regresar vuelto añicos. Entonces se acurrucaba en su cama y se ponía a llorar pensando que yo no lo escuchaba. Y yo, en la cama contigua, sin saber qué hacer, hasta esa noche que me armé de valor y marihuana y me acosté junto a él en el pasto del jardín de la casa de nuestros padres, abrazándole la espalda, a sabiendas de que hacerlo era para él reparador y destructivo a la vez. Me quería a mí. Salía a buscarme a mí a no sé dónde para hincarse ante la verga de cualquier desconocido y pensar en mí, para regresar deshecho buscando mi regazo y mi perdón. Lo besé de nuevo. Sabía a sal. Su boca sabía a la sal de mis fluidos que me entregaba como ofrenda en su boca. Sonaba Cerati en nuestros oídos. Corrí hasta alcanzarle y vencí la sórdida sed. Lo giré bruscamente. Le desabroché los pantalones, le abrí las nalgas y lo penetré de golpe, sin condón, sin saliva, sin deseo. A mí no me gustan los hombres. Entre más asco más fuerte le daba, quería venirme pronto, dejarle todo su culo lleno de mi semen, acabar con esto de una vez. Él estaba a cuatro patas, con sus piernas temblando, con la cara como enterrada en el pasto del jardín de la casa. Estábamos solos o los vecinos nos observaban. Si observaban confundirían un acto de sodomía con la expresión más alta de fraternidad. Apretaba los puños, se notaba que le dolía, que no lo estaba disfrutando. Yo tampoco. En realidad lo estaba violando. Metía y sacaba mi verga dura y maloliente de mierda de su ano lleno de pelos. Velludo, igual que yo, igual que nuestro padre. Le daba con más fuerza, con más enojo porque sabía que a partir de ahora estas violencias reparadoras debían ser constantes, que no había regreso. Y así fue. Primero cuando no estaban nuestros padres en casa, pero después, cuando logré hacer que se callara, que contuviera la respiración, también durante las noches o las tardes o las mañanas. Sólo me agarraba la verga y él ya sabía lo que debía hacer: hincarse o ponerse a cuatro. De frente no. Lo agarraba sólo lo necesario. Culpa o repulsión. Hacía que él mismo se separara las carnes para que yo entrara de golpe. Nada más cuando le salía un poco de sangre lo besaba. Ya, hermano, ya hermanito, ya pasó. Nuestros padres, que nos conocían bien, se dieron cuenta de algo. Mi hermano había dejado de salir de noche con sus ocultos amigos extraños, se quedaba en casa y salía sólo lo estrictamente necesario. Veía mucha tele. Había pasado de ser un joven de actitudes confusas y aprensivas a un muchacho que le gustaba ver la tele, mucha tele, lo más posible, a todas horas. Sabían que yo tenía algo qué ver en ese cambio pero no sabían por qué. Nosotros casi no hablábamos. Nos criaron como a dos varoncitos: nunca hemos sido de hablar. Mis padres nos adiestraron como animales, repitiendo efusivamente y esperando que en nuestro silencio entendiéramos y decidiéramos obedecer. Les era muy difícil abordarnos. Sólo notaban cómo mi hermano y yo habíamos dejado de ser amigos. Algo se había roto entre nosotros. Antes, inseparables como dos sombras proyectadas desde el mismo cuerpo, queriendo escapar a direcciones distintas pero ancladas al mismo punto. Ahora, dos cuerpos arrancados de su sombra, derrumbados en el sillón mientras MTV latino transmite a los Aterciopelados frente a nosotros sin que nosotros nos diéramos cuenta. Eso veían nuestros padres y justificaban con nuestra juventud esas actitudes de fastidio. No notaban que, de repente, desparramados en el sillón él terminaba acostado en mis piernas. Pero yo lo separaba con un jalón de pelo que lo hacía reincorporarse por completo, o me largaba bruscamente. No notaban que, al levantarme de sillón, me dirigía a la recámara y ponía a Cerati a todo volumen. Esa era la señal para que subiera, la indicación para el perro de pavlov para que vaya juntando saliva, porque la iba a necesitar. Todo eso lo hacía por él. A mí me repugnaba. A mí me daba asco mi propio miembro después de que salía del agujero de mi hermano. Apestaba. Le decía que me lo lavara con la boca y así lo hacía. Era mi hermano y yo por él haría lo que fuera. Y él necesitaba esa forma de ser querido por mí. Porque todo este tiempo me había deseado, me miraba de reojo cuando salía de bañarme, cuando me cambiaba para ir a la escuela; que se ponía extraño cuando yo tenía una nueva novia, cuando notaba que me había acostado con ella; que cuando comenzamos a crecer y mi espalda se ensanchó sus ojos cambiaron de mirada hacia mí. Que en las hojas de atrás de sus cuadernos había dibujos de mí, retratos míos, la cara, el cuerpo, mis manos. Y frases sueltas de canciones que escuchábamos juntos. En la alquimia salvaje de tus labios. Un romance, eso quería de mí pero yo no podía dárselo, por eso esa noche, con las ideas enredadas en la marihuana se me ocurrió embestirte para que se retorciera de dolor, para que me tuviera miedo, rencor, para que se olvidara de mí pero lo único que logré fue una manera más encarnada de comunicación, ya sin esperanza. Inseparables. No éramos felices y aún así no dejábamos de buscarnos, de atacarnos, de no decirnos nada mientras mi eyaculación. Nunca la de él. 1999 fue Gustavo Cerati sustituyendo nuestra poca comunicación verbal. Sus canciones encubriendo la violencia. Mi hermano y yo éramos gemelos de gustos musicales. Siameses. Entonces llegó Bocanada. Bocanada era todo lo que escuchábamos. Bocanada fue el soundtrack del resto de nosotros en 1999. Bocanada a todo volumen, mi hermano y yo en su cama. Yo montado sobre él. La puerta cerrada. Nuestros padres abajo, en la sala o el comedor. Cerca del nuevo fin, tabú, fuego y dolor. La selva se abrió a mis pies, y por ti, tuve el valor. Por ti, lo hice por ti.

Este video te puede interesar

Te recomendamos
Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo Digital Editor Periodista de formación. Creador de contenidos, analista, especialista en viajes, entretenimiento y estilo de vida.
Descarga GRATIS Calendario Revive el Poder 2025
Calendario
Descarga AQUÍ nuestro especial CALENDARIO REVIVE EL PODER MAYO 2025.
Suscríbete al Newsletter
¡SUSCRÍBETE!
¿QUÉ TEMA TE INTERESA?