Compartir
Suscríbete al NEWSLETTER

No es lo mismo (y qué bueno) el Vive Latino que 20 ediciones después

Por: Arturo Flores 19 Mar 2019
La puntualidad y la calidad del sonido son mucho más que aceptables, como también los alimentos y las bebidas. En ese sentido, el Vive Latino dejó de ser un reto de supervivencia para perfilarse mucho más hacia una experiencia de gozo para quienes no cesan de meterse música por las orejas.
No es lo mismo (y qué bueno) el Vive Latino que 20 ediciones después

Yo soy yo y mi circunstancia, escribió Ortega y Gasset. Y por qué no, nos definen hasta nuestras contradicciones. El Vive Latino celebró su veinteava edición. Desde aquel lejano 1998 en el que había sólo dos escenarios, las bandas cantaban exclusivamente en español y se enarbolaba al rock como bandera –se lo que eso signifique– hasta este presente en el que la cerveza no se acaba, sino que se venden hasta un par de etiquetas artesanales, se ofrecen funciones de lucha libre, cine y stand up comedy,  y uno de los escenarios lo clausura una de las figuras emergentes del perreo.

No es lo mismo el Vive que 20 ediciones después.

No es lo mismo (y qué bueno) el Vive Latino que 20 ediciones después 0

Hay pasos logísticos que aplaudir. Por ejemplo, la distribución de los actos de manera que la huida no se convierta en una descomunal representación de una vena llena de colesterol, que el metro abra hasta las 2:30 de la madrugada y sea gratis, que exista un parque de diversiones para los niños y aunque el cashless aún represente un suplicio para        quienes mirar pasar las horas formados para recargar su pulsera, en el fondo sí obliga a administrar mejor los recursos.

La puntualidad y la calidad del sonido son mucho más que aceptables, como también los alimentos y las bebidas. En ese sentido, el Vive Latino dejó de ser un reto de supervivencia para perfilarse mucho más hacia una experiencia de gozo para quienes no cesan de meterse música por las orejas.

Aunque existan los eternos inconformes, los que se estacionaron en el pasado y consideran que el Festival únicamente debería considerar actos en castellano y dentro de los terrenos del rock, al final el Vive no es más que una Playlist colaborativa que permite musicalizar una borrachera de maratón. Igual se puede mover la cabeza en una Carpa Intolerante con Vaquero Negro o Strike Master, que sacudir la cadera con El Gran Silencio o Los Estrambóticos en el Escenario Indio.

Pero los rockeros del Vive son ellos y su circunstancia. Sus contradicciones, sus resbalones los definen.

Porque Javier Gurruchaga de la Orquesta Mondragón, por ejemplo, se cansó de celebrar que “casi todos” los aristas del Vive cantaran en español, para después interpretar Imagine y desvivirse lanzado besos al cielo para que se imprimieran en la mejilla de John Lennon.

No es lo mismo (y qué bueno) el Vive Latino que 20 ediciones después 1

Cortesía OCESA

Porque Miguel Mateos primero se pronunció contra el abuso sexual en Lola y después le “declaró la guerra al reggaetón por sus letras misóginas” antes de interpretar El asesino del rock and roll, para concluir animando a corear a las mujeres un “papacito” y a los hombres un “mamacita”.

Porque Bunbury, que durante años montó en cólera cuando le pronunciaban las palabras “Héroes del Silencio” ahora salpicó el setlist con viejos temas de su exbanda con nuevos y cuestionables arreglos. Sobre todo Maldito duende y Héroe de Leyenda.

Porque Rubén Albarrán invirtió el tiempo en el que hubiera cantado dos canciones de Café Tacvba pronunciado un larguísimo discurso ecologista (“La ciencia no existe”, “Los animalitos son nuestros hermanos”. “La tierra, el sol y el agua no son recursos naturales, son bendiciones de la Pachamama”), para que minutos después de que el grupo se hubiera retirado del escenario, sus escuchantes dejaran un impresionante tiradero de vasos de plástico, servilletas y envolturas de comida (animal) frita. Por no mencionar que –de acuerdo con una artículo publicado en La Nación en 2017 –un concierto masivo libera a la atmósfera un estimado de 80 toneladas de dióxido de carbono. A la Pachamama podría no gustarle esto.

Pero uno viene al Vive a olvidarse de ese tipo de cosas. Asiste uno porque quiere correr frenéticamente con Ska-P, que regresó a tocar. A desvelarse–como un árbol muerto por dentro, pero de pie– con el firme de objetivo de desgañitarse de la mano de un ya obeso Jonathan Davis, que junto a Korn ofreció la misma potencia sonora acostumbrada y una inyección de adrenalina sólo comparable con los fuegos artificiales que estallaron en el cielo al final de la primera jornada. A bailar pegadito con Intocable.

Pese al pronóstico de lluvia, al final las nubes se compadecieron de nosotros. Evitaron derramar su contenido y nos reservaron el derecho a mojarnos con nuestras propias lágrimas. Porque resultó conmovedor observar el pedestal vacío desde donde Rita Guerrero hubiera cantado con Santa Sabina de no haberse cruzado el maldito cáncer en su camino. Como lo fue también escuchar las canciones cortavenas de un Juanes al que los concurrentes visitaron, bajo una hermosa luna, para musicalizar sus historias personales de desamor. Aunque cobijados por la oscuridad algunas parejas consumaron su faje sobre el pasto del escenario Escena Indio.

No es lo mismo (y qué bueno) el Vive Latino que 20 ediciones después 2

Cortesía OCESA

Ortega y Gasset estaría orgulloso de tan caliente circunstancia.

20 ediciones del Vive, que quedaron plasmadas además en un libro fotográfico conmemorativo, nos demostraron que el Festival se creó, difícilmente se destruirá, pero lo único seguro es que se seguirá transformando.

 

Este video te puede interesar

 

 

Te recomendamos
Foto perfil de Arturo Flores
Arturo Flores arturo.flores
Descarga GRATIS Calendario Revive el Poder 2024
Calendario
Descarga AQUÍ nuestro especial CALENDARIO REVIVE EL PODER 2024.
Suscríbete al Newsletter
¡SUSCRÍBETE!
¿QUÉ TEMA TE INTERESA?