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Candy en Patanegra, la noche de la golosina envenenada

Por: Jafet Gallardo 31 May 2018
A pesar de sus absurdas disposiciones para que los autos que no sean nuevos dejen de circular hasta dos días […]
Candy en Patanegra, la noche de la golosina envenenada

A pesar de sus absurdas disposiciones para que los autos que no sean nuevos dejen de circular hasta dos días por semana, sus arbitrarios parquímetros nocturnos y su insufrible y pésimo sistema de transporte público, esta ciudad cada vez tiene mejores pretextos para desvelarse en martes.

Por Arturo J. Flores (@arthuralangore)

Uno de ellos representa escuchar a una banda nacional en un lugar íntimo; en el que te ofrecen infracervezas a precios de bebida artesanal, sí, pero con un audio más que respetable, un servicio decoroso y sobre todo, en tiempos en los que la música se ha convertido en pequeño lujo que cualquier se merece pero no todos se pueden pagar, gratis.

Pasadas las once, con el total de las mesas del Pata Negra ocupadas por algunos Godínez a los que el último acto de genuina rebeldía que nos queda es rehusarnos a ir a la cama, Mirreyes de Midas presurosos por convertir sus tarjetas de crédito en cervezas, cubas y vodkas con jugo de uva y dos que tres chavitas bien con muchas ganas de portarse mal, cuatro músicos nos meten por los oídos una buena dosis de golosina con veneno.

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Las ventajas que ofrece al melómano aferrado a no vestir pijama antes de la medianoche son muchas. Entre ellas destaca el escuchar a una banda como Candy, que oscila entre el subterráneo y la popularidad, que lo mismo nos tiene delante a menos de 50 desvelados que tuvo a cientos y cientos de feligreses del Vive Latino, como sucedió en 2013. Por eso a la tercera canción la bajista Valentina Plasa nos sugiere –con timidez – a un público –también ruborizado– que nos arrimemos más al escenario.

Si hay quórum para que el concierto se lleve a cabo, ¿por qué entonces resignarnos a mirar desde gayola cuando las notas nos pueden dar directo en el rostro? Dejad que los noctámbulos se acerquen a Candy.

Hasta para el más neófito de los poseedores de un par de orejas resulta evidente cuando un grupo estudia para el examen. Así, a la comparecencia de Candy no se le pueden mayores reparos. Ahí están cuatro músicos haciendo lo suyo: manteniendo al cansancio de los Godínez a raya, distrayendo a los mirreyes de su vocación despilfarradora, proveyendo a las niñas bien un pretexto para sacudir los ombligos hasta florecer de uno que otro cerebro un jardín de malos pensamientos.

Hace 5 años, el grupo lanzó un álbum debut que se candidateó a mejor disco de punk según los Indie Music Awards. Aunque paradójicamente se llamó Stranger, con el paso de los años se ha vuelto mucho más que conocido para quienes disfrutamos la descarga de Painkiller y Mumbai fever como primeros obsequios. Reeditado el disco en este 2014, lo justo era que la telecaster de Ángel Vargas y la también Fender de Michael Klotz fueran exprimidas para arrancarles canciones como Art attack (“ahí les va una más movida”, la presenta Vale, como si hiciera falta que los ahí reunidos bailáramos más), Paranoia, Party with a stranger y Questions.

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Además del bajo puntual que coloca el grueso tapete donde han de descansar los diálogos entre las guitarras, la batería que inyecta energía y estridencia al estilo entre garaje, punk, post punk y hasta pop rancio de Candy, lo que se ha convertido en su sello es el juego vocal entre Valentina y Michael, quienes “discuten” mientras cantan, a manera de un diálogo en el que uno necesita del fraseo del otro.

A la par, el grupo alimenta la hoguera con canciones en español, las que integran Control, el disco que lanzó el año pasado. Adiestrados por la escucha obsesiva, los presentes –hasta PJ, bajista de DLD, quien por ahí acompañó la música con buenos tragos de cerveza– coreamos la letra de Sin control, Nada, Oxidando y Despertar. Sobresale el arreglo con que la guapa Valentina, el hiperactivo Michael, el mesurado Ángel y el súper madracero Héctor Villagómez inyectan malicia a Te vas, la que solía ser su única “balada” y que terminó convertida en una especie de Creep Radioheariana, con una distorsión que inoculó de ponzoña lo que solía ser la única nota dulce de la golosina.

Sin embargo, a pesar de la fidelidad de sus acólitos ya va siendo hora que Candy ofrezca algo nuevo porque hasta el junkie más atascado, tarde o temprano se cansa de recibir el mismo toque. Por eso, el grupo presenta Tres segundos, corte que integra un acoplado recién lanzado por Sony que anticipa lo que será el disco que el cuarteto se enclaustrará a grabar a partir de octubre.

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Para el final nuevamente Valentina –que suele resignarse a ser la que “hable”, por más que el grupo no necesite de un maestro de ceremonias– anuncia que tocarán la última para que los que trabajábamos al otro día nos fuéramos a dormir. Pero el público, poquito pero exigente, no permite que nadie en la sala se descuelgue una guitarra hasta que no se toquen dos temas más, uno de ellos que ni siquiera está en la lista.

Una vez concluida la tocada, el inge deja ir a todo volumen You gotta fight for your right to party. Es justo confesar que los únicos que no refrendamos lo rapeado por los Beastie Boys fuimos los Godínez, que como Cenicientas encorbatadas despavoridos salimos huyendo en busca de unas migajas de descanso antes de que suene el despertador. Para cuando recargo la oreja (aún silba en su interior el reverb de la guitarra de Candy) es muy posible que más de un opulento Mirrey sea el feliz destinario de la maléfica lujuria de una exquisita niña bien.

Bienaventurados los que se desvelan en martes, porque de ellos serán los ombligos, suspiro antes de dormir.

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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