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La vez que The Police tocó en la oficina de Playboy México

Por: Julio César Osnaya Guzmán 29 Abr 2020
En 1980, cuando el World Trade Center se llamaba Hotel de México, el grupo británico ofreció un concierto en el mismo piso donde hoy se sitúa la sede del Conejito.
La vez que The Police tocó en la oficina de Playboy México

El México absurdo extiende sus dominios sin reparo. Sobre treinta y nueve pisos inconclusos y despoblados, The Police, sin románticos y cursis respiros, con fecundos orígenes, realiza su primer concierto en el desfallecido Distrito Federal.

La ejecución policiaca compareció el 15 de noviembre de 1980. La efímera comisaría fue montada en el piso cuarenta del extinto Hotel de México que ensombrecía como un ruinoso y abandonado edificio apocalíptico. Este desolado nivel fue el único construido, el restante acerado esqueleto permaneció inhóspito por doce años más. Aquel infortunado hotel hoy se erige como el World Trade Center.

¿Qué más sucedió el 2 de octubre del 68?

La majestuosa recepción que tuvo The Police a su llegada a nuestro país fue con un inadmisible apagón en el arado aeropuerto mexicano. Por su cuenta, Sting fue sacudido por el hambre y la brutalidad, vivió en carne propia la séptica sociedad mexicana al mirar cómo un niño hurgaba un bote de basura y cómo el chofer que los transportaba golpeó a un cánido callejero.

El oscuro Mario Olmos

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El guitarrista Andy Summers ya había degustado el corruptivo sabor a México. En octubre de 1969, cuando pertenecía a Eric Burdon and The Animals, tocaría en el Tijuana Pop Festival, al descubrir que la paga era una promesa, mexicana, regresó con la fauna de Burdon a California. Es muy probable que Summers haya conocido en aquella sórdida frontera al promotor que en julio del mismo sesenta y nueve llevó a The Doors al D. F., Mario Olmos. Once años después, Andy, con un vago recuerdo, como una neblina azul de humo de marihuana, se encontraría de nueva cuenta con Olmos, quien convino con The Police una presentación. Los saberes en las maquinaciones de negocios musicales, Mario los aprendió de su ex socio Sid Bernstein. Este último, neoyorkino y bebedor, fue uno de los impulsores de la invasión británica a Estados Unidos, contratando por vez primera, entre muchos, a los Rolling Stones y a los Beatles.

La policía interrogada

Montada un día antes del concierto, la rueda de prensa arrolló exhibiendo las irreflexivas preguntas de incompetentes reporteros. La conferencia figuró como la cómica escena de un improvisado interrogatorio policiaco, cultivando una predica de humor negro por parte del trío policial. Salvo menudas excepciones en los periodistas, las preguntas ocasionaban respuestas hilarantes. Tras repetir una y otra vez el cuestionamiento por las influencias musicales, Stewart Copeland, sarcástico, respondió La cucaracha mientras Sting entonaba las primeras notas de esa exaltada arenga, pacheca e insectívora, entonada efusivamente por los Dorados de Pancho Villa.

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Fotografías tomadas de andysummers.com

El precio del boleto, mil cien pesos, una desproporcionada suma, incluía una rebanada de pizza por persona más una botella de vino tinto por mesa. De los dos millares de entradas disponibles y, por disposición oficial, la mitad fueron cortesías para miembros del jet set tercermundista, quienes, ataviados de gala, como si asistieran a un concierto de Julio Iglesias, exhibían sus telas y cortes de italiana confección, coronados siempre, por un súbito despropósito.

Quienes irrumpirían como teloneros, los liderados por el acometido Illy Bleeding, sería la banda post punk, Size, quienes ya no tocaron y permanecieron bajo las piedras al no contar con la sacrosanta y burocrática anuencia del sindicato de artistas.

Rock de altura

Stweart Copland sentenció del peculiar paraje en el que tocarían, “se ha instalado un elevador para llevarte a la trampa mortal que acecha en el cielo. En el cuadragésimo piso hay un escenario construido apresuradamente que parece una metáfora de la horca”. El Hotel de México debió prestar servicios para los Juegos Olímpicos, objetivo que solo desplantó la ciclópea estructura de acero. El colosal ojo donde hoy orbita un restaurante, permaneció cegado a la amargura constructora.

Excluidos por el al alto costo del boleto, algunos seguidores de La Policía hicieron un escandaloso rondín durante tres días en las afueras del hotel que hospedó al trío de músicos, durante tres días. Summers, angustiado, transmuta hacia su otro oficio e inmortaliza, en una icónica fotografía*, un destendido rollo de papel de baño que pide auxilio. Huyendo del caos, ajusta sus lentes de sol, se abre camino entre la cocina del hotel y toma marcha, a ofrendar impaciencia por conciliación, hacia la Pirámide de la Luna11.

Espectadores por el elevador

Con un velo de bolsas de plástico negras, como de basura, el escenario fue encubierto. Mesas uniformadas por manteles largos y blancos, rematadas por un candelabro, figuraban una pomposa recepción. Mujeres ofrecían cajetillas de cigarros en colgantes cajones mientras meseros, en smoking, precisaban los precios de las alcohólicas viandas, brandi ochocientos pesos, wiski y coñac mil doscientos. El canal trece, aun bajo el dominio gubernamental, montó cuatro cámaras que develan los usos y costumbres, hoy inadmisibles y caducos, de cómo abordó aquella generación una efímera cultura de conciertos que gateaba, sobre el inicio de una sinuosa década en la que diversos esbozos brotarían para maquinar esa utopía llamada rock.

Entre las inermes fauces del Hotel de México, irrumpiendo la noche, en elevador ascendieron a los dos mil espectadores, ¿el tiempo de esos superrealistas recorridos? Solo el caos lo sabe, que, de vez en vez, divertido por el anárquico desorden miraba su reloj. Cansado, tras tres horas de retraso, dio paso a The Police.

Tras el agolpamiento en la entrada del Gran Salón, irónicamente, la primera pieza es Don´t stand so close to me.

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Fotografías tomadas de andysummers.com

Hasta The Beatles

Desde el inicio la demostración de las pericias de Stewart Copeland en la batería fue indiscutible. Andy Summers, además de la guitarra, facultó sus dedos en el manejo de un órgano que le acompañó esa noche de sábado. Sting, voces y bajo, también mostró práctica con otro teclado1. En casi todo el concierto prosperan ágiles improvisaciones, en Shadows in the rain, grabada originalmente con dos guitarras, Summers, ingeniosamente, abre la puerta al reggae y a la psicodelia quienes entran de la mano sin cautela. Las influencias, algunas muy evidentes, progresan como una destreza más. El asomo que Beds to big with out you sugiere con 10:15 Saturday night de The Cure, es un desenfrenado convite a esa misma cama. El undécimo acorde de Strawberry fields, suena en la intro de Walking on the moon. Deathwish, sin el echoflex en la guitarra de la grabación original, a ritmo Bo Didley resuena en el impecable sonido que recién han traído para la ocasión.

 

La canción del verdugo

Sting anuncia la poética Bring on the night, Stewart Copeland atiza los platillos, Andy Summer toca uno de los más grandes arpegios en el rock y el líder policiaco toma el estrado y menciona que la canción es sobre Gary Gilmore, homicida que pidió la pena capital para sí mismo, sus últimas palabras, Let´s do it, inspirarían el slogan de Nike. Por su cuenta, Norman Mailer novelaría la vida de Gilmore en el libro La canción del verdugo, obra que Sting leía la mañana del concierto a orillas de la piscina del Hotel Camino Real.

Por momentos el piso estremecía cimbrando la oxidada estructura de acero. Los ventanales parecían ceder, pero el desahuciado edificio de Manuel Suárez y Suárez, ex villista2, resistió como si se tratara de un combate de la División del Norte.

Hoy, aquí es Playboy

Transcurrida una hora y cuarto el concierto termina con So lonely, en sincronizada analogía con el abandonado Hotel de México, tan solo y desamparado como el recuerdo de un noticiero de devaluados integrantes que también lució en ese mismo piso cuarenta hace veinte años, hoy en ese cuadragésimo nivel, el eco de Roxanne es una marchita sombra del oficio de esa mujer que trabaja eternamente bajo una luz roja, pisoteada siempre por cosmopolitas mujeres que desfilan desnudas sus cuerpos al papel. Mes a mes, como conejitas, se reproducen portadas y se editan textos que caminan sobre la luna enviando profanos mensajes en botella de papel cuché.

 

 

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