La carrera de Nefi en el rap: México, Uruguay y las batallas escritas
La pantalla de Zoom divide dos geografías: Ciudad de México de este lado; del otro, Uruguay, donde Nefi aparece relajada, con la seguridad de quien ha aprendido a sostenerse sola. “
En Montevideo… y también viví en Rocha, más hacia el norte, más campo”, dice al ubicarse en su propio mapa. Su infancia fue una mezcla de ciudad y silencio rural. Antes del rap, tuvo oficios que la formaron de manera insospechada. “Fui stripper en Cancún. Muchos años”, afirma sin titubear. “Era un laburo más. Aprendes a leer a la gente, a cuidarte, a moverte con confianza. Mucho de eso me sirvió en las batallas”.
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Su paso por México también marcó un quiebre. Lo recuerda como una escuela inevitable: “Es un país donde la escena es enorme. Acá comprendí lo que es presentarse ante un público, con ruido, con exigencia. México me enseñó a dominar las emociones”. Fueron temporadas largas entre estados, eventos que empezaban tarde y terminaban al amanecer, amistades espontáneas y la necesidad de aprender canciones en tiempo récord. “Fue ahí donde entendí que la ira podía ser herramienta”.
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Le pregunto por la rima que la llevó a la viralidad: un pantallazo probado, un ícono de fuego, una frase que recorrió las redes. Se acomoda y responde sin rodeos: “Si estás batallando, lo que dicess tiene que ser verdad. No voy a inventarte la vida para ganar una ronda”. Aclara que la evidencia fue autorizada por la producción de Liga Bazooka, que la regla existe y que lo demás fue ruido. “Después dijeron que era chisme, que por eso pegó. Pero tiré diez barras encima del tema. El problema es que buscan excusas para explicar por qué me va bien. Siento que es porque soy mujer”.
El público -esa masa que exige sangre y luego pide moderación- también condiciona. Le digo que, si no hubiera mostrado la captura, la habrían criticado igual. Ríe con un gesto conocido: “Tal cual. Si te quedas tranquila, te etiquetan de tibia; si muestras algo, te señalan de polémica. Siempre va a haber algo”.
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Cuando le pregunto por la diferencia entre escribir y soltar una barra, baja la mirada antes de ordenar la idea. “Cuando escribo hay indecisión: ‘¿Esto va? ¿Esto no va?’ Cuando lo tiro, ahí soy otra. Canalizo la ira. En México aprendí eso: usar un sentimiento real como motor. Es terapéutico”. No lo pronuncia como confesión, es parte del oficio.
En las batallas escritas también existe la sorpresa calculada del rebuttal. “Es contestar lo que te dijo el rival, pero tiene que ser al principio del round. Si no está bien armado, es mejor no hacerlo. A veces lo más adecuado es callarse y seguir con tu ronda”. Lo dice con tono técnico, explicando la mecánica interna de un arte que se mueve entre disciplina, riesgo e improvisación.
Su estilo, afirma, es “controversial”. No lo celebra ni lo lamenta; lo enuncia. Luego precisa algo que otros consideran polémica y ella entiende como normalidad: “Me gusta vestirme sexy en la vida real. Así bailé, así canté siempre. Y así batallo. Eso no le quita peso a mis barras. Pero a las mujeres nos miran con lupa. Somos menos de diez en el under. Todo lo que hacemos se examina más”.
El tema de género aparece sin dramatismo, pero con datos concretos. “Sí, me atacan por ser mujer. No están acostumbrados. Le pasó a todas. Primero critican, después aceptan”. Detrás del juicio hay un guion conocido: el machismo disfrazado de exigencia técnica, de moralidad o de opinión profesional.
Le pregunto si alguna vez pensó en retirarse. La respuesta no admite pausas: “Nunca”. Su primera batalla llegó a los ojos de Juan Ortelli, referente del periodismo musical del sur, y la Liga Bazooka la fichó de inmediato. El problema no fue entrar: fue la reacción. “Decían que era solo porque soy linda. Como si no pudiera tener talento”.
Además de batallar, hace música. Drill, específicamente. “Tengo pocas canciones, pero me gusta mucho el género. Lo que pasa es que escribir batallas lleva tiempo. Ahora que tengo aire quiero volver a eso”. En plataformas aparece como Nefi Oficial, lo menciona con tranquilidad sin necesidad de inflar su currículum.
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Hacia el final, la conversación da un giro íntimo. “Perdí a mi papá hace unos años. No sé cuántos… uno borra esas cosas”. Hace una pausa mínima. “La vida es corta. El arte está para compartirse”. Lo dice sin nostalgia, con certeza de alguien que ya midió sus prioridades. Sus momentos más valiosos no son los virales: “Ver a mis amigos batallar, que ellos me vean a mí, tomar una chela, reírnos de un meme. Ese compañerismo es sagrado”.
Antes de despedirse, deja una línea que enmarca su presente: “Voy a cumplir 40. Y recién ahora estoy haciendo lo que realmente me gusta. No hay edad fija para encontrar tu camino. Solo necesitas un grupo que te haga sentir que perteneces”. En esa sentencia está su verdadera victoria: insistir en un espacio que todavía se acostumbra a verla, desmontar la idea de que el talento femenino es excepción y abrirse paso sin pedir permiso.
La reunión está por terminar. Nefi sonríe como quien ya entiende el costo -y la libertad- de decir la verdad con un micrófono en mano.
