Judy, una actriz en camino al Oscar

En algún lugar sobre el arcoíris brilló el talento de una actriz oriunda de Minnesota; dejó atrás su nombre real para adoptar el que la llevaría a la fama. En algún lugar sobre el arcoíris alcanzó el máximo estrellato en Hollywood a costa de su salud mental y física, de su integridad. En algún lugar sobre el arcoíris, una estrella murió de forma trágica pero su legado persistió.
Esta agridulce premisa sirve como punto medular para exponer los momentos más complejos de la desdichosa vida de Judy Garland (Renée Zellweger). En Judy, el espectador no se aproxima a la actriz en sus épocas doradas como Dorothy Gale, sino que conoce los acontecimientos más trágicos que la rodearon en la víspera de su muerte en 1969. En la ruina y en pleno divorcio, Judy Garland sacrificará su tiempo con sus hijos para viajar a Londres y obtener el suficiente dinero para recuperar a su familia.
El león, el hombre de hojalata y el espantapájaros añoran por coraje, un corazón y un cerebro. El Mago de Oz se los concede, y gracias a la bruja buena del Norte, Dorothy puede regresar a Kansas con la ayuda de las zapatillas de rubí. No obstante, ni toda la magia de la bruja ni del mago son capaces de salvar a Judy: un filme carente de coraje, de corazón y de cerebro.
Puede parecer una extrañeza esta afirmación tras el reciente premio otorgado a Mejor Actriz en los Golden Globes, y es que en realidad ese es el principal problema: al igual que Bohemian Rhapsody (Singer, 2018), la gente detrás de la cinta queda bajo el entendido de que con una actuación prácticamente idéntica a la celebridad es sinónimo de calidad garantizada. Es difícil cuando una interpretación de gran categoría como la que presenta Renée Zellweger se inmiscuye en un argumento incoherente, acartonado y ridículo.
León: la falta de coraje
Una vida como la de Judy Garland es interesante y además, vigente. Con los recientes hechos alrededor de los abusos de parte de productores como Harvey Weinstein y actores como Kevin Spacey, podía funcionar para hacer una perfecta analogía de la deshumanización por parte de los altos mandos de la industria de Hollywood; pero para su desgracia, la película no profundiza en estos momentos.
Son mencionados, sí pero sólo queda dentro del checklist creativo de tópicos a referir obligatoriamente. Por el otro lado, se reitera en el abuso y la explotación a artistas infantes, pero además de pecar de esa superficialidad, las intenciones de la madre son dejadas al aire: es mala con ella porque sí, porque se lo exige.
Además, también dentro de “la lista” son retomados los problemas de las drogas, el desorden alimenticio de Judy y su influencia para la comunidad LGBTTTIQ+. En estos tres tópicos sucede lo mismo: son sólo menciones honoríficas para abordar los campos imprescindibles dentro de la vida de la protagonista de A Star is Born (1954).
Judy es cobarde porque no arriesga, no profundiza en un tema sustancial y verdaderamente denso para conocer su dura vida. En vez de eso, avanza por El Camino Amarillo de la seguridad sabiendo que será difícil el acecho de la Malvada Bruja del Oeste.
Pero lo peor de todo es que el conflicto principal, el motor que mueve a Judy Garland a sacrificar todo, es igualmente desaprovechado y puesto en la trama cuando resulta conveniente. Es frustrante ver a Judy desesperada por su familia pero que a lo largo de la película no se muestra un avance con respecto a lo visto en el inicio.
La cinta podrá seguir recopilando nominaciones, pero de ninguna manera recibirá la medalla de “La Legión del Coraje”.
Hojalata: la carencia de corazón
La línea divisoria entre la representación fílmica de la trágica vida de una celebridad y la martirización de la misma es bastante difusa; un paso en falso y puede llevar una historia dramática bien fundamentada en la ridiculización total, o por lo menos la victimización, en la que sólo queda sentir lástima y nada más.
El acierto de la calidad interpretativa de Zellweger no radica en su parecido per se y su compromiso con el personaje, sino que también a la trascendencia de las limitantes de un personaje pobremente construido y aún así, presentar un trabajo admirable.
Hay un prácticamente nulo desarrollo de personaje, se mantiene en la plenitud negativa. Hasta en sus momentos más vulnerables, ella no deja de ser egoísta y obstinada; y cuando se pretende mostrar indicios de su cambio para darle mayor redondez, sucede de forma repentina, por lo que parece casi desapercibido.
Édith Piaf, por ejemplo, también tuvo una vida llena de tragedias y fue magistralmente llevado a la pantalla en La vie en rose (Dahan, 2007): un filme que explora las distintas facetas de la cantante francesa y sin llegar al nivel de victimización. En Judy, por el otro lado, en vez de ver a Judy Garland, parece que el espectador ve a una versión deleznable y pobre de Norma Desmond, antagonista de Sunset Boulevard (Wilder, 1950).
Tom Edge, guionista de la película, vivirá sin tener un reloj con forma de corazón.
Espantapájaros: el déficit de cerebro
Y lo más decepcionante de Judy es la falta de inteligencia para presentar una historia biográfica. Gracias a la importancia que le dan a la presentación efímera de la checklist obligatoria de Judy Garland, la historia principal se pierde, es confusa y rodeado de personajes planos y huecos.
El aparente antagonista de la cinta, Mickey Deans (Finn Wittrock), no es más que un personaje “de paso”, cuya presentación es tan pobre, que cuando, aún en sus momentos más dulces con Judy, el espectador no siente ningún tipo de empatía. La cinta intenta forzar con calzador la relación de este par cuyo fin no es nada placentero; un final que por cierto, queda igual de desapercibido e indiferente.
La importancia de la asistente de Judy queda en eso: sólo asiste y nada más. Aparenta ser un impulso para motivar a Garland pero la realidad es que no. Su rol queda en el plano de espectadora de los infortunios de la actriz; y el calzador nuevamente hace aparición e intenta presentarla como alguien a quien le importó Judy pero la realidad es que no, o por lo menos la cinta no lo refleja.
Más allá de los fallos específicos con respecto a la trama de Judy, es increíble que una cinta no pueda cumplir siquiera con un argumento coherente; y peor aún: con un final que raya en lo ridículo que, más allá de darle un tinte dramático, parece un infortunio musical semejante a la del Show de Talentos Invernales de Mean Girls (Waters, 2004).
“No me olvidarán ¿verdad?”, dice Judy Garland frente a la multitud. Por supuesto que nadie la olvidaría, pero sí que es conveniente olvidar de la existencia de Judy: la casa de Kansas que cayó sobre el legado de la leyenda hollywoodense.