Holbox: El arte de desconectar sin perder el estilo
Si estás pensando en darte una escapada de la Ciudad de México al Caribe mexicano, Holbox es la mejor decisión. Esta isla al norte de Quintana Roo, es una joya escondida en la que el tiempo se alarga como la arena bajo el sol.
De ruta en Holbox
Desde el aeropuerto, un transporte privado compartido, eficiente y con aire acondicionado que alivia hasta el alma, nos lleva hasta el muelle de Chiquilá. Dos horas de carretera que se sienten como un viaje hacia otra dimensión. Una vez ahí, el ferry de Holbox Express espera. El trayecto es corto, 30 minutos, y con un toque cinematográfico: el mar se abre en verdes y turquesas, como si viajaras a otra dimensión. Al desembarcar, el primer aroma es a sal y a mango; el segundo, a libertad.
Aquí hay pocos coches. En Holbox se anda en bici, en carritos de golf o a pie, como para disfrutar de sus paisajes y hermosas vistas. Un taxi de golf me llevó al que sería mi refugio por los próximos días: Villas Flamingos, un hotel ecológico en el extremo más íntimo de la isla, donde la arquitectura dialoga con la naturaleza en lugar de imponerle estructuras.
La propiedad es un poema en bambú, madera y tonos arena. Cada bungalow tiene su historia, su ritmo. Algunos con terrazas privadas frente al mar, otros con jacuzzis escondidos entre palmeras. Todo está diseñado para que uno se sienta descalzo incluso con zapatos puestos. No hay ruido artificial. Sólo viento, aves y olas que nunca discuten. Los mapaches conectan con respeto y armonía, convirtiéndose en amigos de viaje.
HOLBOX: EL EDÉN MADE IN MÉXICO
El amanecer llegó acompañado de una clase de yoga, meditación y sound healing junto al mar, en una terraza espectacular. Frente a mí, una instructora me guía entre respiraciones conscientes y el vaivén del oleaje marcando el ritmo. Villas Flamingos ofrece experiencias únicas cada mañana.
Más tarde, decido recorrer la isla en una de las bicicletas del hotel. Ligeras, silenciosas, perfectas para explorar el corazón de Holbox. Me detengo frente a las letras gigantes y coloridas que gritan el nombre del lugar como si quisieran quedarse en todas las postales. Rodeo la plaza central, donde los restaurantes, los cafés y las galerías conviven en desorden armónico. El centro huele a ceviche, a café recién molido y a bloqueador solar.
De regreso al hotel, opto por un masaje. Tienen varios: relajante, maya, con piedras calientes. Yo elijo el relajante. En una palapa abierta, mientras escucho el murmullo de las hojas, una terapeuta experta convierte mi cuerpo en un mapa sin tensiones. Todo se disuelve: el estrés, la ciudad, el calendario. Solo queda piel, aceite tibio y el viento.
El sol cae y con él llega la cena. Dentro del hotel, se encuentra Mangle, el restaurante insignia bajo la batuta del chef Iván Núñez, tapatío con alma caribeña y talento que se saborea. Su cocina es una declaración: ingredientes locales, técnica internacional y mucho carácter. Pido la langosta, plato estrella del lugar, preparada con una emulsión de mantequilla y cítricos que acaricia el paladar como si contara una historia. La acompaño con un vino blanco y dejo que la noche me abrace con sus estrellas.
El día siguiente lo dedico a no hacer mucho. Floto en la alberca infinita, leo en una hamaca colgante, me deslizo por los camastros de playa y me reencuentro con el placer de la pausa. La propiedad invita a moverse despacio. Puedes caminar entre senderos de arena, descubrir rincones escondidos entre la vegetación o simplemente dejarte llevar.
Si uno quiere más acción, el hotel puede coordinar tours para ver la bioluminiscencia en el mar, nadar con tiburón ballena en temporada o pasear en kayak al atardecer. Pero yo decido quedarme. Observar cómo la luz cambia sobre el agua es suficiente espectáculo.
Holbox tiene ese efecto: te desacelera. No necesitas una agenda, sólo ganas de mirar. En el centro, recomiendo probar una pizza de langosta en Edelyn, tomar un mezcal en Luuma o perderse en los murales que colorean las paredes como si la isla fuera una galería viviente. Pero la verdadera obra de arte está en la naturaleza: los flamingos que vuelan al atardecer, los manglares que respiran, los colores imposibles del cielo.
Los precios, comparados con otros destinos turísticos, son accesibles si se viaja con planeación. Una habitación en Villas Flamingos ronda los $8,000 a $10,000 MXN por noche, dependiendo de la temporada y la categoría. Las comidas en Mangle oscilan entre $400 y $1,200 MXN por persona, y el transporte en carrito de golf varía entre $150 y $250 MXN dependiendo de la distancia.
Tres días bastan para volver a ti. Para dormir con el sonido del mar, comer como si fuera arte, respirar con intención. Holbox no necesita grandes monumentos ni espectáculos artificiales. Su lujo está en la simpleza, en la manera en que te obliga a desconectarte del ruido para reconectarte con lo esencial.
Y al final, lo entiendes: no viniste solo a vacacionar, viniste a vivir diferente. Porque en Holbox, el verdadero viaje no es el que haces para llegar… es el que haces en este paraíso.
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