Fito Páez le dio alegría al corazón del Auditorio

De pie delante de la pantalla en la que se proyecta la cartelera de conciertos del Auditorio, una hora antes de que Fito Páez suba por segunda vez a su escenario, me entero que Joaquín Sabina hará lo propio durante cuatro fechas en ese mismo lugar.
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Durante el encore, el originario de Rosario interpretará “Al lado del camino” y pronunciará ese verso que —se cuenta— le dedicó al español después de que ambos grabaran el disco “Enemigos íntimos” en 1998 y terminaran distanciados: “Y no es bueno nunca hacerse de enemigos / que no estén a la altura del conflicto / que piensan que hacen una guerra/ y se mean encima como chicos”.
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Pero quienes están a punto de orinarse en los pantalones son las decenas de personas que antes del encore hacen fila en los baños del Auditorio. Hay una edad en la que el cuerpo pierde la paciencia y exige ser liberado, sobre todo si se le han administrado algunos tragos.
Y también hay una edad en la que ya no se quiere jugar el juego del suspenso.
Por eso, Fito se ahorra el numerito de hacer una falsa salida y apenas termina de tocar “A rodar mi vida”, mejor nos explica: “Voy, me pongo guapo y regreso”.

Fito Páez. Foto de Liliana Estrada / Cortesía de Ocesa.
Encienden las luces y una parte de la audiencia aprovecha para salir en desbandada al vestíbulo a llenar los vasos y vaciar las vejigas.
El segundo de los conciertos del cantautor, cineasta y escritor repasa una buena parte de sus creaciones. Nos conduce por los terrenos del rock, salpicándonos de instantes de jazz, tango y blues. Abre con la que le da título a la gira “El amor 30 años después del amor” y no escatima en obsequiarnos pretextos para cantar: “Dos días en la vida”, “Tumbas de la gloria” y “Balada de Donna Helena”. Sólo por mencionar tres.

Fito Páez. Foto de Liliana Estrada / Cortesía de Ocesa.
A diferencia de Sabina, que unos días después que él también pisará el mismo escenario, hay otro argentino con quien Fito grabó un disco que no terminó en enemistad, “La La La”. A esa persona Páez le dedica unas palabras hermosas en vez de una afrenta: “Para alguien que era amoroso, generoso, humano… todo lo que actualmente no hay en el mundo: Luis Alberto Spinetta”, y se arranca con “Pétalo de sal”.
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Además de las urgencias del organismo, la casi ausencia de celulares evidencia la edad de los presentes. Nos miramos saltar, cantar y sólo muy de vez en cuando hacer un video corto. El mismo Rodolfo alimenta al animal de la nostalgia cuando nos cuenta, como preludio a “Detrás del muro de los lamentos”, los discos de vinilo que escuchaba en casa de su padre, desde los Rolling Stones hasta Armando Manzanero.

Fito Páez. Foto de Liliana Estrada / Cortesía de Ocesa.
Ni cómo negar que bajo este techo seamos más del tic tac de los relojes de pared que del TikTok que le causa escozor al Congreso gringo.
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Regresan del sanitario los que huyeron con rebosantes vasos en las manos. Después de la explosiva “Ciudad de pobres corazones” en la que narra el asesinato de sus abuelas y la única en la que cambia el piano por la guitarra eléctrica, viene el episodio de cierre con “Al lado del camino”, “Dar es dar” y “Mariposa Tecnicolor”.
Para eludir la turba de la salida, me voy despidiendo mientras en un momento emotivo, los músicos van dejando sus instrumentos de lado y se acercan al proscenio para que junto con el público se entonen a cappella los últimos coros de “Dale alegría a mi corazón”.
Otra vez Paseo de la Reforma. En la fila del metrobús me asalta una idea: tal vez yo también debí ir al baño.