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Ficción: Instructivo para no hacer un trío

Escrito por:Kenia López

Suena “Running Up That Hill” de fondo mientras yo, en boxers aún, pienso en la misma chica otra vez. Alejandra, una de las mujeres con la cara más inocente que he visto, pero con un apetito sexual insaciable y a quien ya había tenido oportunidad de cogerme un par de veces, coincidentemente me envía un whats: “¿qué haces hoy?”. Sin esperar a que le responda concluye: “vamos por unas chelas”, a sabiendas de que me es difícil decirle que no.

Me puse los únicos pantalones limpios que tenía y una camisa a medio planchar. Nos lanzamos por unas artesanales al sur de la ciudad. Mucha gente usaba corbatas a la línea y vestidos enmarcados. Yo calzaba unos tenis sucios y llevaba un pantalón de mezclilla. Ella, prefirió un vestido que sin problemas pasaría como una bonita pijama. Fue increíble que nos dejaran pasar con tal facha.

Ya entonados pasamos de las claras a las oscuras y entre cada beso empapado, Alejandra propuso invitar a una amiga “bi” con quien solía intercambiar mensajes, sin que ella y yo nos conociéramos en persona. Por supuesto comencé a hacerme ideas….

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No tardó en llegar. Daniela me saludó con un abrazo en el que sentí perfectamente sus senos confirmando el gusto que le daba conocerme. La música ni el ambiente eran de su agrado por lo que enseguida nos propuso ir a otro lado.

Sin pensarlo nos movimos a la Roma. Llegamos a un bar de 20 pesos la cerveza y pedimos un 12, que nos bebimos como agua mientras escuchábamos música aleatoria que iba desde Danny Daniel hasta The Strokes. El alcohol ya comenzaba a hacer efecto y yo no dejaba de acariciar las piernas de Alejandra mientras ponía atención a la boca de Daniela.

Un par de horas después, tomamos caminos zigzagueantes hacia una casa con olor a humedad y música millenial. Compré una caguama, pues no iba a permitir que el alcohol escapara tan fácil por nuestros poros gracias al calor humano que se percibía desde que introducías un pie en el lugar, ¡y claro! para comenzar a compartir fluidos, por algo debía empezar.

Ellas bailaban y yo no dejaba de admirarlas e imaginar el mejor de los escenarios, me sentía el hombre más exitoso del mundo. Alejandra comenzó a besarme, introduciendo su lengua una y otra vez hasta lo más profundo de mi garganta, mientras alzaba los brazos haciéndome una invitación a tocar sus glúteos, que lograban asomarse por debajo de su vestido.

Daniela, con la mirada perdida, seguía bailando y Alejandra me preguntó: “¿quieres que la bese?”, no supe qué responder, mi plan era pedírselo, no que me lo preguntara, pero me conoce muy bien. Antes de responder, de nuevo, la comenzó a besar. Sonreí y mi erección comenzó a hacerse más evidente, pero en el lugar todos estaban muy alcoholizados para notar la comunión que sucedía en medio de la pista.

Busqué un pretexto para seguirla en otro lado y solo se me ocurrió decir que estaba cansando, que las llevaba a sus casas. Pedí un Uber y sugerí que pasáramos a casa de Daniela primero. Llegamos a una colonia en la Doctores y fuimos recibidos por un olor a orina y alcohol del 96. Los tres bajamos del auto con el pretexto de asegurarme que Daniela estuviera a salvo en casa, pues vivía en una vecindad.

En un cerrar y abrir de ojos estábamos en su habitación, mi plan estaba saliendo a la perfección y Alejandra se quitó el vestido empapado en sudor saliendo con dirección al baño sin pudor alguno, a pesar de que los padres de Daniela se encontraban en casa.

Aproveché el momento para proponerle a Daniela el trío que llevaba horas cocinándose en mi cabeza. Ella accedió. Cuando Alejandra regresó del sanitario, la tomé de la cintura y le arranqué el cachetero blanco para abrirle las piernas y sentarla sobre mi miembro, que entró como si lo tuviera embadurnado de mantequilla. Acaricié sus senos, que cabían perfectamente en mis manos. Luego se acercó Daniela y la tomó del cabello para besarla; Alejandra cedió, más que eso, se lamió los dedos para introducirlos en la vagina de Daniela, pues la de ella ya estaba habitada.

Unos minutos después, Alejandra se levantó y Daniela la arrojó a la cama para lamerla. Luego le abrió las piernas y empezó a frotar su vulva empapada contra la de su amiga. Por momentos, Alejandra se perdía en el acto. Es tan pequeña que las ganas de seducirla representan un acto de perversión, Daniela en cambio, muy alta, voluptuosa, una chica que no podría pasar desapercibida aunque quisiera.

Intenté volver a unirme a ellas, pero me volví invisible a sus ojos. No dejaban de gemir hasta que sus voces se volvieron una misma. Me convertí en un simple voyerista que se conformó con masturbarse mientras las veía para bañarlas con mi leche. Ellas recordaron que yo estaba ahí y comenzaron a jugar como cómplices de una burla seductora. Me tomaron bruscamente, y justo cuando creí que había vuelto al juego, me sacaron del cuarto, desnudo, arrojando mi ropa rápidamente para seguir en lo suyo.

No supe qué dolió más, si mi ego o mis testículos. Tomé un Uber a mi casa y desde entonces no sé nada de ellas. A la fecha, me masturbo cuando pienso en aquella noche, mientras es- cucho “Running Up That Hill”.

ilustración de Erick Groove

@erickgroove