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Drácula: Una historia blasfema de amor y vampiros

Escrito por:Arturo J Flores

“Dios tiene que entender que estamos enamorados y si no lo entiende, se puede ir al Infierno”, le dice Mina a Drácula cuando ambos se atrincheran en el Castillo en los Cárpatos.

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Afuera, la avanzada militar liderada por un profesor Van Helsing que en la versión cinematográfica de Luc Besson encarna a un sacerdote sin nombre, comienza a bombardear con cañones la guarida del refinado hematófago. Artillería pesada que tiene por objetivo rescatar a Mina del embrujo seductor del Conde.

 

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Drácula blasfema, luego existe

La película del francés, que se estrenó este jueves 14 de agosto en México, ostenta el subtítulo “A Love Tale”. Pero debería también colgarse el adjetivo “blasfema”. Y no es queja. Son esos tintes heréticos lo que la distancia de los cuentos edulcorados de vampiros al estilo crepuscular.

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No. La adaptación del realizador de “Quinto Elemento” a la novela de Bram Stoker rezuma una mala leche antirreligiosa, por mucho que al Conde lo mueva el amor a una mujer, mucho más que el desprecio a un Dios que le quitó a la depositaria de su enamoramiento. La película devuelve al género su personalidad gótica, romántica (en la acepción original de la palabra, tan alejada de la cursilería rampante), aunque se encuentre salpicada de vertiginosidad y una narración acelerada para atrapar la atención más fugaz. 

Foto: Shanna Besson

Los clichés de los Cárpatos 

Pero todas las generaciones merecen tener su propia película de vampiros y el Drácula de Besson cumple con la expectativa de mantener vivos (ja) ciertos clichés de los no-muertos, como la repulsión a la luz solar (aunque aquí aclaran que sólo es a cierta intensidad) y los ajos (aunque lo ponen en duda) y el uso de las viejas y confiables estacas en el corazón. Aunque para satisfacer la sed de sangre, en este caso de los espectadores, los crucifijos sirven para que Vlad Tepes empale a un obispo obeso delante del altar.

Gran parte del filme se sustenta en las actuaciones. Christoph Waltz luce espectacular como el sacerdote que se lanza a la cacería del vampiro y, sin lugar a dudas, Caleb Landry Jones se creyó la de deambular eternamente, arrastrando la tristeza como cobija, porque su mirada, gestos y ademanes son los de quien se alimenta de vez en cuando de copas de sangre de ratas y, mucho mas de vez en cuando, de yugulares de monjas juveniles.

La música de los vampiros

Mención aparte merece también la música. Danny Elfman se mueve en los terrenos del horror como un pez en aguas profundas. Pero la inclusión de piezas de un concierto de Bach le brinda un extra. Hay cuadros muy bien logrados, como el baile en Versalles que remite al video de Vogue, de Madonna.

En resumen, Drácula: A Love Tale, de Luc Besson, es una buena película de vampiros para que las nuevas generaciones salpiquen de salsa roja las palomitas. 

Si a Dios no le gusta, puede salir de la sala.