Fotos por: @keniloinsta/Cortesía Corona Capital
Un músico contagiado por Covid, una infección estomacal y un bebé prematuro no fueron suficiente para que el Corona Capital 2021 no se celebrara. Esta vez lo de menos fue la llovizna, que humedeció la tierra por la que transitaron miles de personas durante las noches de sábado y domingo. El Festival se llevó a cabo.
“Esto fue posible, bienvenido a un nuevo mundo”, dijo la cantante francesa Jehnny Beth momentos antes de concluir su actuación desde un poco concurrido escenario Corona Cero. Hasta allá podía escucharse a The Bravery, que pese a haber cancelado su concierto el viernes en el Pabellón Oeste del Palacio de los Deportes por presuntos problemas de logística, cumplió este segundo compromiso en México sin contratiempos.
No hace mucho se ofrecían conciertos en esta misma Curva 4 del Autódromo Hermanos Rodríguez en el que se confinaba a la gente dentro de unos corrales que pretendían mantener el distanciamiento social. Pero la noche de este domingo la vocalista de The Savages se tiró encima del público para realizar una de las prácticas rockeras más emblemáticas de la historia: el crowd surfing.
El nuevo mundo que cada vez se parece más al viejo.
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Cancelaciones aparte, el Corona Capital 2021 dio por terminado para los mexicanos y a una considerable partida de extranjeros que tradicionalmente asisten al Festival, el síndrome de abstinencia por música en vivo que a muchas personas las tenía arrancándose la piel con las uñas como a Mark Renton en “Trainspotting”.
Sí fue notable la facilidad con la que se podía transitar por los recovecos del Festival. No se extrañaron los congestionamientos y tapones que se hacían en las áreas comunes. Tampoco las filas kilómetricas para poder usar los sanitarios o comprar una bebida.
Se echaba de menos la sordera que permanece hasta el otro día, como la que dejó el bajo octavado de Mike Kerr, de Royal Blood, quien junto al baterista Ben Thatcher ofrecieron una de las presentaciones más estridentes del Corona Capital 2021. Sólo dos músicos sobre el escenario que fueron capaces de dinamitar las bocinas. Minimalismo que se proyecta en proporciones descomunales.
Siempre es un privilegio disfrutar de una banda de rock en su apogeo, por mucho que la nostalgia nos haga valorar que los integrantes de Cheap Trick se mantengan de pie para revivir aquellos clásicos ochenteros como “The Flame”.
Hay flamas que no se extinguen.
Como aquella que arde en los corazones millennials y centennials por lucir las mejores garras. Después de más de un año de conformarse con hacerse selfies delante del espejo de la recámara, por fin hubo quien pudo sacar a pasear al Narciso que le habita. Pero por primera vez, a los zapatos, las chamarras, los ponchos y el maquillaje se sumó un accesorio que antes era exclusivo de los quirófanos: el cubrebocas.
Estampados de todo tipo, adornados con joyería, impresos con personajes de cómics o leyendas hilarantes, las mascarillas se ganaron su sitio como prendas de rigurosa etiqueta festivalera.
Bajo esos pedazos de tela, decenas de miles cantaron las canciones de Aurora, vitorearon los trucos de escapismo de Twenty One Pilots, se metieron al slam con Parquet Courts o bailaron con Rüfüs Du Sol.
Pesaron las ausencias. La de St. Vincent, la de The Kooks y la de Disclosure. Pero después de más de un año y medio de ayuno festivalero y dos días de Corona Capital 2021, recordando aquella rueda de luces psicodélicas que acompañó a Tame Impala en un performance de abducción extraterrestre, uno no puede sino recordar las contundentes palabras de Galileo: “Y sin embargo, se mueve”.
Faltan headliners para los festivales