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Cómo vivió DLD desde el escenario su concierto vacío

Por: Arturo Flores 01 Jul 2020
Por primera vez Francisco Familiar, Edgar Hansen y Erik Neville, que son amigos desde la infancia, no se pudieron abrazar antes de salir a tocar. Apenas se rozaron los codos como López-Gatell recomienda todas las tardes a las 7.
Cómo vivió DLD desde el escenario su concierto vacío

Hello darkness, my old friend

I’ve come to talk with you again…

Con el brazo adormilado por los efectos de la heroína, Kurt Cobain escribió en su carta suicida: “cuando se apagan las luces antes del concierto y se oyen los gritos del público, a mí no me afectan tal como afectaban a Freddy Mercury”.

El 19 de junio, DLD ofreció el primer concierto en sus más de 20 años de historia al que no llegó nadie.

A diferencia de lo que redactó Kurt Cobain, Erik Neville dice que esa sensación de estar en el camerino del Plaza Condesa compartiendo un trago con sus compañeros y que afuera no se escuche nada, le resultó desconcertante. Ni siquiera en sus inicios, cuando la banda no era popular y tocaba en bares, enfrentó algo similar.

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“Porque así fueran 4 cabrones en todo el antro o sólo los meseros los que estuvieran ahí, había alguien. Era en vivo”, me explica en una videollamada.

Le pido que reconstruyamos el día. A las dos de la tarde, una camioneta pasó a recoger a los integrantes del grupo formado en Naucalpan a su búnker, como llaman cariñosamente a su lugar de ensayo. Nunca mejor dicho en tiempos de pandemia.

De camino al número 4 de la calle Juan Escutia –antiguamente un cine que en 2011 se habilitó como foro y en el que se han presentado Morrissey, Nine Inch Nails y los Buzcocks– la camioneta de DLD paró en un Oxxo.

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Fotografías de Juan Carlos Equihua

Paco, PJ y Erik compraron cervezas para el camino. Hasta ahí todo era como en la Vieja Normalidad.

Dos semanas antes, los músicos se sometieron a tres sesiones de ensayos de ocho horas cada una. La primera sin el cantante, que viajó desde Playa del Carmen, donde radica actualmente, a la CDMX, para montar las canciones del disco Primario.

Esa era uno de los atractivos de este concierto: que interpretarían entero el álbum que los sacó de la independencia, los hizo candidatos a un Grammy Latino y los llevó a abarrotar el Auditorio Nacional.

Esa vez, de personas que compartieron el mismo aire y no tenían que dejar un metro y medio de separación entre ellas para preservar la salud.

Erik recuerda que las medidas de seguridad implementadas esa tarde parecían sacadas de una invasión zombie. No había fans afuera del Plaza, haciendo guardia para poder ubicarse en la valla apenas se abrieran las puertas, ni despachadores de bebidas poniendo las botellas a enfriar o revendedores de localidades en las inmediaciones del Parque España.

En su lugar, trabajadores gubernamentales enfundados en trajes de color blanco con guantes, goggles y caretas que sanitizaron –esa palabra que a fuerza de uso ha reclamado su derecho a existir– guitarras, plumillas y baquetas.

“Hasta aproveché para que me limpiaran la cartera y las tarjetas”, me cuenta Erik desde su casa.

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Fotografías de Juan Carlos Equihua

El grupo fue aislado en el camerino, donde dispusieron de bebidas y snacks. Los productores de Irrepetible les pidieron que iniciaran la transmisión online desde ese momento. El que se animó a hablar a las cámaras fue Erik, que agradeció a quienes se atrincheraron debajo de una cobija o los que se sirvieron un trago en la sala de su casa para seguirlos en la transmisión.

“Pero a los 30 segundos de platicar, me bloqueé, les pedí que me disculparan porque estaba muy nervioso y me desconecté”.

Los llamaron para hacer prueba de sonido. Repasaron cuatro canciones: Mi voz, Noches de vinil, Pagarás y La era moderna. Se cuidaron de no acercarse demasiado a su staff. Erik y PJ tenían terminantemente prohibido compartir el micrófono de Paco y reproducir esa imagen tan rockera del cantante y sus compañeros haciendo coros delante de un mismo pedestal.

Luego fueron devueltos al camerino a continuar con una espera que parecía de Inception: la cuarentena dentro de la cuarentena.

Minutos antes de salir a tocar, el silencio del Plaza Condesa seguía siendo espectral. Ni la más remota señal de ese escándalo por el que Cobain confesó una frígida indiferencia y a que Mercury le regaló horas extras de vida, cuando el Sida le carcomía las entrañas.

Tercera llamada. Por primera vez Francisco Familiar, Edgar Hansen y Erik Neville, que son amigos desde la infancia, no se pudieron abrazar antes de salir a tocar. Apenas se rozaron los codos como López-Gatell recomienda todas las tardes a las 7. El último salió a tocar con un cubrebocas para hacerse el chistoso. Se colgó cada uno un instrumento y se lanzaron a la oscuridad. Nunca antes habían escuchado el eco de sus propios pasos a punto de iniciar un concierto.

Erik me platica que la vista del escenario era muy similar a la cualquier tocada, como las de boletaje agotado que DLD ofreció en ese mismo escenario el 14, 15 y 16 de diciembre del año pasado, cuando la infección comenzaba a escaparse de China.

No se veía un carajo, explica, “Todo estaba negro. Sólo había delante la luz de las cámaras, una grúa y tres drones”.

Uno de esos objetos voladores perfectamente identificados estuvo a punto de golpear a Paco en la cara. Por eso el grupo repitió Hasta siempre durante la transmisión. El alcohol hizo lo suyo. Al tercer guitarrazo se les olvidó que estaban tocando en un local vacío. Se acostumbraron a la sensación paranoide de que 10,156 big brothers, de acuerdo con OCESA, los observaban.

A Erik le causaba ansiedad que le hicieran un close up a las manos justo cuando se equivocara de nota. Nada que un whisky –o dos– no pudiera solucionar.

Otra vez el ambiente era de un ensayo. Nadie aplaudía al final de cada canción. Hasta que su ingeniero de sala les gastó una broma. Les soltó por los monitores (algo que la gente no escuchaba en sus casas), el sonido de una multitud. Las risas grabadas del rock en tiempos de coronavirus.

“Quiero decirles a los músicos que lo vayan a hacer en el futuro. No te preocupes: sí te conectas con la energía”, pronuncia Neville desde su sillón.

Y desde su sofá también, agradece que algunos fans les enviaron videos “bailando como changos” en sus casas.

Cuando terminó el concierto vacío, dos horas después, aunque “ya estábamos como abejas en bolsa por los tragos”, por primera vez no hubo after en el cuarto de hotel. Sólo una cena con su sana distancia y la seguridad de que Irrepetible fue una buena experiencia que ojalá y, de verdad, no se tenga que repetir.

“Pero si lo es lo que hay, jalo”.

 

 

 

 

 

 

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